Por Gregorio Salazar
Si los sucesivos aumentos
salariales llegaron a darle algún margen de maniobrabilidad al gobierno, al
menos a los fines propagandísticos de seguirse autoproclamando el gran
protector del pueblo, tal efecto quedó definitivamente extinguido con el
incremento de salario mínimo y de cestatickets aprobados esta semana por
Nicolás Maduro.
Aquellos gestos que el pueblo
menos favorecido antes tal vez apreciaba como una sobadita solidaria, esta vez
fueron recibidos como una verdadera patada en el vientre, una burla macabra de
quienes no ven en el pueblo sino el objeto mediante el cual instrumentar sus
mecanismos de dominación y perpetuación. ¿Cuál aumento? ¿De qué me habla, señor
presidente?
La misma mañana que se
oficializó el nuevo monto integral de los ingresos a Bs. 2.555.500 un kilo de
espaguetis tenía en los anaqueles, ante los ojos de los consumidores
boquiabiertos, un costo de Bs. 2.228.200 y el envase de 500 gramos de margarina
Bs. 1.200.000. O lo que es lo mismo, una comida con esos dos ingredientes, un
resuelve apenas, necesita una erogación que consumiría toda la remuneración de
un mes de trabajo y todo el salario mínimo del siguiente, que además no se
recibe de una sola vez.
Por supuesto, no vamos a
incurrir en la necedad de contarle a usted vicisitudes, angustias, penurias que
todos corremos en esta Tierra de Gracia y de las cuales la referida no es más
que una de las tantas muy elocuentes que nos asedian. Si la usamos como
introducción de esta nota es con la única intención de llevar a preguntarnos:
bueno ¿y qué viene después? ¿Adónde conduce este absurdo? ¿Hasta dónde puede
caer un país sumido en este sin sentido? ¿Por cuánto tiempo es soportable, para
el gobierno y nosotros los ciudadanos, esta situación surrealista en la que
transcurre nuestra cotidianidad?
El proyecto chavista se ha
convertido en la sin razón de las sinrazones y sin embargo sus ejecutores no se
dan por aludidos. No abren juego a la búsqueda de soluciones. Desde hace meses
no se adopta una sola medida económica –mucho menos un programa– a la que pueda
atribuírsele una mínima dosis de racionalidad. Eso sí, todo es grandioso y
rimbombante: el Petro, el nuevo cono monetario, la operación “manos de papel”,
unas barritas de oro que son exhibidas fugazmente ante las cámaras, la
intervención del principal banco del país, pero finalmente volvemos a la dura y
cruda realidad: el país está perdiendo aceleradamente su viabilidad e incluso
ya hay quien vaticina que, al paso que vamos, dejaremos de ser exportadores de
petróleo. Lo que produzcamos se lo tragará el consumo interno.
Si fuera poca esa desgracia,
en esta coyuntura económica y social que ha potenciado los niveles de rechazo
al gobierno de cuatro por cada cinco venezolanos, encontramos que la oposición
perdió el sentido de unidad que antes la condujo a la victoria. Se percibe un
trasfondo de resentimientos y heridas no cicatrizadas. Sus partidos se muestran
como archipiélagos donde no fructifica ni un discurso integrador y coherente,
pues si algo se le critica a su dirigencia en la profunda mudez en que se
encuentra. Una sola palabra sale de allí: abstención. Y eso evidentemente no
basta.
Hay una profunda
desmovilización y eso se notó en las calles en fecha tan emblemática como el 1
de mayo.
Uno aspiraba a que las
elecciones presidenciales del 20M, un hecho político cierto independientemente
de quien las hubiera convocado, sirviera para que la oposición se reunificara:
harta ganancia; definiera un liderazgo para estos tiempos tempestuosos y que
alrededor de cual cerráramos filas cuando todo, incluido el propio gobierno,
pareciera a punto de un envión para el derrumbe económico definitivo.
Por el contrario, estamos
presenciando una guerra sucia descomunal, donde participan factores del
gobierno y la oposición, contra el único integrante de esa unidad que tomó la
decisión de participar electoralmente, una vez no fueron oídas sus propuestas
de escoger una candidatura por consenso o primarias. Los factores de oposición
no pueden tratarse como si después del 20M no se fueran a necesitar o como si
el país se acabara ese día. El 20M debía ser una fecha, todavía puede serlo si
así lo decidiera el pueblo urgido por su drama existencial, una fecha para
avanzar.
06-05-18
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