Por Carolina Gómez-Ávila
Pareciera que “-ismo” es el
sufijo más importante en la historia política de los pueblos. Se pega como una
lapa, hasta el agobio, de casi cualquier adjetivo, sustantivo y, con especial
fruición, de los nombres de algunas personas para convertirlos -con mérito o
no- en doctrina, sistema, escuela o movimiento.
Me preocupa que cada “-ismo”
sea considerado una ideología y exija ser tratado con el respeto y rigor que
estas ameritan. Me preocupa que los “-ismos” formen parte del idioma que quizás
tendríamos que estudiar para intentar descifrar el pergamino de la tragedia
nacional mientras soplan estos horribles vientos huracanados.
En estas preocupaciones me
encontré el discurso de un académico sudamericano contando que Napoleón
Bonaparte, atacado por algunos ideólogos, comenzó a usar ese término para
referirse despectivamente a quienes debió llamar doctrinarios, “o sea, a
personas privadas de sentido político y, en general, sin contacto con la
realidad”.
Añade Jorge Reinaldo Vanossi:
“[…] a partir de Napoleón, se inicia la historia del significado moderno del
término que se aplica, no a una especie cualquiera de análisis filosófico, sino
a una doctrina más o menos privada de validez objetiva, pero mantenida por los
intereses evidentes o escondidos de los que la utilizan”.
Más adelante, para
reafirmarse, echa mano del “Diccionario de filosofía abreviado” de José
Ferrater Mora: “Las ideologías se forman –interpretando lo que dice Marx– como
enmascaramientos de la realidad fundamental económica; la clase social
dominante oculta sus verdaderos propósitos”
Advertidos pues, quedamos, de
que cualquier ideología puede servir como instrumento de lucha con intenciones
hegemónicas. Debe ser por eso que, frecuentemente, vemos convertidos algunos
infelices idearios de autores más o menos populares, en un “-ismo” con
aspiraciones autocráticas.
Tómese en cuenta que un
ideario lo puede tener casi cualquiera porque se trata de un conjunto de ideas
o creencias fundamentales que caracterizan una manera de pensar y/o sirven para
justificar una manera de actuar: un doblez de los “-ismos” que es útil para
ganar adeptos dispuestos a luchar en todos los frentes y le garanticen poder a
su autor.
Algo así como el chavismo -o
sea, el ideario de Chávez- que sólo es realizable vendiendo millones de
barriles de petróleo a más de 100 dólares y una casta de funcionarios corruptos
a más no poder, obligados a practicar la lealtad con el hombre y nunca con las
instituciones, con la patria o con sus connacionales.
Así que vistos un poco más de
cerca los “-ismos”, pienso que no hay que conceder tan fácilmente el sufijo a
otros de la misma camada porque, por el camino que vamos, cualquier crápula
trascenderá como ideología.
Y yendo un poco más allá, si
es por asunto de “-ismos”, más conviene resumirlos todos en el oportunismo que
es un antivalor. O mejor: la negación de todos los valores a fin de aprovechar
al máximo las circunstancias para beneficio propio. Sí, ese es el único “-ismo”
que merece la dictadura.
04-08-18
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