Por Miguel Ángel Latouche
Siempre que puedo intento
releer las Catilinarias de Cicerón. Me llama la atención no solo la
calidad del discurso y la manera de presentar sus ideas, sino sobre todo la
fuerza vital con la que fue construido. Se trata de un discurso que permitió
salvar a la República Romana de un Golpe de Estado, de reducir la acción de los
conjurados, desmovilizar a Cesar, al tiempo que obligó a Catilina a escapar de
Roma. En política el discurso es acción y la acción política se juega en la
construcción de un discurso que interprete el momento histórico, que convoque a
las masas y que movilice los apoyos correspondientes.
La acción pública que no se
fundamenta en una construcción discursiva no es más que una acción vacía, cuyos
contenidos no pueden justificarse válidamente. Uno tendría que preguntarse si
el pueblo ingles hubiese podido resistir los embates del ejército alemán sin
aquel discurso en el cual Churchill les convocaba a luchar en las playas, en
las carreteras, en las casas, en contra de una posible invasión. Un discurso
que movió a ese pueblo, que lo colocó al frente de su destino.
Uno debe recordar aquella
corta alocución en la cual el mismo Stalin, llamaba a los hermanitos rusos a
luchar en contra de la invasión alemana. Se trató de una construcción política
que movió a la gente a trabajar sobre la idea de que era necesario un sacrifico
para luchar a favor de algo que era mucho mayor que ellos mismos: la salvación
de la nación. Uno no puede hacer política sin que exista claridad en las ideas.
Allí donde aquellas no están claras existe el riesgo de perdernos.
Así, por ejemplo quienes nos
dicen que las cosas deben cambiar, tienen la responsabilidad de indicarnos cuál
es la dimensión del cambio que proponen. No basta con anunciar la voluntad de
hacer las cosas de manera distinta, es necesario decirle a la gente las razones
que justifican cada propuesta y el impacto de las mismas. Es difícil pensar que
la gente se movilice sin que existan razones trascendentes y objetivas para
hacerlo. La política entonces es mucho más que un acto de voluntad. Requiere de
una comprensión acerca de las características del tiempo histórico, de las
necesidades de la gente, de sus aspiraciones. Pero requiere además de la
capacidad para transmitirles a los demás las ideas sobre las cuales se
fundamenta el llamado a la acción.
En general los discursos
vacios no convocan a nadie, al contrario, tienden a desmovilizar a las
personas, generan cansancio, aburren. A fin de cuentas, el discurso genera un
sustrato que permite la construcción de la actividad política, permite tocar a
los demás, genera empatía y apoyos. Nadie puede pretender que en una situación
tan dramática como la que vivimos los venezolanos de estos tiempos el discurso
se limite al lugar común, a la frase fácil. Necesitamos un discurso que se
redimensione en los términos del problema que enfrentamos que no es otro que la
perdida de la república civil.
Cuando uno se enfrenta al
ámbito público discursivo venezolano se encuentra con un discurso preponderante
que es el discurso de Hugo Chávez. Ese discurso se ha posicionado sobre un
sector importante de la población venezolana. No es casual que en el canal del
Estado se apele de manera permanente al mismo, se le presente como si de una
‘verdad revelada’ se tratase. El chavismo burocrático no ha logrado construir
un discurso alternativo, así como tampoco ha logrado hacerlo la oposición. Nos
encontramos ante la ausencia de un discurso que nos ayude a mirar hacia
adelante, estamos anclados en el pasado reciente sin la posibilidad de mirar hacia
el futuro.
El problema crucial que
enfrentamos los venezolanos tiene menos que ver con el referendo revocatorio
que con la necesidad de construir una idea movilizadora de la acción política.
Están equivocados los que creen que en la repartición de cargos se juega el
destino del país. Es evidente que Maduro le hace daño al país, que dirige uno
de los peores gobiernos que hemos tenido en nuestra historia republicana. Sin
embargo necesario es reconocer que su fortaleza es equivalente a la ausencia de
alternativas asociadas con la construcción de un proyecto de sociedad que
podamos discutir.
Los venezolanos tenemos
dificultad para entender las dimensiones del ‘tiempo político’, nos la pasamos
azorados detrás de nuestras propias ilusiones y de múltiples discursos sin
interconexión que no se juegan en el largo aliento. Al final de la historia
estamos atrapados en un gran vacío, en una gran habladera de paja que no le
sirve a nadie.
06-07-16
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