FÉLIX PALAZZI 13 de mayo de 2017
@felixpalazzi
Cuando
Juan escribe el Apocalipsis se encuentra desterrado en la isla
de Patmos. Es un peñasco árido en el cual son arrojados a morir los criminales
y disidentes del imperio. No existe ninguna posibilidad de escapar de aquella
prisión natural. Lejos de aquel islote, la comunidad cristiana enfrenta la
persecución del Imperio Romano. Los cristianos se debaten entre el agotamiento
producto del enfrentamiento con el poder idolátrico y el lograr establecer sus
compromisos y su fidelidad a sus principios profesados. La mayoría de los
autores coinciden en localizar la fecha de este libro en el periodo del
emperador Domiciano. El culto al emperador como “culto al poder” y sus
derivados privilegios sociales y económicos, comprometía las prácticas de los
principios fundamentales de la fe. El culto a Dios relativiza todo otro “culto”
político o económico. Coloca al descubierto el rostro del “culto” idolátrico
que pretende ser eterno y exigir al humano el precio de su ofrenda. De tal
forma para el cristiano el rendir culto a Dios nunca se ha limitado únicamente
al espacio ritual. Rendir culto a Dios es siempre un acto profético que
actualiza el aspecto salvífico del sacramento en nuestra historia.
Claman
a Dios
La comunidad cristiana a la que se dirige Juan se encuentra profundamente extenuada por la persecución de la cual es objeto. Una persecución que se expresa en la exclusión de la sociedad y de todo beneficio económico o político hasta llegar al asesinato de algunos de sus miembros. En este contexto encontramos una de las expresiones más duras y angustiantes del Nuevo Testamento. Los perseguidos claman a Dios pidiéndole que calme sus sufrimientos. En el capítulo 6 aquellos que han sido brutalmente asesinados claman: “¿Hasta cuándo, Señor, justo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre?” (Ap. 6,10). A esta súplica llena de dolor, se unen las “oraciones de todos los santos” (Ap. 8,3). Ser cristiano implica tener los ojos abiertos al sufrimiento de los demás y cargar en nuestro corazón el dolor de aquellos a quienes se les es arrebatada la vida en plena juventud. Es imposible ser cristianos sin solidarizarnos con el dolor del otro. En especial la muerte del inocente a manos del poder idolátrico. En nuestro presente se repite aquel grito desgarrador. No sólo de aquellos que ahora duermen en el Señor, sino también de todas aquellas familias y de todos aquellos que luchan por la paz y la justicia: “¿Hasta cuándo, Señor?”
Esperanza
El libro del Apocalipsis es un libro de esperanza. Una esperanza que sólo la pueden comprender aquellos que hacen suyo este grito desgarrador de la humanidad y de nuestra historia. Por ello Juan repetidamente nos llama a “tener inteligencia” (Ap. 13,18) para comprender y vivir según el mensaje de este libro. La lucha parece ser desigual. La fuerza del imperio supera en medios a la fuerza del testimonio y de la Palabra. Incluso la lucha parece ser, en ciertos momentos, humillante para la comunidad. Los poderosos siempre bailan, se alegran, se dan regalos y se felicitan ante la muerte de los “testigos” (Cf. Ap. 11). Pero quien usa “la inteligencia” sabe que todo poder idolátrico de esta tierra siempre termina mal: “aborrecerán la ramera, y la dejarán desolada y desnuda” (Ap. 17,16).
Este
libro escrito siglos atrás nos recuerda que Dios nunca deja ninguna súplica o
clamor en el olvido. Su justicia siempre recrea a las víctimas de esta historia
y desenmascara y se opone a la injusticia de los poderosos.
Félix Palazzi
Doctor
en Teología
@felixpalazzi
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