Fernando Mires 13 de agosto de 2016
Ya
casi nadie en la oposición venezolana –dejemos a un lado a los poquísimos de
siempre- está en contra del RR16. Los tiempos en los que determinados políticos
intentaban perfilarse con otras alternativas (enmienda, renuncia, asamblea) han
quedado atrás.
El
inútil debate costó, claro está, un tiempo precioso –que se le va a hacer, así
es la política- pero eso también ha
quedado atrás. El RR16 se ha transformado, para usar la expresión de Gramsci,
en una “idea fuerza”. Eso quiere decir, el RR16 está situado en el pleno centro
de la realidad venezolana y desde esa centralidad ejerce su hegemonía sobre la
política de la nación.
También
han quedado atrás los intentos para interferir el RR16 con la farsa de un
diálogo dirigido por mediadores internacionales afines al régimen. Hoy la
inmensa mayoría del pueblo venezolano exige el RR y no para otro año, sino para
el 2016.
Esa
inmensa mayoría que apoya el RR16 es plenamente conciente de que no se trata de
cambiar a un mandatario que no manda para sustituirlo por otro igual. De lo que
se trata –ahí está el nudo- no es de destituir a un gobierno sino a todo un
sistema de dominación. Es por eso que el RR16, se quiera o no, es
democráticamente subversivo. O mejor dicho: porque es democrático es
subversivo. Eso lo saben mejor que nadie los que más perderán con el fin de
régimen. Diosdado Cabello y Jorge Rodríguez, entre otros. Pues ellos no caben
en ningún compromiso, en ninguna negociación, en ninguna transición. Sus naves
las quemaron ellos mismos.
El
creciente apoyo al RR16 ha terminado por sobrepasar los límites geográficos de
Venezuela.
Desde
la OEA, Argentina, Belice, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala,
Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, Estados Unidos y Uruguay, exigieron,
apenas un día después del mensaje dilatorio de la representante de la
oficialista CNE, Tibisay Lucena, que no haya demora en la aplicación del
proceso revocatorio. Declaración trascendental si se tiene en cuenta que hasta
hace algunos días lo que más exigían era un dialogo con mediación papal. Se
comprueba una vez más que el apoyo internacional no viene de la bondad de
ningún gobierno sino de la capacidad de un pueblo para ayudarse a sí mismo.
El
llamado de Henrique Capriles, después asumido por la MUD, a desatar una
movilización general, incluyendo la “toma de Caracas” fijada para el 1-10, ha
hecho comprender a los gobiernos democráticos del continente que no tenían más
alternativa que, o convertirse en cómplices de una minoría anti-electoral (y
por lo mismo, anti-democrática) o apoyar
la decisión revocatoria, hecha en nombre de la defensa de la AN (es
decir, de la democracia parlamentaria) y de la constitución.
Qué
lejos se ven los tiempos cuando Hugo Chávez era festejado por casi todos los
gobiernos del continente. No pocos pensaron que ese apoyo provenía del carisma
del líder muerto. A pocos se les ocurrió pensar que eso solo era el resultado
de un régimen que arrasaba en las elecciones, es decir, de un presidente que
contaba con la mayoría ciudadana. No hay, en efecto, carisma que valga sin
mayoría electoral. Luego, desde una alternativa realista era plenamente
aconsejable para cualquier gobierno, incluyendo a los de “derecha”, dar su
apoyo a un gobernante que gozaba de tanta legitimidad popular. Simplemente
apostaban a ganador; y es difícil criticarlos por eso.
Nadie,
mucho menos en política, apuesta a perdedor. Pero Maduro –ya no hay duda- es un
perdedor. Habiendo perdido su legitimación interna, la pérdida de la externa
era solo cosa de tiempo. Y así ha sido.
Podemos
decir sin temor a equivocarnos que alrededor del Revocatorio el pueblo se ha
hecho pueblo a sí mismo. No nos referimos al pueblo mítico de patrioteros y
fascistas, tampoco al pueblo demográfico (eso se llama simplemente población).
Nos referimos al pueblo político. Vale decir, a aquel que se constituye en aras
de un objetivo común alrededor del cual articula múltiples demandas colectivas.
Todas
las luchas democráticas que tienen lugar en Venezuela, llámense lucha por la
liberación de presos políticos, por las libertades constitucionales, por la
emancipación de la AN del ejecutivo, en contra del hambre inducida, en contra
de la corrupción y muchas otras, han sido articuladas en torno a la palabra
Revocatorio. En el RR16 está todo. O casi todo.
Esas
múltiples demandas no podían ser articuladas de otro modo. Venezuela, a
diferencia de otros países latinoamericanos, carece de instituciones sociales
sólidas. Los sindicatos laborales fueron hecho añicos durante Chávez; las
organizaciones empresariales casi no cuentan. Ni siquiera las organismos “de
base” propuestos por Chávez, funcionan. La mayoría, como los Concejos
Comunales, han sido convertidos en adherencias del Estado, cuando no en centros
de corrupción, enviciamiento y delincuencia. Si hay alguna sociedad a la que se
le pueda aplicar sin problemas el concepto de “anomia” (Durkheim), esa es la
venezolana.
El
pueblo fue convertido por el chavismo en simple “masa”. En ese sentido la
palabra “Revocatorio” es una alternativa destinada a reconstituir la civilidad
del pueblo político. Lo saca de su condición de masa primaria y lo organiza en
torno a objetivos comunes. Es por eso que el RR16 es un medio y un fin a la
vez. Y porque es un medio es un fin.
