Por Asdrúbal Oliveros,
Guillermo Arcay, Jean-Paul Leidenz
El 2017 representó para
Venezuela un hito histórico. Fue un año colmado de dificultades sociales, económicas,
políticas y humanitarias. Cerró entre el default, la
hiperinflación y el cuarto año de contracción económica
consecutivo. La mesa está servida para que 2018 sea el año más difícil de
nuestra historia moderna, y el Ejecutivo parece reacio a tomar medidas
económicas que eviten un agravamiento del desastre. En este sentido, conviene
anticiparnos al desenvolvimiento de nuestro proceso hiperinflacionario, el cual
reúne características particulares que merecen ser resaltadas.
Anteriormente hemos hecho referencia en Prodavinci a los
procesos hiperinflacionarios latinoamericanos de la década de
los 80. Si bien existen múltiples coincidencias en términos de restricciones al
crédito externo, presiones derivadas del ciclo electoral y antecedentes
prolongados de inflaciones altas (aunque estables), el caso venezolano se
distingue por la presencia de una élite gobernante de profunda convicción
marxista.
Una hiperinflación latina-bolchevique
Desde enero de 2007, los
Planes de la Nación (Planes de la Patria) han señalado la intención de hacer
transitar al país hacia un sistema socialista de inspiración marxista y
“bolivariana”, con peculiaridades venezolanas. Evidencia de que esta intención
no ha sido un mero ejercicio retórico, podemos hallarla en la proliferación de
controles de precios relativos, expropiaciones de “sectores estratégicos”,
incremento de 52,7 puntos porcentuales en la participación de las importaciones
públicas sobre el total importado y el establecimiento de consejos comunales
(soviets) con capacidades para regular la participación del reducido sector
privado.
En este contexto, conviene
revisar los episodios históricos de hiperinflaciones que han sido estabilizadas
durante regímenes comunistas. Si se descartan los casos de naciones satélite
exsoviéticas en los 90 por haber transitado hacia un tipo de economía más
abierta, el caso chino (1943-1945) por su inicio previo al ascenso de Mao, y el
de Zimbabwe (2007-2008) por no haber sido estabilizado efectivamente, resaltan
entonces los casos de Rusia (1921-1924) y Hungría (1945-1946) como aquellos
donde el comunismo causó una hiperinflación, la estabilizó, y posteriormente se
consolidó.
En caso de la Rusia soviética,
se trató de una hiperinflación desatada por factores endógenos, debido a los
desequilibrios macroeconómicos generados por el “Comunismo de Guerra” leninista
y sus políticas ideológicamente intransigentes. En el caso de Hungría, además
de ser la peor hiperinflación registrada en la historia, se trató de un
episodio acompañado por una severa contracción de la economía y presión
diplomática y fiscal insoportable. En el primer caso, la ausencia de
financiamiento internacional constituyó un obstáculo fundamental para la
estabilización mediante un programa de ajuste. En el segundo caso, se
intentaron políticas heterodoxas que agravaron notablemente la espiral de
precios.
Las coincidencias con el caso
venezolano saltan a la vista. Para poder comprender lo que nos depara el futuro
económico inmediato, será necesario combinar el conocimiento sobre los procesos
latinoamericanos con la experiencia histórica de los episodios soviéticos.
Rusia: La imposibilidad del
socialismo
Después de una crisis
económica causada por la participación rusa en la Primera Guerra Mundial, la
“Revolución de Febrero” derrocó la monarquía en 1917, a favor de una monarquía
constitucional. En noviembre de ese mismo año, Lenin y el partido Bolchevique
tomaron el poder e instauraron un proyecto nacional comunista.
El período inicial del
gobierno de Lenin estuvo marcado por un “Comunismo de Guerra” (1918-1921), en
el cual se expropiaron más de 37.000 empresas [1] y se manejaron ineficientemente,
causando una disminución de los ingresos fiscales, que fueron compensados con
financiamiento monetario. Los salarios de los empleados públicos eran
pagados en especie, por lo que tenían que
comerciar a través del trueque o buscar un segundo empleo informal para
conseguir dinero. En respuesta, Lenin ilegalizó el comercio privado y el dinero
perdió su uso como medio de transacción.
