Por Marianella Herrera C.
Buscar alimentos…. En
Venezuela. Como si se tratara de Pepa buscando a Iván, en la película de Pedro
Almodóvar: “Mujeres al borde de un ataque de nervios”, solo que aquí hay Pepes
y Pepas, hombres y mujeres en la búsqueda. Y así finaliza el primer mes del
2018 para los venezolanos: al mejor estilo “Almodoveriano” intentando que el
ataque de nervios no nos consuma.
Nervios porque el sueldo no
alcanza, nervios porque había que esperar al 15 de enero para cobrar la primera
quincena del año, nervios porque no se consiguen los alimentos. Pepa, queda
embarazada al inicio de la película cuando Iván la deja, y así transcurren toda
clase de peripecias hasta que finalmente Pepa encuentra a Iván solo para
concluir que no vale la pena decirle nada, ella, Pepa, desde lo más profundo de
su corazón, luego de la búsqueda frenética y al encontrar al objeto de su
deseo, está convencida que no vale la pena contarle a Iván.
La diferencia es que en este
“thriller” que podría llamarse “Mujeres y hombres al borde de un ataque de
nervios buscando alimentos”, al final del día, si importa, importa porque las
madres y los padres quieren y deben alimentar a sus hijos, importa porque al
final necesitan cuidarlos, importa porque ya las madres no pueden seguir sin
comer para alimentar a sus hijos, importa y vale la pena seguirle contando al
mundo lo que ocurre en Venezuela.
Aquí los venezolanos estamos
al borde de un ataque de nervios porque desde hacer la lista del mercado,
pasando por la cansada búsqueda de alimentos, por la preparación y hasta llegar
a la mesa, entramos en una carrera de obstáculos que pareciera no tener fin.
En la travesía épica en
varios actos que nos toca vivir a los venezolanos para conseguir nuestros
alimentos hemos aprendido muchas cosas, una a planificar la comida, dos a
priorizar las compras, tres a utilizar los instrumentos financieros a
cabalidad. Por ejemplo: las tarjetas de débito o de crédito, hoy en día en
Venezuela son indispensables en los automercados ante la falta de dinero en
efectivo y los exorbitantes montos casi impronunciables a los que asciende un
mercado básico.
Vemos a adultos mayores, que
antes se quejaban de no saber utilizar estos instrumentos, utilizándolos de
manera impecable, memorizando claves que cambian cada tantos meses según los
requerimientos bancarios. Y cuarto: practicar el arte de la paciencia. Sí, cual
aprendiz de meditación Zen y trascendental o cual aprendiz de yoga en búsqueda
de la iluminación. Me explico, hace unas semanas mi provisión de carne de res y
pollo (sí, no soy vegetariana, lo asumo) bajó y se consumió, no había carne en
mi refrigerador. Entré en pánico, pero mi verdadero ataque de nervios vino
cuando me convencí que no tenía dinero suficiente para pagar lo que en otro
momento era mi mercado habitual de carnes.
¿Qué hice? ¿Cómo resolví?
¿Qué me pasó? ¿Qué aprendí? La obra, tal cual tragedia al más puro estilo
griego tuvo tres partes y un epílogo: Acto I: Búsqueda de sustitutos para
alimentar la familia mientras lograba obtener el mercado de pollo y carne y
encontré una alternativa con huevos, caraotas, arroz y vegetales picaditos tipo
arroz chino, pero con caraotas, quedó sabroso y rendidor. Acto II: Practicar el
OHM en repetidas veces mientras una vez “juntado” el dinero para pagar el
mercado de carne, pues entendí que ningún límite de mis tarjetas de crédito o
de débito iban a permitirme pagar el equivalente a unos escasos dolarcitos, que
en bolívares tienen un montón de ceros. Al pagar un quinto de la cuenta mis
tarjetas habían agotado el límite diario, pero al intentar realizar una
transferencia electrónica, tampoco podía pasar la totalidad de la cuenta.
Entonces mi querido lector, no me quedó otra que practicar el OHMMMMM, sin
embargo lo tortuoso del pago seguía sin permitirme traer el mercado a la casa.
Acto III: Luego de
desarrollar gran amistad y camaradería con el personal de la carnicería, lo
cual es lógico después de ir todos los días a presentarme con mi pequeño
voucher de transferencias y a continuar los pagos en tarjeta de débito y de
convencerme que más valía seguir en ese local, pues en los demás visitados
sencillamente no había carne) me armé de valor y pedí, más bien exigí que me
dieran todos los recortes de la carne encargada, que anteriormente yo solía
dejar en la carnicería, debo decir que me los dieron a la primera, tal es lo
usual de esa petición actualmente.
Epílogo: ¿Fue tortuoso? Si,
Valió la pena, sí, soy madre, hija y esposa, mi deber es alimentar a mi
familia. ¿Aprendí? Sí, practiqué y desarrollé el arte de la paciencia y el de
la socialización también, agradezco las inolvidables conversaciones con mis
amigos carniceros, y mis compañeros de angustias. ¿Vale la pena decirlo?: Sí, a
gritos, al mundo entero, no Pepa ahí no estoy de acuerdo, yo si le he dicho al
mundo (y lo seguiré haciendo) que en Venezuela es difícil alimentarse, que los
niños pequeños se nos mueren de desnutrición, que las madres y los padres no
comen para poder alimentar a sus hijos, y que los abuelos en lugar de brindar
su experiencia, también mueren de inanición. Pepa, aquí si vale la pena hablar
y lo seguiremos haciendo!
13-02-18
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