El
pueblo se hace pueblo a través del Revocatorio de un modo parecido a como el
pueblo se hizo pueblo en Polonia a través de la palabra Solidarsnoc
(Solidaridad). El Revocatorio es la palabra que hace posible que el pueblo se
sostenga a sí mismo sin desintegrarse. El RR16 ha logrado unir a muchos en torno a -dicho en términos
matemáticos- un “máximo común divisor”. Ese máximo es, a la vez, “un mínimo
común múltiple”. Esa es la lógica, no matemática, pero sí, política, del RR16:
la unidad del pueblo democrático en contra de un gobierno amparado en la fuerza de las armas.
En
Venezuela tiene lugar –lo hemos dicho en otras ocasiones- un antagonismo entre
la política de las armas y las armas de la política. La principal arma política
del momento se llama RR16. No hay otra.
¿No
es, sin embargo, riesgoso apostarlo todo a una sola carta? Opinan con cierta
lógica quienes apoyando la opción revocatoria sienten temor a que esta sea
desbaratada por la acción represiva e ilegal del gobierno. ¿No sería mejor
manejar otras alternativas? Agregan otros. ¿Cuál es el Plan B? Preguntan
algunos. En suma, ¿qué puede suceder si la oposición pierde la lucha por el
Revocatorio?
Naturalmente
–hay que decirlo con toda honestidad- la lucha por el Revocatorio se puede
perder. Todo se puede perder en esta vida. Se puede perder un partido de fútbol.
Pero también se puede ganar. La única forma de saberlo, es jugarlo. En
cualquier caso ningún equipo deja de presentarse a la cancha debido a la posibilidad de
perder. Lo mismo vale en política. En política no hay ninguna póliza de seguro
que asegure una victoria sin una lucha tenaz por alcanzarla. Para decirlo de
nuevo con Gramsci, en política hay que actuar de acuerdo al pesimismo de la
inteligencia (“puedo perder”) y al optimismo de la voluntad (“quiero ganar”).
No
obstante, hay una diferencia importante entre el fútbol (o el rugby o el
ajedrez) y la política. En la política se puede perder ganando y ganar
perdiendo. Si partimos desde esa
premisa, podemos deducir que, si el gobierno gana la lucha por el RR, solo la
puede ganar por medios represivos anticonstitucionales e ilegales, es decir, al
precio de perder lo poco que le resta de legitimidad política. Eso quiere
decir: la única posibilidad que tiene el régimen de ganar, es ganar en el
Revocatorio pero no en contra del Revocatorio. Y esa posibilidad –así lo
muestran todas las encuestas sin excepción-
la tiene perdida de antemano.
Desde
el punto de vista militar (no político) Maduro no tiene otra alternativa que
seguir el camino de la ilegalidad. Me dirán: ¿no es ese el camino por el que ha
optado casi siempre? De acuerdo. Pero es muy distinto actuar ilegalmente en
contra de las personas y las instituciones que en contra de la identidad del
propio chavismo. Cerrar la posibilidad del revocatorio no solo significa
declararse como dictadura abierta –en gran parte ya lo es – sino en una
dictadura anti-electoral. Si eso ocurre, la presión internacional, que de por
sí es muy grande, se multiplicaría hasta alcanzar dimensiones galácticas. Bajo
esas condiciones, las propias fuerzas armadas leales al régimen entrarían
definitivamente en un abierto proceso de división entre los que optan por pasar
a la historia como desalmados al servicio de una dictadura, o los que quieren
aparecer sin obstaculizar a una salida democrática. Así ha sucedido al menos en
todos los países que han transitado desde una dictadura hacia una democracia.
Privada
de su único sostén, sin resguardo internacional y con un cada vez más
deteriorado apoyo nacional, el régimen –más temprano que tarde- no tendría más
alternativa que capitular. Eso quiere decir: si hay revocatorio, el régimen
perderá; si no hay revocatorio, el régimen también perderá. El régimen, en
consecuencias, solo puede optar entre dos formas de perder: o perder con cierta
decencia en un revocatorio, o con absoluta indecencia en contra del
revocatorio. Esa es la razón por la cual diversas fracciones del chavismo (hay
que leer Aporrea) y altos oficiales retirados del ejército se han pronunciado a
favor del RR16.
Con
respecto a quienes sienten cierto temor a jugárselas todo a una sola carta, es
decir a actuar sin un plan B, solo se les puede responder lo siguiente:
Primero, el RR16 no es una sola carta. Es un paquete de cartas. Segundo: en
momentos decisivos de la vida – y no solo de la vida política- suele no haber
un Plan B. Digámoslo con cierta elementalidad: Si Juan se casa con la Juana
pensando en que cuando muera la Juana se va a casar con la María, significa que
Juan no quiere a la Juana. En términos políticos eso quiere decir: siempre que
uno piensa en un plan B se jode el plan A. El Plan B no puede ser una carta
oculta ni una alternativa a un Plan A. En las mejores condiciones, solo puede
ser su continuación.
Los
líderes de la oposición – Capriles antes que nadie- han llamado el 1-S a tomar
Caracas en defensa del RR16. Ese puede ser –es solo una hipótesis- el comienzo
de la victoria decisiva. Si la ocupación de Caracas tiene lugar en forma
aplastantemente multitudinaria, la oposición democrática solo tendrá dos
alternativas: o ganar o ganar. Pero para que una de las dos se cumpla, hay que,
evidentemente, luchar. Ni en el fútbol
ni en la política los partidos se ganan antes de jugar.
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