Mons. Mario Moronta 07 de junio de 2018
Ha
concluido el drama de la Cruz. Jesús ha muerto y el soldado romano, con una
lanza, hace la última herida en el cuerpo aún caliente del Crucificado. No
rompe los huesos, como hicieron con los otros malhechores compañeros del
suplicio. Así se cumplía la Escritura. La lanza llega al corazón y de allí mana
agua y sangre… lo que aún quedaba en Jesús. También se hace realidad lo anunciado
por la misma Escritura: “Mirarán al que traspasaron”.
Queda
abierta la herida y se puede contemplar el corazón. Los Padres de la Iglesia y
la exégesis bíblica han sabido interpretar en este gesto, sobre todo con lo del
agua y la sangre que manaron del costado abierto del redentor, el nacimiento de
la Iglesia y el origen de los sacramentos. En todo caso, es un gesto concreto
con el cual se mide la intensidad de la salvación: la Víctima ha sido ofrecida
totalmente para la Salvación de la humanidad.
Siguiendo
a la Escritura, se nos invita a contemplar al traspasado. Y los padres
espirituales de la Iglesia de todos los tiempos han logrado palpar en esta
escena la fuerza del amor de Dios. El corazón es donde reside el amor. El amor
del Dios humanado se hace sentir por su inmensa misericordia, de la cual nos
habla el profeta Oseas. Ver el corazón traspasado de Jesús se contemplan las
entrañas del Señor. Su amor misericordioso brota desde sus entrañas y el
corazón es lo que hace sentir el amor del Señor a toda la humanidad:
particularmente ese amor se dirige a los más pequeños, a los débiles y
debilitados por el pecado, a quienes estaban en oscuridad. Al contemplar esta
escena se puede seguir lo que Pablo recomienda a los Efesios: doblar las
rodillas ante Dios y pedir que Jesús, el Cristo, habite por la fe en cada uno
de nuestros corazones. Esto hace pensar que sólo se puede contemplar el corazón
abierto de Jesús, desde el mismo corazón de cada quien, lleno de la presencia
salvífica del Señor.
A lo
largo de los tiempos, la Iglesia ha visto en esta imagen todo lo que se refiere
al amor profundo y decidido de Jesús. Para ello, se ha promovido la devoción al
Corazón de Jesús. Y, al hacerlo, sencillamente, se ha aceptado la invitación a
mirar, contemplar y saborear las riquezas del corazón traspasado. No es otra
cosa sino seguir poniendo la mira de fe en quien nos dio las consecuencias
radicales del amor redentor.
Pero,
al contemplar el corazón traspasado del Señor, no nos debemos quedar sólo en un
aspecto piadoso. Tenemos que ir más allá. Contemplar supone dejarse llenar de
la fuerza de lo contemplado. Es mirar y ser mirado; es abrir las posibilidades
para crecer y animarse a un enriquecimiento personal. Es volver a sentir, en el
caso del Corazón de Jesús, el porqué de su acción salvífica… y, sin lugar a
dudas, volver a ver en Él los rostros de quienes han sido asumidos por el dolor
salvífico del Señor: todos y cada uno de los seres humanos, particularmente los
más pequeños , los pecadores, los menospreciados.
Hoy,
en Venezuela, donde se le rinde un especial tributo al Sagrado Corazón de
Jesús, mirar y contemplar al que traspasaron debe llevarnos a varias acciones.
Una primera, volver a descubrir en ese Corazón de amor el rostro de tantos
personas que están sufriendo el menosprecio y los efectos del pecado del
mundo…los pobres, los que pasan hambre, los enfermos sin atención médica, los
presos, los abandonados por quienes se consideran grandes… Otra acción, es la
de dejarnos conmover por la misericordia de dicho Corazón, y, entonces,
dejarnos invadir por la fuerza de esa misma misericordia: así, no sólo podremos
poner en práctica el amor, sino hacerlo en el nombre del mismo Señor. Esto nos
llevará a un compromiso cierto y seguro, para que los hermanos sientan que todo
viene de Dios. Y, hacernos eco de lo que aconteció en aquel momento del Viernes
Santo. Ser instrumentos para que la gente pueda ver, contemplar y dejarse
llenar por el Corazón del Sumo Sacerdote quien ofrendó su vida por toda la
humanidad.
Mirar
al que traspasaron no es un simple slogan o frase para recordar. Encierra un
desafío: una contemplación que va a conllevar una comunión entre el contemplado
y quien ve al traspasado corazón lleno de misericordia. De allí una hermosa y
clara conclusión: dicha comunión hará posible que quien contempla no sólo se
llene de la misericordia sino que sea capaz de transmitirla con la práctica de
la caridad operante.
+MARIO
MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL
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