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lunes, 8 de octubre de 2018

Cabeza de turco por @Gvillasmil99



Por Gustavo J. Villasmil Prieto


El recorrido por las páginas de My name is red, la gran novela del Nobel Orhan Pamuk (Estambul, 1956), me reconcilió con la tesis de Arnold Toynbee según la cual los antiguos turcos constituyeron una civilización en toda regla. Erigido sobre las ruinas de la otrora grandeza de Bizancio, el orden de los osmanlíes eventualmente llegaría a amenazar al de los reinos cristianos de Occidente hasta caer finalmente derrotado a manos de la poderosa armada española de Don Juan de Austria en Lepanto, la célebre batalla naval que se saldara con el hundimiento de la flota otomana de Alí Pachá y con la pierna de Miguel de Cervantes un día como hoy de 1571.

En aquellos tiempos de guerra contra el imperio turco se honraba a los guerreros cristianos que en sus picas exhibieran la cabeza cortada a cercén de algún enemigo. El macabro trofeo solía ser exhibido en villas y pueblos y a él se atribuía, como al bíblico chivo expiatorio, la responsabilidad de todo lo malo que allí aconteciera.

Era la “cabeza de turco”, moquete con el que todavía hoy se designa a los “pagapeos” del mundo a cuyas espaldas se carga el peso de todas las culpas
Pero mi admiración por aquella altísima civilización jamás fue óbice para encontrar absolutamente risible la pretensión histórica de los gobiernos de Ankara de erigirse como “potencia” en un continente que, con Thomas Mann a principios del veinte, bien claro que se los dejó dicho: Europa llega hasta el Bósforo. Es el “west” y el “rest” de Niall Ferguson y los de la Media Luna quedaron irremediablemente del lado del “rest”. Punto. Lo demás es música de fondo.

Meterse en Europa aunque fuese por la ventana se constituyó en una verdadera obsesión para Mustafá Kemal, quien además tuvo el tupé de hacerse llamar “Atatürk” o “padre de todos los turcos”. El tipo hizo de todo con tal de montarse en el tren de Occidente: ¡hasta sancionó una curiosa ley que prohibía el fez, el sombrero típico de la vestimenta turca! A este personaje mi municipio distinguió hace años nombrando una calle en Valle Arriba y erigiéndole una estatua pedestre simbólicamente emplazada en la hermosa arboleda de la urbanización Santa Sofía. Atatürk, el de las gavillas de los llamados “jóvenes turcos” cuyos garrotazos preludiaron el horrible genocidio armenio de 1915 a 1923 del que diera cuenta, entre otros, el tachirense Rafael de Nogales Méndez, ¡tiene en Baruta la estatua de bronce que jamás se levantó, por ejemplo, para honrar la memoria del gran Arnoldo Gabaldón, benefactor de la humanidad!


Solo a Maduro y a su torpe diplomacia, siempre en junta con lo “peorcito” de cada vecindario, podía ocurrírseles montar todo este tinglado con la distante Estambul, ciudad con la que tenemos más frecuencias de vuelos semanales que con La Fría. Y para más “inri”, con el impresentable señor Erdogan al lado, que en la Turquía de hoy hace de short-stop, “cuarto bate”, novio de la madrina, coach de tercera, manager del equipo y hasta de vendedor de las entradas para el juego, ¡todo al mismo tiempo! ¡Y luego el señor se indigna cuando le cierran en la cara la puerta de entrada al club de las democracias occidentales de Bruselas!

Es en tales contubernios en los que surgen escenas como la que toda Venezuela vio por las redes sociales hace pocos días: la de la delegación presidencial, con su jefe a la cabeza, en pleno condumio alrededor de la generosa mesa que les servía un habilísimo cocinero turco cuyo negocio consiste en venderle aunque sea bofe a cualquier socialité que reserve una mesa allí y que lo pague a precio de Chateaubriand. El video probablemente habría quedado para la guasa y el olvido de no ser porque el pantagruélico banquete del presidente ha resultado en una bofetada al rostro de un país de hambrientos que buscan entre las basuras, cuando no por las carreteras transandinas, algo que llevarse a la boca y aplacar su tormento.

