Vladimiro Mujica 07 de agosto de 2018
A mi
amigo Ernesto Medina,
quien
fue el primero en advertirme
sobre
el uso del gaslighting
Aparentemente
el término gaslighting proviene de una obra de teatro inglesa de 1938 “Gas
Light”, en la cual un marido intenta enloquecer a su esposa usando una variedad
de triquiñuelas y engaños, hasta llevarla a cuestionarse sus propias
percepciones y realidades. Posteriormente la obra fue llevada al cine en 1940 y
en 1944. En psicología la palabra comenzó a usarse unos años más tarde, y es
ahora definida como una forma de abuso mental, en la cual se intenta confundir
a la víctima para que dude de su memoria, de sus percepciones e incluso de su
cordura. Es interesante que esta forma de atropello mental y psicológico se
emparenta cercanamente con la implantación de memorias, una técnica empleada
por algunos terapeutas inescrupulosos, o simplemente incompetentes, para crear
recuerdos que el paciente juzga como reales a partir de una distorsión de los
hechos cuyo origen son las memorias reprimidas. Ambas técnicas de deformación
de la realidad ocurren frecuentemente en casos sutiles de ventajismo sexual que
no involucran violencia física.
El uso
de gaslighting, una palabra para la cual no hay una traducción adecuada al
español, y la implantación de memorias en el terreno personal sería, de por sí,
suficientemente condenable, pero en verdad este hecho palidece frente a su uso
como estrategia de control y dominación de la sociedad, especialmente bajo
regímenes autoritarios o totalitarios. Aunque sin ir tan lejos, el fenómeno ha
sido inclusive analizado en el caso de los Estados Unidos de Donald Trump en un
libro muy reciente y revelador de Amanda Carpenter “Gaslighting America: Why We
Love It When Trump Lies to Us” (Gaslighting a los Estados Unidos. Porqué nos
encanta cuando Trump nos miente). En el mismo se explora la tesis de que los
propios paradigmas culturales y políticos de la sociedad norteamericana pueden
contribuir a que esta sea víctima de las abiertas manipulaciones y mentiras
verificables del gobierno.
La
situación en Venezuela es particularmente preocupante porque el régimen,
indudablemente con la asesoría de los cubanos, ha desarrollado una maquinaria
de construcción de verdades a la medida, el equivalente de la implantación de
memorias, combinado con el creciente uso de técnicas de dominación psicológica
como el gaslighing, para demoler la psiquis colectiva de los venezolanos y
hacernos ver que el régimen es indestructible. Eso conduce a un debilitamiento
de la voluntad de lucha contra la oprobiosa dictadura que gobierna a Venezuela
y a la resignación de los ciudadanos. Es innegable que esta criminal estrategia
de destrucción del espíritu de la nación ha tenido un éxito importante, y es
uno de los elementos claves a tener en consideración para buscar salidas al
hueco histórico en que está hundido nuestro país. Una de las manifestaciones
más extremas de esta estrategia de control es la represión, incluyendo el
asesinato y la prisión de sus opositores, y la total insensibilidad del
gobierno frente a los padecimientos, el hambre y las enfermedades de la gente,
y sus oídos sordos frente a las protestas nacionales e internacionales. Ustedes
hagan lo que quieran, parece ser la única respuesta del gobierno ante las
protestas y el sufrimiento de su pueblo. Nosotros somos eternos.
Uno de
los mecanismos prácticos más importantes para el uso del gaslighting es la
manipulación de los hechos y la construcción de verdades a la medida en los
medios sociales. El reciente escándalo que ha rodeado el descubrimiento en
Facebook de un ataque articulado de distorsión dirigida sobre individuos y
hechos en la red social, probablemente emparentado con el ataque ruso contra la
candidatura de Hilary Clinton durante las pasadas elecciones presidenciales, ha
dejado nuevamente al descubierto la vulnerabilidad de los sistemas de
información públicos. Mucha gente dejó de leer periódicos y libros y de
consultar fuentes independientes, y su realidad, tanto para tomar decisiones
personales sobre compras y diversiones, como sobre asuntos políticos, proviene
exclusivamente de una limitada red de contactos y sitios web. Ello crea una
vulnerabilidad extrema cuyos alcances apenas estamos empezando a entender. La
construcción de la post-verdad, un término acuñado a propósito del manejo de
información para el diseño de realidades a la medida, se ha convertido, dada su
enorme relevancia, en un área de investigación en periodismo, sociología y
ciencias políticas.
De
vuelta al caso venezolano. Tan preocupante como las perversas estrategias del
régimen para la manipulación y control de la sociedad venezolana, es la
facilidad con que la oposición democrática es presa y víctima de estas
estrategias. ¿Qué duda cabe de que buena parte de las mentiras y distorsiones
sobre el liderazgo opositor provienen de laboratorios del gobierno? Para
muestra basta un botón, con la reciente campaña en relación a la doble
nacionalidad del presidente del TSJ en el exilio, orquestada por el chavismo
para deslegitimar a la institución. Todos deberíamos saber a estas alturas de
lo que el régimen es capaz. Sin embargo, no deja de sorprender como la gente se
hace eco de las campañas de destrucción de individuos, partidos e
instituciones. El asunto va inclusive más allá, porque es nuestra propia gente
la que usa las redes sociales para aniquilar a buena parte de la dirigencia
opositora, como si se creyera el ingenuo discurso según el cual el país está en
añicos por culpa de un mal gobierno y una mala oposición y que en consecuencia
es necesario salir de ambos, como si en verdad las responsabilidades fuesen
iguales.
Un
reciente artículo de Thays Peñalver, titulado “Aquí todos somos necesarios”
discute en excelentes términos un tema que yo he planteado insistentemente y
que puede resumirse en una frase: O nos salvamos todos o no se salvará nadie.
La conclusión inescapable y desconcertante es pues que las técnicas de
gaslighting e implantación de memorias que usa el régimen triunfan en buena
medida porque nuestra propia gente está dispuesta a aceptarlas y a convivir con
ellas, como si se tratara de un perverso gen cultural. Precisamente este ángulo
del problema es explorado en nuestro reciente libro “La Rayuela de Pablo. Un
Laberinto de Reflexiones sobre Venezuela”.
Entender
las ramificaciones y complejidades del uso de las herramientas de la psicología
social para entender el hecho político, más allá de las consideraciones del
materialismo histórico en el que muchos de nosotros crecimos, es un reto
intelectual fascinante.
Pero,
trascendiendo el disfrute intelectual, aterra la fragilidad de nuestras mentes
individuales y nuestra psiquis colectiva ante la manipulación estructurada y
planificada como instrumento de dominación social. Hace mucho tiempo que
deberíamos haber entendido la naturaleza del enemigo al que nos enfrentamos
Vladimiro
Mujica
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