IBSEN MARTÍNEZ 11 de enero de 2018
Han
vuelto los saqueos a Venezuela, pero no son, como quisieran muchos, anuncio de
la revuelta social que derrocará a Maduro.
La
razón es que esta vez son compras compulsivas inducidas por expropiatorias y
repentinas ordenanzas de control de precios, hechas cumplir a mano armada por
la dictadura. Experiencia controlada. Saqueos vigilados de la Guardia
Bolivariana, ¿me explico?
Si
admitimos lo que José Ignacio Cabrujas, gran satírico, dijo una vez de
Venezuela —que era un botín—, los saqueos de días recientes no serían más que
autos sacramentales, venial alegoría gritona del saqueo capital presidido,
digamos, por Rafael Ramírez, el expresidente fugitivo de Petróleos de Venezuela
(PDVSA), señalado de haber dirigido la sustracción de 11.000 millones de
dólares en dineros públicos.
En
cambio, los saqueos de febrero de 1989, los del llamado Caracazo, ¡ah!, ¡esos
sí fueron saqueos dignos de Alarico y sus visigodos!
Con
tragicómico tumbao caribeño y un saldo letal que oscila, según la fuente, entre
45 y 700 muertos en menos de tres días. Las decapitaciones y los cercenamientos
fueron cosa frecuente en las primeras horas de aquella erupción.
Un
rezagado llegaba a la carrera y buscaba entrar a la brava en el supermercado.
Se fajaba a trompadas con la brigada de espontáneos controladores de tráfico
que lo retenían en el umbral de la puerta de vidrio que entre todos acababan de
violentar.
En
eso, una estalactita de vidrio pretensado, hasta ese momento imperceptible y
oscilante en lo más alto, se precipitaba sobre el infeliz que resistía a las trompadas
del villanaje pescocero justo en el instante en que, por proteger la cara entre
los brazos, bajaba la cabeza y ofrecía limpiamente su cogote al astillón.
Las
heridas de bala comenzaron al final del segundo día, tan pronto fueron
suspendidas por el Gobierno las garantías constitucionales y el toque de queda
puso fin a los saqueos en masa.
Según
el informe definitivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos,
proyectiles de fusil FN-FAL, calibre 7,62 mm., por aquella época reglamentario
del ejército venezolano, causaron la muerte de más del 80% de las víctimas
registradas durante la conmoción.
El
toque de queda impidió la evacuación de los heridos hacia los hospitales.
Inmovilizados por el incesante ametrallamiento, sus familiares sólo pudieron
mirarlos desangrarse hasta morir. El estado de excepción que sitió las favelas
alentó muchas ejecuciones extrajudiciales.
La
fórmula “estallido social” brotó espontáneamente del almácigo de frases hechas
regado por la desconcertada clase política. La televisión polinizó con ella el
habla de todos. Significaba rabia, jacquerie, degollina, anuncio del juicio
final.
¿Una
locución frecuente en las tertulias políticas de la TV?: “Si no introducimos
correctivos vendrá el estallido social”. Y en la barra de una tasca: “Chama, ¿y
a ti dónde te agarró el estallido social?”
En la
Avenida México saquearon una tienda de lujosos zapatos deportivos importados y
sólo se llevaron zapatos para el pie derecho. El canal donde trabajaba yo por
entonces envió un equipo de cámaras a constatarlo y resultó cierto. Todos los
zapatos robados eran del pie derecho. A la compañía de seguros no le gustó esa
ruptura de la simetría bilateral en los motivos del vándalo. A los políticos
tampoco.
“¡Robaban
whisky y no pan!”, exclamaban, indignados, suspicaces.
Según
los políticos de aquel tiempo remoto, para calificar como pobre de toda pobreza
había que preferir lo urgente, lo no transable, a la hora de saquear un
supermercado. Los saqueos debían ser cosa instigada por Fidel Castro.
Me
late que en esto de preferir whisky a una hogaza de pan el indomable espíritu
de la Venezuela Saudita aún alienta en la Venezuela Vandálica.
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