Por Alexis Alzuru
En una era en la que los
hombres se vigilan unos a otros, los gobernantes pagan caro la
instrumentalización del acuerdo político. De hecho, el consenso no es más un
dispositivo que está a su servicio. Ahora no pueden utilizarlo según les
convenga; pues ningún ciudadano que se haya sentido traicionado entrará en un
juego que vulnera su dignidad. Quienes convierten el diálogo en una trampa para
retener o incrementar su poder por lo general terminan arruinados, presos o
muertos. Sin embargo, la violencia no es forzosamente el mejor sustituto de la
negociación. Por ejemplo, en el caso de Venezuela unas morgues repletas de
cadáveres no garantizarían la renuncia del presidente o la realización del
revocatorio este mismo año; a lo mejor con miles de muertos en las calles, los
oficialistas y opositores solo se obligarían a buscar algún tipo de acuerdo.
La negociación con la élite
roja es un mal necesario. Por lo demás, conversar con el oficialismo nada tiene
que ver con participar en el diálogo de bobos que el gobierno propone; antes
bien, en el contexto actual dialogar es interactuar para definir los
procedimientos y condiciones de la transición. Después de todo, lo que debe
acordarse es el desmantelamiento legal de un modelo de sociedad y, por tanto,
de un Estado cuyo ciclo de vida se terminó.
Que el revocatorio se
realice este año es lo ideal; además, es el deseo de las mayorías. Sin embargo,
sería conveniente reconocer que iniciar la transición en el primer tramo de 2017
igualmente sería un resultado exitoso para la nación; pues los beneficios de
remover a Maduro se derivarán de los consensos que se logren, no de la
violencia con la se acompañe su retirada.
Venezuela reclama soluciones
razonables no acciones apuradas. Lo que debe profundizarse es la línea de
trabajo que viene trazando Henry Ramos desde la Asamblea, a saber: probar la
doble nacionalidad de Maduro, reincorporar a los diputados que fueron
inhabilitados y continuar en el foro internacional con las denuncias sobre las
acciones vandálicas del gobierno. Por cierto, esta agenda podría completarse
presionando por la fecha de las regionales y, en especial, activando una
poderosa campaña de medios que garantice ganar el revocatorio con independencia
del momento en el cual se convoque. En fin, lo que se necesita es tener
flexibilidad, paciencia y firmeza para rematar aquellas tareas que conducirían
necesariamente a una transición con la menor resistencia por parte de los jefes
del chavismo.
Es cierto que lapsos para conciliar
una transición conveniente para Venezuela pueden chocar con la urgencia que
algunos expresan por el revocatorio. ¿Por qué la prisa? A los apurados alguien
debería explicarles que mientras no haya algún acuerdo con quienes hoy tienen
el poder, la transición correrá el riego de cancelarse o hundirse a los pocos
meses de su inicio. Sin contar con el piso político adecuado, una etapa que
debería significar la feliz reconstrucción de la democracia y la vuelta al
bienestar correría el riesgo de transformarse en una experiencia fugaz, costosa
y dolorosa para todos.
Si los tiempos y las
protestas se administran sin desbocarse, la salida legal y anticipada de Maduro
será inevitable. Sobre todo, la revocatoria de su mandato se convertirá en la
antesala del cambio de este gobierno cívico-militar, corrupto populista y
forajido por un Estado esencialmente civil, equitativo, liberal y, por lo
tanto, democrático.
La oposición no está en una
disyuntiva entre revocatorio o violencia. El cuerpo a cuerpo con los sargentos-gorilas
del gobierno es innecesario; las revueltas con heridos no van a ninguna parte.
En su lugar, hay que ocuparse de provocar los resultados que finalmente
liquidarían el poco respaldo que Maduro tiene en las FANB, el TSJ y el
chavismo; puesto que la calle la perdió, mientras que en lo internacional
también fue abandonado por los socios que sobornó con dinero de los
venezolanos. Basta darse cuenta de que Castro lo recibió con un pañuelo en la
nariz al tiempo que Daniel Ortega, Correa y Morales lo saludan, pero desde
lejos; se colocan a miles de kilómetros para no empavarse o embarrase, según se
prefiera pensar y decir.
18-06-16
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