La combinación explosiva de
políticas estatistas e ineficiencia en el manejo de las empresas expropiadas
causó una caída en la producción de más de 85% [2]. Esta caída en la oferta de productos,
acompañada de un crecimiento de la base monetaria de 405% en 1920 y 599% en
1921, causó altos niveles de inflación [3]. La inflación destruyó los usos del
dinero como reserva de valor y unidad de medición, disminuyendo su demanda y
causando una hiperinflación a finales de 1921.
Los bienes básicos escasearon
y la hambruna causó protestas en las calles. La solución del gobierno
fue distribuir paquetes de productos escasos en raciones, generalmente
gratuitas o con un precio subsidiado. En 1922, la oferta de dinero creció
16.420% [4] para que el gobierno pudiera costear
sus gastos, y los productores dejaron de aceptar rublos a cambio de sus
productos.
Hungría: Una hiperinflación
inducida
Luego de la Segunda Guerra
Mundial, la URSS ocupó militarmente el territorio de Hungría desde 1944 hasta
1945. Los soviéticos se encargaron de que el gobierno de posguerra en Hungría
fuera ideológicamente afín. Por ello, aunque el Partido Comunista perdió las
elecciones de 1945 con sólo 17% de apoyo, los soviéticos presionaron para
establecer un gobierno de coalición donde los comunistas manejaran cargos
altos.
Durante la guerra, la capital
fue tomada mediante un asedio destructivo. Adicionalmente, gran parte del
capital físico que sobrevivió a la guerra fue removido por el ejército
soviético. Según estimaciones del Banco Comercial de Pest (1947), 40% de la
riqueza de Hungría fue destruida. Por otro lado, el genocidio de judíos y
prisioneros de guerra disminuyó la fuerza laboral en 60%, y después de la
guerra Hungría perdió el 70% de su territorio.[5]
Sin aprender de los errores de
la primera guerra, los aliados demandaron de Hungría un exagerado pago de
reparaciones empezando en 1945, el cual aumentaba en 5% de interés por cada mes
de retraso. Además, obligaron a pagar el traslado de los 700.000 soldados
soviéticos por Alemania y Hungría. Los gastos de reparación y de traslado
soviético representaron entre 25-50% del gasto público mensual de Hungría ese
primer año.
Desde julio de 1945 hasta
agosto 1946, ocurrió la hiperinflación
más alta registrada en la historia mundial. Una combinación entre
la destrucción del aparato productivo y la base impositiva, con altas demandas
fiscales soviéticas, fueron las causas principales.
Siendo el único país que
experimentó hiperinflación después de ambas guerras mundiales, las autoridades
del Banco Central eran perfectamente conscientes de las consecuencias
inflacionarias del financiamiento monetario. Presionaron a los soviéticos para
evitarlo, pero estos fueron sordos a las plegarias y pujaron por mantener las
causas de la hiperinflación para asegurar la destrucción de la clase media.
En 10 de los 13 meses de
hiperinflación, menos del 10% de los gastos eran financiados con ingresos
tributarios. Y en los últimos dos meses, menos del 5% de los gastos se cubrían
con impuestos convencionales. El alto financiamiento monetario aumentó el nivel
de precios en 30.000.000.000.000.000.000.000.000% (3*10^25) durante la
hiperinflación, llegando incluso a un tope inflacionario mensual de
41.900.000.000.000.000% (4,19*10^16%) en julio de 1946. Se estima que durante
la hiperinflación el PIB cayó entre 55-65%, mientras que los salarios reales
cayeron 28,3% cada mes, en promedio.
Para lidiar con la
hiperinflación, el gobierno húngaro experimentó con políticas extremadamente
heterodoxas, como la indexación de depósitos bancarios. El gobierno obligó a
los bancos comerciales a abrir cuentas bancarias de “pengős para impuestos”
(pengő era la moneda oficial). Los depósitos en estas cuentas crecían
diariamente según la inflación reportada oficialmente. El objetivo era que la
población las utilizara para asegurar el valor de su dinero dirigido al pago de
impuestos y que cuando hicieran dicho pago todavía valiera lo mismo en términos
reales. Efectivamente, fue un intento de evitar el efecto
Olivera-Tanzi.