El pensador español Javier Gomá, en su notable libro de 2009 titulado Ejemplaridad pública, destaca la superior exigencia ética que se impone sobre los hombres y mujeres al frente de responsabilidades de estado en todo lo que a sus vidas concierne, incluso en el ámbito más privado. Para quien detenta el poder, lo que se debe hacer ha de pesar siempre más que lo que se pueda o se quiera hacer. La escena del restorán Nusr-Et de Estambul no puede sino ser un escupitazo sobre un país en el que no llega a 40% la proporción de familias que pueden ver productos cárnicos en su mesa alguna que otra vez, en el que el 64% de sus ciudadanos ha perdido en promedio 11 kilos de peso y en el que 8.2 millones de almas comen una o quizás dos veces al día, jamás tres.

La sal vertida a granel por el lunchero turco arde cruelmente en la herida venezolana. Como seguramente también ardió sobre la herida turca el desprecio sufrido por aquellos miserables que desde la caída del Imperio Otomano y hasta hoy escapan por millones del hambre y de la pobreza expulsoras emigrando a Alemania para hacerse de un poco de pan en medio de terribles humillaciones, como lo denunciara el valiente periodista Günter Wallraff en aquel célebre libro suyo de 1985 traducido al español precisamente con el título de Cabeza de turco.

No hagamos entonces del cocinero Nusret Gökçe, también conocido como Salt Bae, el “cabeza de turco” del infeliz impasse del restorán Nusr-Et. Como todo buen payaso, el tipo vende su circo. Ese es su negocio. La reflexión sesuda que nos debemos aquí es la que tiene que ver con la definitiva pérdida en Venezuela de todo vestigio de esa ejemplaridad pública a la que se refiere Gomá. Estamos asqueados de ver a ministros, “chivos” y jerarcas de toda índole jugando a los tórtolos con sus parejitas de turno en Times Square, los Campos Elíseos o la Sthephanplatz de Viena siendo que millones de venezolanos recorren el mundo buscando qué comer.

Todos los días nos los encontramos por la calle a bordo de sus camionetas de 50 mil dólares y exhibiendo su inconfundible estética de pacotilla enmarcada en costosos outfits de Tommy Hilfiger mientras que frente a ellos pasan, como sonámbulos que caminan sin rumbo, manadas de niños nómadas descalzos y llenos de costras de mugre que piden migajas a los transeúntes.

Tal es la degradación a la que ha llegado el servicio público en Venezuela en su progresiva sustitución por un ejercicio impúdico de onanismo funcionarial con el que el capitoste de marras trata de “sacarse el clavo” que quedara incrustado en su memoria tras muchos años de arepas en el hoy desaparecido “Tropezón” o de modestos zumos y batidos en “Mi juguito”.

Para él, para ellos, atrás quedaron para siempre Catia y la Intercomunal de El Valle. En adelante, sus vidas habrán de transcurrir sin pudor alguno por las calles del madrileño barrio de Salamanca, por la Quinta Avenida de Nueva York o por los parisinos predios de Saint-Germain-des-Prés. Porque la desvergüenza pública es ahora nuestra divisa

Pero más grave aún es mi preocupación al constatar que para mucho declarado “opositor” por allí el quid del asunto está en si Maduro engulló dos, tres o más filetes de aquella parrilla turca o en sí dejó para los demás comensales al menos una que otra hallaquita. Allí radica la verdadera dimensión ética del drama venezolano de estos tiempos, drama del que la “corrección política” no pareciera querer hablar: el de la trágica pérdida de toda noción de ejemplaridad pública. Porque en Venezuela, como dice el propio Gomá, “sobran leyes pero faltan conductas ejemplares”, ¡en ambos lados del espectro político!

De allí que extensa y profunda deba ser, necesariamente, la “cirugía social” que se ha practicar algún día sobre el enfermo cuerpo social venezolano. Para extirpar de él radicalmente la pústula hedionda del enchufismo y todas sus derivas. Para no seguir, como hasta ahora, buscando en todo una “cabeza de turco”.

Referencias:
Landaeta Jiménez M, M Herrera Cuenca, G Ramírez, M Vázquez (2017) Encuesta de Condiciones de Vida en Venezuela, ENCOVI. En: www.ucab.edu.ve (recuperado el 1 de octubre de 2018).
Quero de Trinca, M (2005) Rafael de Nogales Méndez. Colección Biblioteca Biográfica Venezolana, CA Editora El Nacional, Caracas.
Gomá, Javier (2009) Ejemplaridad pública. Editorial Taurus, Madrid.
Wallraff, G (ed.2006). Cabeza de turco. Anagrama, Madrid.

06-10-18




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