Por Vladimiro
Mujica, 25/06/2015
La importancia de
las recientemente anunciadas elecciones para la Asamblea Nacional ha sido
enfatizada en todos los tonos posibles tanto por los voceros de la alternativa
democrática, especialmente la MUD, como por los amigos de la democracia
venezolana en todo el mundo. La visión del voto como un instrumento para el
cambio pacífico está profundamente enraizada entre los venezolanos y ello
explica, al menos parcialmente, el que, a pesar de todos los abusos y violaciones
a la Constitución que la oligarquía chavista ha cometido en estos 15 años de
desgobierno, el acto electoral siga teniendo un sitio central en la estrategia
opositora.
A estas alturas, y
vista la pérfida y retorcida conducta del régimen, es necesario valorar que la
visibilidad internacional de la huelga de hambre de Leopoldo López y del grupo
de estudiantes que se le unieron, jugó un papel esencial en torcer la mano del
gobierno y del CNE y obligar a este organismo a fijar una fecha para los
comicios. Como yo he insistido en muchos de mis artículos, la batalla por la
recuperación de la libertad y la democracia en Venezuela necesita de todos los
líderes de la oposición y todas las organizaciones ciudadanas unidas. Pero
sería ruin y mezquino no reconocer en este momento la importancia del
sacrificio de López, quien ha demostrado su valentía y decisión, aún a costa de
su seguridad personal, para enfrentar a la autocracia que gobierna a Venezuela.
Pero tener una
fecha para las elecciones es tan sólo un paso en esta carrera de obstáculos en
que el gobierno ha transformado lo que debería ser un proceso normal
garantizado en la Constitución. Pero la revolución inventa sus propias reglas y
el prospecto de perder unas elecciones decisivas para su proyecto político ha
puesto al chavismo en un disparadero de consecuencias impredecibles. Si
continúan en la senda electoral a la que se han apegado durante años para
mantener un velo de legitimidad ante la comunidad internacional pueden, en su
óptica, perderlo todo. Por otro lado, cualquier intento de promover la
violencia y generar una situación excepcional de orden público que le
proporcione al gobierno una excusa para suspender las elecciones por vía de
estado de excepción, o cualquier otra triquiñuela para-constitucional en las
que el régimen ha demostrado gran maestría, serán vistas internacionalmente
como lo que son: un intento desesperado del gobierno por ocultar que ha perdido
irremisiblemente el apoyo del pueblo.
Pero a pesar del
conflicto que le genera al gobierno la posibilidad de perder las elecciones, la
oposición tampoco las tiene todas consigo. En primer lugar, es imprescindible
terminar de dar respuestas claras y contundentes a los votantes incrédulos y
desconfiados dentro de las propias filas opositoras acerca de los mecanismos de
defensa del voto: antes, durante y después de las elecciones. Ello incluye, por
supuesto, las garantías sobre el registro electoral, la observación
internacional y la presencia de testigos en todas las mesas hasta que se
complete la transmisión de resultados y se emitan las actas. Incluye también
una campaña específica sobre un elemento muy destructivo para la confianza
opositora que es el tema del fraude electrónico, el cual nadie ha podido
demostrar pero que sigue apareciendo como un ingrediente especialmente
deletéreo porque plantea en el elector la duda sobre la eficacia del voto.
Insistir en que el fraude más importante, que es la usurpación de identidad en
las mesas, puede ser prevenido con una vigilancia efectiva del acto electoral,
es vital.
Pero aquí no
terminan las cosas para la oposición, La MUD y el liderazgo opositor tienen que
discutir y plantear lineamientos claros para que la defensa del voto se
transforme también en un acto ciudadano. Ya es tarde para discutir que las
primarias opositoras debieron ser un acto de votación universal porque ello
contribuía a movilizar a la gente. La propuesta que ha comenzado nuevamente a
circular de acudir a las elecciones con una tarjeta única de la unidad debe ser
valorada no como un acto de oportunismo de los partidos, sino como una decisión
que puede promover la participación. Por último, pienso que no debe descartarse
pedir el regreso en la tarde del día de las elecciones de los votantes a los
centros de elecciones. La presencia de la gente en los centros puede terminar
por ser un elemento de disuasión importante para la tentación de hacer trampas
y, al mismo tiempo, convertir este acto decisivo de defensa de la democracia en
un evento histórico donde el pueblo vote y defienda su voto.
En esta larga lista
de cosas por hacer, algunas de ellas tareas de rutina y otras que involucran
decisiones políticas importantes, no se puede descuidar el asunto de una
eventual transición a la que se le puede abrir la puerta si el resultado de las
elecciones es, como se predice, desastroso para el gobierno. Como mucha gente
ha insistido, no hay salida al hueco en que está metida Venezuela sin la participación
de un sector del chavismo, el que todavía preserva alguna fibra democrática. La
necesidad de crear puentes en esa dirección y de abrir espacios a votantes que
desertan de los espacios chavistas, pero que no se reconocen en la MUD, es
también esencial.
Las elecciones
parlamentarias de 2015 son de importancia histórica porque tienen el potencial
para cambiar de manera sustancial el balance del poder, inclusive abriendo la
puerta para que se produzca la renuncia de Maduro por pérdida de sustento político
y permitiendo así que se despeje una transición constitucional en Venezuela.
Esa posibilidad la entiende con claridad el chavismo y ya es tiempo de que
nosotros actuemos en consecuencia. Para ello no hay sustituto a una dirección
política que sea capaz de conciliar la respuesta electoral con el activismo
ciudadano.
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