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sábado, 12 de mayo de 2018

Un error no se corrige con otro error Por @cgomezavila



Por Carolina Gómez-Ávila


De lo que nos dicen los expertos en transiciones democráticas, el objetivo de cualquier estrategia opositora es lograr el quiebre de la cúpula dictatorial. Intentar que algunos miembros de ella se rebelen y obliguen al resto a ceder el poder a través de unas “elecciones libres y justas”, cuyas características están claramente definidas por la Organización de las Naciones Unidas (y no incluyen partidos políticos proscritos ni aspirantes inhabilitados).

Si se lograra la cesión del poder “por la fuerza” o si se hiciera por medio de unas elecciones que no sean libres y justas, no habrá habido una transición a la democracia sino un cambio de mando de la dictadura

Por eso, como las convocadas para el 20 de mayo no cumplen las condiciones establecidas por la ONU, el 21 estaremos en dictadura. Y si el 10 de enero de 2019 hubiera un traspaso de banda presidencial, también. En cualquier caso, estaríamos ante un mandatario sin legitimidad de origen; algo que la comunidad internacional valora más que la legitimidad de ejercicio, por cierto.

Regresando a la aspiración de una transición democrática, en septiembre pasado el experto politólogo John Magdaleno explicó que, para lograrla, “la oposición tiene que jugar una simultánea de ajedrez, en la que el tema electoral es uno de 10 tableros” que deben atenderse “simultáneamente” y “en sucesivas rondas”. Los enumeró como: opinión pública nacional, movilización social, opinión pública internacional, organismos multilaterales, presidencias y parlamentos de otros países, conversaciones entre empresarios opositores y empresarios que se asocian a la coalición dominante, diálogo con chavismo descontento y moderado, Iglesias, militares y procesos electorales. Me detengo en esa suerte de ajedrez multinivel, porque las relecturas dan perspectiva y pueden explicar o pedir algunos cambios de posición.

Parto de la conjetura de que las sucesivas rondas permiten introducir o ajustar procedimientos utilizados en las anteriores, siempre que sea posible y se juzgue conveniente. Cada nueva oportunidad cobra sentido si se puede corregir la táctica de modo que aumenten las opciones de éxito.


De los diez tableros presentados por Magdaleno, tres estarían en el escenario internacional: uno tiene que ver con los medios de comunicación extranjeros, otro con los organismos multilaterales y un tercero con gobiernos de países específicos. Las gestiones estarían dirigidas a sensibilizar sobre el caso venezolano de modo que se produzcan nuevos respaldos y estos devengan en acciones que presionen a los miembros de la cúpula para provocar el quiebre. Vale acotar que muchas de estas acciones pueden no ser comprendidas por la población; la verdad es que desconocemos la mayoría de los intereses y puntos débiles de los miembros de la cúpula y podrían estar siendo atacados de maneras que parezcan descolgadas o anodinas.

En estos escenarios se han movido con especial énfasis los diputados de la Asamblea Nacional, pero en 2018 se han colado algunos extremistas para enturbiarlos pidiendo “injerencia humanitaria” (expresión que no debe ser disimulada como “intervención humanitaria”, “intervención internacional” para esconder que lo que se pide es una acción armada en territorio nacional). Quienes piden esto, no advierten que la “injerencia humanitaria” no derrocará al dictador, no promete solucionar la situación de la población civil (sólo “aliviarla”) y no pone límites de tiempo a la operación armada, por lo que podría durar muchos años.

Los otros ocho tableros que plantea Magdaleno están dentro de nuestras fronteras y cuatro de ellos implican a los Poderes Fácticos. Son los que atañen a la opinión pública nacional (orientada por los medios de comunicación social), a los empresarios asociados al Gobierno, a los militares y a las Iglesias. Pienso que no hemos logrado nuestro objetivo porque ninguno de ellos está ayudando sino interfiriendo y sugiero que no quieren transición a una democracia que no puedan controlar o que quieren, ellos mismos, ser (o seguir siendo) Gobierno.

Un tablero que obtuvo mucha atención en 2017 fue el del diálogo con la disidencia chavista. Hoy me parece que los desmarcados de entonces no tenían ascendencia alguna sobre los miembros de la cúpula ni liderazgo entre la población que la apoya. Lo peor es que han servido para escarmiento puertas adentro. Sin capacidad de quebrar ni de movilizar, es posible que lo que nos haya parecido disidencia apenas haya sido parte de la clientela descontenta.

Los dos últimos están más cercanos a la población: movilización social y procesos electorales. Esta coincidencia me recuerda aquello de “calle y voto, voto y calle”. La movilización social debe robustecer las nóminas de los partidos políticos, por lo que también debería afianzar su compromiso con los métodos democráticos. Pero en esta ronda se creó el Frente Amplio que abraza a los extremistas que enturbiaron las manifestaciones de 2017, generando rechazo de un segmento opositor. Tenemos muy fresca la historia, aún está llena de lágrimas y miedo que “enfriaron la calle”, que empacaron unos pocos enseres personales con destino incierto o se convirtieron en negativas a volver a manifestar. En función del objetivo, contabilizo aquí a cantidad de militantes que perdieron los partidos con más arraigo entre los jóvenes.

Cerrando la lista de esta ronda nos enfrentamos a la huelga electoral; es decir, al abandono de uno de los diez tableros citados por Magdaleno. Lo considero un error. Uno tan peligroso que sólo por sorpresa podría ofrecer un beneficio a la causa que nos une. Pero gracias a Magdaleno lo he puesto en perspectiva: es uno de diez, ni más ni menos.

Durante la revisión, cada quien habrá hecho su propio listado de errores y aciertos cometidos por la Unidad en cada tablero y seguramente los ha acompañado de reproches de distintos tonos. Mi lista está encabezada por la convicción de que, de entre todos los errores que pueda cometer una coalición que se enfrenta a una dictadura, el mayor y más grave es no permanecer monolítica.

Se acude a la convocatoria electoral en unidad o se abandona en unidad. Si la Mesa de la Unidad Democrática cometió un error atroz decidiendo hacer huelga electoral, Henri Falcón ha cometido uno muchísimo peor y de más serias consecuencias decidiendo ser un esquirol. Y a los rompehuelgas, es imposible apoyarlos.

12-05-18




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