Por Gioconda San-Blas
“Hay que decretar al Zulia en
estado de emergencia por su situación eléctrica”. Quienes tenemos familiares
por esos lares sabemos que no hay fanfarronada en esa expresión, que los
zulianos pasan días completos sin servicio eléctrico, que las noches (y los
días, más aun) son de insomnio porque el calor de 40ºC o más agobia y no
hay manera de acondicionar la temperatura ambiental, que la comida se daña, los
equipos domésticos se averían y el agua no fluye porque la bomba no funciona.
Según expertos altamente
calificados en el tema, el problema de fondo en el Zulia es el grave
deterioro de las plantas térmicas del sistema eléctrico, ante la falta de
mantenimiento e inversión para sustituir repuestos y recuperar la
capacidad instalada. En Maracaibo, la falta de plantas hace que el sistema,
diseñado para suministrar dos mil megavatios, solo provee 130 (6,5%), lo que
hace necesario desviar hacia allá algunos megavatios del deteriorado sistema
interconectado nacional, también este en estado deplorable. O sea, ya que nada
sirve, compartamos miserias, que no abundancias.
No son las iguanas, ni los
sabotajes, ni el clima las causas de los problemas zulianos y nacionales en
materia de energía eléctrica. Es la incapacidad, la desidia, la
incompetencia profesional de quienes han sido puestos en cargos de alta
responsabilidad sin tener las credenciales necesarias para ellos. El carnet del
partido o de la patria, lo mismo da, tienen prelación sobre el saber; la
cercanía a los amos del poder privilegia la incorporación a cargos, aunque se
carezca de méritos y conocimientos para desempeñarlos.
La respuesta del gobernador
del Zulia ha sido acorde con ese menosprecio al conocimiento: sugerir al
ministerio público que abra una averiguación a esos expertos. Tanto
conocimiento sobre la materia apunta, según el personaje, al sabotaje. Días más
tarde, el ejecutivo por su parte pide detener a antiguos ingenieros de Enelca
por su conocimiento profundo (y sospechoso, no faltaba más) del sistema
eléctrico zuliano.
Hace meses, el médico jefe de
un hospital en Maracay reportó la casuística de chikungunya que estaba afectando
a la población de esa ciudad del centro del país. No solamente fue destituido
sino que tuvo que huir del país por cuanto sus declaraciones generaron una
orden de captura del ejecutivo regional en su contra. ¿Su delito? Informar para
prevenir, reportar para controlar la epidemia. La competencia en el cargo,
el conocimiento de una materia específica, la responsabilidad social como
germen de un cargo de traición a la patria, nada menos.
Un poco más tarde fue
juramentada una nueva ministra de salud. Fue destituida en menos de dos
semanas: había cometido el crimen de publicar las estadísticas de salud luego
de varios meses de silencio ministerial. Las cifras eran demoledoras en cuanto
al aumento de muertes de neonatos y parturientas en hospitales públicos, a la
vez que testimoniaban un incremento notable en el número de casos de malaria,
dengue y otras enfermedades de reporte obligatorio semanal. El problema
para el régimen no eran las muertes de inocentes o el sufrimiento del creciente
número de pacientes; el problema era que se documentara.
Para regímenes autoritarios o
dictatoriales, el conocimiento, el mérito intelectual, los logros
académicos han sido siempre fuente de sospecha porque de ellos deriva la
capacidad de pensar libremente, de cuestionar. Durante el régimen de Pol Pot en
Cambodia y en la revolución cultural china, miles de universitarios e
intelectuales (científicos, profesores, ingenieros, profesionales diversos,
maestros, escritores, músicos, artistas y otros) encabezaron las listas de
personas encarceladas o fusiladas, como enemigos burgueses, de etnia o
pensamiento.
Los “sospechosos” lo eran por
razones tan fútiles como usar anteojos, saber un idioma extranjero o tener un
título universitario. También ocurrió bajo los regímenes de Lenin, Stalin,
Mussolini, Hitler, Castro… Al alimón, “izquierdas” y “derechas” en sus
versiones extremas corren parejas en su repudio al conocimiento y al ascenso
intelectual de los pueblos en todas sus formas, sin reparar en los métodos
para lograr su sumisión.
Habrá quien diga que esos son
ejemplos extremos que nunca veremos por estas latitudes. Valdría la pena
recordar que hace unos años tampoco creímos llegar a ver casos como los
narrados en los párrafos anteriores; nosotros seríamos inmunes al virus cubano,
eso decíamos. Sin embargo, aquí estamos, en medio de un fanatismo ideológico
que no admite otra visión de la vida salvo la que ellos dicen representar, para
imponerla cualquiera sea el costo en vidas humanas y destrozos de toda índole
10-05-18
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