Mientras crecía la inflación,
estos depósitos se popularizaban, intensificando notablemente el ciclo
hiperinflacionario. El cociente entre pengős impositivos/pengős creció y
fue imposible encontrar efectivo en la calle porque la mayoría del valor estaba
en las cuentas indexadas. A las 2:00 pm de cada día, los bancos cerraban, por
lo cual al mediodía la gente llevaba todo su dinero al banco y el día siguiente
sacaban un monto mucho mayor ajustado por inflación para poder comerciar.[6]
Los bancos comenzaron a
imprimir notas que representaran los pengő de impuesto. Estas notas eran sólo
válidas por dos meses para desincentivar su uso, pero no fue suficiente. Dos
meses antes del final de la hiperinflación, el ministerio de finanzas fue
autorizado para imprimir notas de “pengő de impuesto”.
Al tomar esta medida, la
población dejó de aceptar los pengő normales, y progresivamente el
gobierno tuvo que ir legalizando diferentes usos de los pengő impositivos. En
Julio de 1946, se legalizó su uso ampliamente, mientras se estabilizaba la
hiperinflación. Por meses, este instrumento fue el único medio de cambio, y
pronto comenzó a experimentar inflación luego de que el ministerio de finanzas
lo comenzara a emitir. La sustitución monetaria involuntaria fue concretada.
De esta manera, se evidencia
que la indexación de depósitos es altamente contraproducente. El efecto
Olivera-Tanzi no se puede evitar, y el aumento de la base monetaria, sea en
manos de los ahorristas o del gobierno, genera más inflación y menor bienestar.
Estabilización en socialismo
El objetivo de un programa de
estabilización es recuperar la confianza en el valor del dinero. Sus
ingredientes principales incluyen la reestructuración del sistema fiscal (tanto
ingresos como gastos) y la política monetaria, asegurar la convertibilidad de
la moneda, y en el caso de economías socialistas: relajar (temporalmente) el
control estatal sobre el sector productivo.
En cuanto al cuadro externo,
tanto el desmontaje de un control cambiario, como la ejecución de una
reestructuración fiscal necesitan generalmente financiamiento externo. Los
términos y plazos de los pagos de deuda deben ser claros y públicos, de lo
contrario, se arriesga aumentar la incertidumbre de los agentes sobre las
capacidades y recursos disponibles del Estado para ser fiscalmente sostenible.
Tanto en el caso soviético como en el húngaro resalta el reconocimiento por
parte del liderazgo comunista de la necesidad de relajar controles, y
trasladarse momentáneamente a un sistema capitalista para poder estabilizar la
hiperinflación. En el caso de la Unión Soviética, este reconocimiento llegó en
1922, y en Hungría en agosto de 1946.
La Unión Soviética emprendió
un programa de estabilización y reforma económica conocido como la “Nueva
Política Económica” (NPE). La NPE se caracterizó por 4 áreas principales de
reforma: monetaria, fiscal, cambiaria y de derechos de propiedad. Aunque
existían intenciones de llevarla a cabo, el camino a la estabilización no fue
fácil. De hecho, la fase más aguda de la hiperinflación se vivió durante la
NPE, entre 1922 y 1923.
En agosto de 1946, la
coalición de gobierno de Hungría introdujo un programa de estabilización
impulsado por el partido comunista. El programa se dividió en grandes rasgos en
3 tipos de políticas: (i) medidas para incrementar la aceptación del dinero,
(ii) reformas severas a la política fiscal, y (iii) reestructuración de
reparaciones, nuevo financiamiento, y esclarecimiento de fronteras.
Para manejar las expectativas,
el gobierno de Hungría seleccionó la fecha del 1ro de agosto como inicio de la
estabilización, ya que coincidía con la cosecha de verano. Además, aumentaron
momentáneamente las importaciones para llenar los anaqueles y generar una
percepción de abastecimiento.
Reformas al sistema fiscal y
los derechos de propiedad
La reforma fiscal del NPE tuvo
que ser brusca, y los soviéticos tuvieron que renunciar a gran parte de su
aparato de control social en favor del mercado. Para recaudar impuestos y poder
equilibrar el presupuesto, se volvió a cobrar el alquiler de viviendas. Como
parte del NPE, se legalizó el comercio y la empresa privada. Se volvió a un
sistema de cobro de impuestos en moneda y no en especies, así como a pagar
salarios en dinero.
En Hungría los cambios en el
financiamiento del presupuesto fiscal tuvieron que ser radicales. Mientras que
en agosto de 1946 solo el 21% de los gastos era cubierto con impuestos
tradicionales, en septiembre aumentó a 33% y en octubre ya era del 96%. La
reforma impositiva incluyó tasas de ISLR de hasta 60% del ingreso por trabajo,
y 80% del ingreso por alquiler. El IVA aumentó del rango preguerra de 2-5% a
3-10%, y la evasión de impuestos comenzó a ser penalizada a una tasa de 10% por
mes de evasión.
La reforma del gasto público
en Hungría comenzó con el despido del 10% de los empleados públicos en todos
los ministerios y del 75% de los policías. Los salarios y pensiones del
gobierno se recortaron en más de 50% en términos reales.[7]
Reformas monetarias y
bancarias
La reforma monetaria en la
Unión Soviética incluyó 3 remonetizaciones y 2 cambios de moneda. Ante la
virtual desaparición del uso del dinero, los soviéticos intentaron crear una
nueva medida de valor (de raigambre marxista) para pagarle a sus trabajadores,
basada en unidades de tiempo de trabajo. Este intento falló estrepitosamente y
fue abandonado en favor de una unidad llamada “rublo preguerra”, la cual
simulaba los precios relativos en la Rusia Monárquica de 1913 y se indexaban
los salarios mensualmente.
Por último, decidieron emitir
una moneda que el proletariado percibiera como estable. Dicha unidad era
libremente convertible al oro (chervonetz). El chervonetz presentó mayor
estabilidad, pero convivía simultáneamente con el rublo y se apreciaba
rápidamente. El gobierno seguía pagando algunas de sus cuentas en rublos, y
ello dificultaba el comercio.
Poco a poco, el rublo
desapareció de circulación y el chervonetz surgió como la moneda. El gobierno
había reconocido su error, por lo que el trueque y la distribución de raciones
previas a la NPE fueron sustituidas progresivamente por un sistema de
transacciones monetarias, el cual tuvo que sobrepasar varias etapas para llegar
a ser relativamente estable. En 1925, con la reforma monetaria casi completa,
la producción en la Unión Soviética creció 42%.
El caso monetario húngaro
también fue emblemático. En el programa de estabilización, el gobierno introdujo
una nueva moneda (florín) a un tipo de cambio de 400 octillones (4*10^29) de
pengő por florín, y de 200 millones (2*10^8) de “pengő impositivos” por florín.
Simultáneamente, se restableció un antiguo estatuto del Banco Central que
impedía créditos directos o indirectos al gobierno, exceptuando los casos en
que el gobierno depositara un monto equivalente en oro o divisas. Además,
controlaron la oferta de créditos mediante requerimientos de reserva de 100%
para los bancos comerciales.
Relaciones externas
La estabilidad monetaria
hubiera sido imposible en la Unión Soviética sin haberse esforzado en
aproximarse a la libre convertibilidad de su moneda al oro. Después de
repetidos intentos, la única solución que encontraron para que los agentes
demandaran la moneda fue darle un valor intrínseco, o al menos, asegurar que
fuera capaz de comprar algo con valor intrínseco. Pero lograr la libre
convertibilidad no fue fácil y tomó tiempo, porque la URSS no tuvo acceso
oportuno a créditos internacionales que le permitieran tener suficiente oro. La
razón de sus dificultades fue su previo default a la deuda soberana,
durante la revolución.
Sin embargo, Hungría si contó
con apoyo financiero internacional. EEUU prestó USD 15 millones entre mayo y
junio de 1946, y las Naciones Unidas concedieron el equivalente a USD 4
millones en comida. También pudieron recuperar USD 32 millones en reservas de
oro que el gobierno nazi había tomado, y sirvieron como cobertura para los
florines al momento de ser introducidos.
Por otro lado, se
especificaron y reestructuraron los plazos del pago de reparaciones y deuda. Se
extendió el plazo de 6 a 8 años, se acomodaron progresivamente los pagos de
amortización de manera que al comienzo fueran menores, y fueron eliminados los
intereses por penalidad de pago tardío de la deuda de 1945. Como parte de su
trato con la Unión Soviética, Hungría cedió sus acciones mayoritarias en la
empresa minera más grande de Rumania para amortizar los pagos en los primeros
años de reparaciones.
Good-bye Lenin… criollo
Tras analizar las experiencias
de la URSS y Hungría, salta a la vista que ni siquiera los regímenes
socialistas reales pudieron evitar un giro promercado (aun siendo temporal)
para frenar procesos
hiperinflacionarios.
Medidas efusivamente
criticadas como neoliberales por la izquierda venezolana durante los
años 90, como los recortes fiscales, la reducción de la nómina pública,
independencia del Banco Central, privatización de empresas y libre
convertibilidad de la moneda, debieron ser implementadas (o permitidas, en el
caso húngaro) durante la primera mitad del siglo XX por la nación epítome del
marxismo aplicado.
Más aún, en ambos casos debió
realizarse una reforma completa del sistema cambiario, a fin de utilizar el
tipo de cambio como variable ancla de expectativas. Ante una cotización
no-oficial que ha sufrido una depreciación mensual cada vez más acelerada en la
actualidad venezolana (19,9% mensual promedio durante el primer semestre de
2017 vs. 47,9% estimado para el segundo semestre de 2017), quedan pocas
dudas sobre la necesidad de prestarle similar atención a esta área de política
económica.
Ante un cierre casi total de
los mercados financieros para la República de Venezuela y Pdvsa, dado el evento
de crédito ocurrido en noviembre de 2017 y las sanciones impuestas por EE.UU.,
cabe recordar las dificultades rusas experimentadas durante el programa de
estabilización de 1921-1925, ocasionadas por un default de deuda
desordenado.
Venezuela requerirá apoyo
financiero multilateral para llevar a cabo un programa de ajuste macroeconómico
creíble. De lo contrario, los costos políticos de una reforma fiscal
comprensiva y una unificación cambiaria, dificultarían el compromiso del
gobierno de turno con sus objetivos declarados. Siendo este el caso, los
agentes económicos no creerán en la promesa de una autoridad monetaria
independiente y centrada en la estabilidad de precios, y seguirán reduciendo su
demanda de saldos reales en bolívares y agravando el ciclo hiperinflacionario.
Precisamente, esta ausencia de auxilio financiero fue una de las causas
fundamentales del lento proceso de ajuste soviético (aproximadamente, cuatro
años).
Pero los rojos también juegan…
Si bien parece inevitable que
un proceso de estabilización inflacionaria tenga sesgos favorables al
desarrollo de las fuerzas de mercado, no debe perderse de vista que tanto
Hungría como la URSS eventualmente revirtieron las medidas concernientes a
derechos de propiedad. Ello fue posible gracias a factores tanto externos
(estallido de la II Guerra Mundial en el caso ruso, dominación soviética en el
caso de Hungría) como a factores internos o de economía política de las élites
gobernantes.
Los bolcheviques lograron
afianzar su poder tras la implementación de la NPE, hecho que facilitó la
regresión hacia un mayor control estatal con la llegada de Stalin y de un nuevo
comunismo de guerra. En caso de haber enfrentado suficientes fricciones en la
coalición gobernante, o suficiente oposición de otras fuerzas políticas (si no
hubiesen sido derrotadas durante la guerra civil), tal retroceso habría sido
más difícil de implementar. En el caso húngaro, la estabilización ayudó a
sentar las bases para convertirse en la República Popular (comunista) de
Hungría en 1949.
En el caso venezolano, la
coalición gobernante del PSUV ha entorpecido cualquier ajuste estructural
propuesto internamente. Además, ha enfrentado la oposición de otras fuerzas
políticas que han capitalizado el descontento generado por la crisis y la
parálisis de política económica. Sin embargo, existen esperanzas de alcanzar un
cambio en la coalición que incluya elementos menos radicales, algunos
adversarios, o incluso un gobierno totalmente diferente. Solo de esta manera
será posible un ajuste.
Caso contrario, si la
coalición gobernante logra consolidarse o eliminar a aquellas facciones menos
radicales en su concepción de la economía a largo plazo, podríamos vivir uno
de los peores procesos hiperinflacionarios de la historia.
***
Referencias
[1] Lawton,
L. (1932). An Economic History of Soviet Russia.
[2] Ídem.
[3] Pickersgill,
J. Hyperinflation and Monetary Reform in the Soviet Union, 1921-26.
[4] Ídem.
[5] Bomberger,
W., & Makinen, G. (1983). The Hungarian Hyperinflation and Stabilization of
1945-46. Journal of Political Economy.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
10-01-18
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