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sábado, 3 de febrero de 2018

Con las manos en la masa por @cgomezavila


Por Carolina Gómez-Ávila


Hasta hoy no me había preocupado el interés notorio, continuo y articulado con el que trabajan medios y personas para construir una matriz de opinión favorable a una eventual candidatura presidencial de Lorenzo Mendoza.

No lo había hecho porque he confiado en que él mismo no contempla esa malhadada idea, como tantas veces ha declarado de manera enfática. Pero que esta vez no haya salido a atajar la especie, me da muy mala espina. Y peor me parece que haya gente que no comprenda por qué esa sería una pésima noticia para el futuro de la nación. Por ellos y para ellos, estas líneas.

Antes de 1998 -y después, pero discrecionalmente y con graves represalias en algunos casos- era uso y costumbre que los principales empresarios del país contribuyeran con prácticamente todas las campañas electorales (sí, así, sin distingo, con todas). Supongo que por eso escuchamos a los líderes políticos declarar que Mendoza estaría en su derecho de aspirar y que sería bien recibido a unas eventuales primarias. Alguno hay, más descarado, que ya le ha dado la bienvenida y que en paralelo propone una cesta de encuestas, como si no supiera que ya está más que encuestada su aceptación. Pero se entiende, ¿qué otra cosa pueden responder cuando les hablan de alguien a quien tanto le deben, verdad?

Lo que no se entiende es que siga habiendo venezolanos que el único artículo que conozcan de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, sea el 350. Pasen por el 299; ese que dice que el régimen socioeconómico del país se fundamenta en principios de libre competencia y que otorga a la iniciativa privada papel protagónico en el desarrollo de la economía (y ya que estamos, lean los subsiguientes) y dejen de insistir en que nuestro problema “¡es la economía, estúpido!”, porque nuestra vigente CRBV no es la causante de nuestra horrorosa situación económica; por el contrario, en ella está indicado el camino para salir de este desastre.


Pero tanto si usted cree que vivimos en un régimen comunista (como repite sin cesar el think-tank que financia la construcción de la opinión pública en internet) como si le parece que esta hecatombe fue orquestada por una corporación que más bien se parece a La Cosa Nostra neoyorquina (como a mí), la solución no pasa por poner a un capitalista al mando sino a un estadista que haga cumplir la Carta Magna y reinstitucionalice la República (por favor, note que esto se logrará tras un proceso paulatino, que no se trata de un decreto firmado por el Ejecutivo).

Como dijo claramente el ex primer ministro británico Tony Blair, el 8 de septiembre pasado (declaración silenciada por los medios de comunicación)
El problema de Venezuela no es un problema de la derecha contra la izquierda, sino un problema de la democracia contra la dictadura.

Y para solucionar ese problema hay que darle el poder político a quienes quieran y puedan reinstitucionalizar la República. Hablo de redistribuir la torta de poder político del Estado, que Gramsci explicó que se reparten Gobernantes, Militares y Sociedad Civil. Por mero rechazo visceral, seguramente usted se inclinará a darle más poder político a la Sociedad Civil. ¿Y es que no lo tiene ya? La Sociedad Civil es heterogénea, de ella forman parte los Poderes Fácticos (Empresarios, Medios de Comunicación, Iglesias), los Partidos Políticos y las Organizaciones de Ciudadanos (no pierda de vista que los individuos no tienen poder alguno según este esquema, a menos que estén organizados).

Creo que no hay suficiente conciencia del poder político del que disponen los Poderes Fácticos; o mejor dicho, no se ha entendido que son un poder político de hecho (“de facto”, por eso “fácticos”), y que “no ejercen presión política esporádicamente sino continuamente; y no sobre determinado orden de cuestiones sino sobre todas las cuestiones; y aunque en algún momento no ejercieran una presión determinada, su presencia y probable reacción es tenida en cuenta por los actores específicamente políticos, aun cuando su accionar las contradiga”. (Arnoletto, E.J.: Glosario de Conceptos Políticos Usuales, Ed. EUMEDNET 2007)

Los Partidos Políticos son los articuladores de la relación entre la Sociedad Civil y el Estado. Gracias a ellos, los intereses de los Poderes Fácticos no se imponen completamente sobre los intereses del resto de la población en su presión política permanente al Gobierno y Militares. Para evaluar el estado de los Partidos Políticos opuestos al Gobierno, asociados en la MUD, y que representan a millones de venezolanos -legal y también legítimamente- desde 2015 cuando les dimos abrumadora mayoría en la Asamblea Nacional, tomemos en cuenta que su poder político fue conculcado por el Gobierno en sucesivos golpes judiciales, que se dieron en escalada abrumadora hasta que fue evidente que este último se había constituido en dictadura. Ese poder político abatido el escenario interno, crece progresiva y constantemente en el internacional logrando apoyo de Gobiernos, organismos multilaterales y de nuevas instancias de mediación que -aunque no parezca- no permiten hacer al Gobierno todo lo que quisiera y que, de no oponérseles ellos, podría.

¿Y sobre el poder político de las Organizaciones de Ciudadanos? Este grupo variopinto goza de buena prensa gracias a reputadas ONG que mantienen su independencia, pero otras secundan ideas, iniciativas e intereses de los Poderes Fácticos que los apoyan económicamente. Los sindicatos no tienen la misma fama (muchos terminaron siendo apéndices del Gobierno). Y el mundo académico, en pobreza extrema y castigado por la dictadura, también depende de aportes de los Poderes Fácticos por lo que no es raro verles actuar alineados con las ONG. De manera que el segmento de Organizaciones de Ciudadanos, a veces es una réplica de la lucha de poder político entre el Gobierno y los Poderes Fácticos.

Decía el olvidado prócer Francisco Javier Yanes -en el Manual Político del Venezolano- que la mejor organización social consiste en hallar la mejor distribución posible de los poderes políticos. Entonces, ¿a quiénes conviene apoyar para garantizar un equilibrio que ofrezca paz, bienestar y prosperidad a la nación?

Lorenzo Mendoza es un empresario exitoso. Como tal es un representante conspicuo de los Poderes Fácticos, lo cual define su poder político actual y los intereses por los cuales trabajaría si fuera presidente, aunque durante décadas se haya destacado por apoyar al deporte nacional y cuidar el recurso humano de sus empresas granjeándose el afecto nacional. Claro que es un hombre brillante, inteligente y estoy segura de que ama a Venezuela. Sé que está en condiciones de aportar muchas ideas y soluciones para levantar a Venezuela de esta debacle, desde el sector empresarial. Y también sé que no es un estadista; que no tiene auctoritas sobre cantidad de delincuentes políticos y militares y que, en esas condiciones, la suya sería una presidencia acechada por los chantajes y las conspiraciones en la que su propia vida estaría en riesgo. Permanentemente amenazado, le resultaría imposible lograr los delicados balances de poder que se requieren para reinstitucionalizar la República. Urgido de resultados, no vería con claridad en cuáles parcelas ceder y cuáles armisticios firmar en función de un bien superior.

Quiero creer que Lorenzo Mendoza será sensato y no aceptará cruzar sus propios límites de poder. Estoy segura de que él, sus asociados y su familia también han sopesado el desgaste que tendría su prestigio tras pasar por una eventual presidencia. Porque el mismo hombre que hoy es idolatrado por algunos y profundamente respetado por todos los demás, terminaría siendo odiado por quienes no puedan tener en su mesa tantas arepas como sueñan. Y perdería el respeto del resto por satisfacer una ambición de poder inadecuada.

Estas son las razones. Por el destino de la patria, por nuestro futuro y el de él mismo, espero que Lorenzo Mendoza permanezca con las manos en la masa.

03-02-18




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