Por Willy McKey
Momento 1: “Muy señor mío”.
El eje central del análisis
de cualquier carta reside en su destinatario. En este caso, las palabras van
medidas por el mismo rasero, sin importar a quien vayan dirigidas. Así es como
el remitente ha decidido renunciar a la enorme posibilidad diplomática que
ofrece toda carta: hablarle individualmente al otro, persuadirlo a partir de
sus intereses e incitarlo mediante incentivos singulares. No ha sido así: las
mismas palabras para todos, los mismos argumentos para todos, la misma carta
para todos. Una carta calcada y encabezada con un apelativo distante y la
pesada carga del pronombre posesivo. De aquí en adelante, cualesquiera que sean
los destinatarios, lo mejor será sospechar de cuanto venga luego.
Y lo que viene luego es sólo
posible desde la asfixia: una oración eterna, inacabada e in finita que
adquiere forma de párrafo imposible.
Aire caliente y retórica
memoriosa.
La mitad de la carta está
vacía, pero irremediablemente conduce hacia un exhorto.
Momento 2: “Tras un esfuerzo
ingente de diálogo, auspiciado en los últimos meses por el esfuerzo ejemplar
del presidente y el canciller de República Dominicana, con el acompañamiento de
un grupo de países amigos, se culminó en un consenso básico”.
Aquel receso indefinido del
diálogo comenzó cuando la comisión oficialista decidió levantarse de la mesa y
volver a casa, sin revisar las modificaciones propuestas por la oposición al
documento presentado por Zapatero bajo el título de Acuerdo para la
Convivencia Democrática por Venezuela.
Aun así, a sabiendas de que
la comisión oficialista ya había vuelto a casa para rendir cuentas a
Miraflores, Zapatero decide emitir su carta a quienes horas antes habían
decidido señalar correcciones posibles en un documento ajeno, con el apetito de
lograr algún acuerdo.
El facilitador no le escribe
a quienes abandonaron la negociación para que reconsideren la contraoferta
opositora, sino a quienes mantuvieron los pies debajo de la mesa hasta el
último momento, exhortándolos a firmar algo que no cumple con sus expectativas.
Momento 3: “Un gran acuerdo,
que supone una esperanza real y valiente para Venezuela, concretado en un
documento presentado a las partes que da respuesta a los planteamientos
esenciales discutidos durante meses”
Hemos dicho que el documento
presentado por Zapatero lleva el capcioso título de Acuerdo para la
Convivencia Democrática por Venezuela. Por un momento, pensemos las bondades de
este título desde las comunicaciones.
El título de este documento
lo convierte en una herramienta útil para el aparato comunicacional del
gobierno, que incluso funciona mejor cuando no ha sido firmado. Nadie puede
quedar bien parado cuando se diga que se opuso a firmar un acuerdo para la
convivencia democrática, ¿cierto? Dentro de la lógica del facilitador Zapatero,
era mejor para la coalición opositora firmar un (mal) acuerdo antes que
mantener sus exigencias.
¿Quién podría oponerse a
algo con un nombre tan bonito como Acuerdo para la Convivencia Democrática por
Venezuela? Pues, al parecer, sólo alguien que lo haya leído por completo.
Momento 4. “De manera
inesperada para mí, el documento no fue suscrito por la representación de la
oposición”
La voz de la carta miente.
No Zapatero, sino la representación que la carta hace de Zapatero y de su papel
como mediador. Zapatero, más bien, sabe lo que dice.
Nunca pudo haber sido
inesperado para el facilitador que la oposición no firmara el acuerdo porque en
ninguna de las declaraciones públicas de los voceros, en especial las de Julio
Borges, se dejó ver algo distinto a que no habría acuerdo hasta que todo
estuviera acordado.
Y el innegable síntoma de
que una de las partes se levante de la mesa sin atender las modificaciones al
acuerdo que plantearía la otra parte de la negociación agrieta la frágil
estructura argumentativa del expresidente español. Y en esa medida, la carta
miente: el documento no fue suscrito porque estaba siendo revisado. Y aquí
aparece otro elemento merecedor de suspicacias, en las palabras públicas de
Danilo Medina: “La oposición no entendió que estaba obligada a firmar ese
acuerdo el día de ayer y pidió tiempo para ver el documento”.
Una negociación en la que
está prohibido revisar los acuerdos es víctima letal de la dictadura de lo
inmóvil y pierde todo sentido.
Momento 5. “No valoro las
circunstancias y los motivos, pero mi deber es defender la verdad”
Éste es el momento donde la
retórica juega en contra del remitente. Tras todas las articulaciones que hace,
¿cómo es posible saber cuál es la verdad, sin antes valorar circunstancias y
motivos?
La única manera posible es
hacerlo desde la miopía de quien cree que sólo una de las partes tiene derecho
a posicionar su verdad. Y ése es un lugar de enunciación que compromete la
figura de cualquier facilitador, poniéndolo de inmediato del lado de una de las
partes.
Si fuera necesaria una
compilación, el facilitador ha decidido ignorar que una de las partes decidió
obviar la contraoferta de la otra, exhortar a quienes se mantuvieron en la
negociación a firmar un acuerdo contrario a sus intereses y desatender las
opiniones emitidas sobre las condiciones del acuerdo mientras finge sorpresa.
Momento 6. “Le pido,
pensando en la paz y en la democracia, que su organización suscriba formalmente
el acuerdo que le remito, una vez que el gobierno se ha comprometido a respetar
escrupulosamente lo acordado”
Este exhorto frontal es,
quizás, el más opaco de todos los momentos que componen la última carta del
facilitador Zapatero. En el lenguaje del envite, es jugarse el resto: ya no le
interesan las versiones posibles, las correcciones, la igualdad de derechos de
las partes. Ni siquiera que ya uno de los lados de la negociación abandonó la
mesa está en Caracas, robándose una fecha que fue pensada en conjunto siempre
que se cumplieran otras condiciones. Ni siquiera que el anuncio de esa fecha
demostrara de manera fehaciente que el Consejo Nacional Electoral no decide de
manera autónoma, sino que espera la orden directa de quienes eran la cara del
gobierno apenas unos instantes antes de esta carta. Ni siquiera que ese mismo
gobierno que, según él, se había comprometido a cumplir escrupulosamente
lo acordado ya estaba de nuevo en su palacio, con los restos de la mesa en las
manos como excusas para su nueva falta de escrúpulos electorera.
Momento 7. “Espero su
respuesta favorable”
No espera Zapatero la
posibilidad de una negativa. No le da cabida a un desacuerdo más, a otra
negociación, a un no por respuesta. Su única expectativa es no-dialogante, casi
muda: un sí refrendado por la firma de un alguien que represente algo. Lo que
sea. Alguna parte que se ponga a su favor, así sea producto del tedio.
Y en medio de este delirio,
Zapatero se confiesa de un lado de la mesa.
Zapatero es la transcripción
de una voz que se vanagloria de sí misma, con la única intención de que le
crean esta última jugada. Pero el lugar de enunciación de Zapatero ya no es el
de un mediador o de un facilitador. Exhorta y no aconseja. Obliga. Y mientras
obliga, finge sorpresa. Atenta contra sus verdades aparentes e intenta venderse
a sí mismo como alguien neutral, al mismo tiempo que envía la carta en todas
direcciones, con el propósito de fracturar.
Porque esta carta pretende
que desde la miriada opositora aparezca otra voz que pacte con su performance y
firme.
Es su última carta: la
verdadera.
08-02-18
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