Por Leonardo Morales P.
La vida del ser
humano transcurre tomando decisiones por lo que convierte su existencia en un
asunto difícil. Hacer o dejar de hacer es una decisión y tiene efectos sobre el
desarrollo de la vida.
La política está intrínsecamente
relacionada con las decisiones. Todo político toma decisiones y cada una de
ellas tiene efectos que, en calidad de decisor, tiene y debe evaluar: su
impacto, sus consecuencias. Toda decisión política marca una huella que debe
ser debidamente meditada; cada vez que el político va a tomar una decisión, se
encuentra en la circunstancia de decidir entre varias opciones.
La gente dice no gustarle la
política. Muchos argumentos aparecen para justificar su animadversión respecto
de la política, pero en verdad, bastante de eso está asociado al impacto que
las decisiones tienen sobre la sociedad. Ante la complejidad de una decisión,
un individuo tomará aquella que le sea más fácil ejecutar: entre hacer una
comida o ir a un restaurant, optará por lo segundo, si tiene como pagar el
servicio.
La política vive en permanente
tensión, todas ellas vinculadas a decisiones. En Venezuela, como en cualquier
parte del mundo, la política es dinámica, nunca estática, y cuando ocurra lo
segundo no habrá política, no habrá vida, al menos civilizada.
La negociación, la deliberación y
el diálogo son elementos esenciales del quehacer político. Quien ejerce
funciones de Gobierno debe hacer de cada uno de ellos, herramientas
indispensables. En caso contrario, su acción caerá en el vacío o confrontará
obstáculos que impedirán su ejecución.
En Venezuela se toman decisiones
a cada instante y cada una de ellas pretende servir a un propósito, sin
embargo, cuando los actores políticos actúan desde la soledad, sin evaluar las
derivaciones de sus decisiones, inmediatamente deben tomar otras.
Al Gobierno de Maduro le pasó
algo parecido. Pensó que subir el tono de la represión llevaría a los
venezolanos a sus casas, y no le resultó, erró en la decisión. Han asesinado
más de medio centenar de jóvenes y la gente sigue allí.
La oposición hizo lo suyo, se
mantiene en la calle creyendo que Maduro adelantaría las elecciones, que
renunciaría a su cargo, al poder. Pero no, sigue en el ejercicio de sus
funciones y va más allá.
La Constituyente es la última
decisión de Maduro. Cree haber resuelto el problema, creyó haber dado un
estacazo a la oposición, pero de nuevo, una vez más, la compañía de la soledad
lo hizo pecar. El chavismo, ese que creció al lado de su líder sigue sus
postulados: el poder originario está en el pueblo y no el heredero. Una
rebelión demasiado costosa para su esmirriada legitimidad.
El presidente ha insistido en que
la Constituyente va, que nada lo detendrá. Esa es una decisión que lejos de
procurar la paz provoca una mayor crispación social. De qué sirve una
constituyente elegida por menos del 20 % de la población. Le faltarán
cosméticos al CNE para poder maquillar unos resultados que le den legitimidad.
Las decisiones solitarias de los
actores políticos ya han demostrado que conducen mal al país. La unilateralidad
de las decisiones tomadas en el ático de Miraflores ni las tomadas al calor de
las masas han encendido el faro que conduzca al país por el sendero de la paz.
Sin negociación, diálogo y
deliberación las decisiones serán defectuosas y el porvenir será
incierto.
10-06-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico