Por Andrés Cañizález
El día del
periodista del año 2001 marcó un verdadero punto de inflexión, a mi
juicio, en la de por sí compleja relación del chavismo con los medios de
comunicación y el periodismo. El fallido golpe de abril de 2002 dejó
alineados a los medios con el breve poder de facto de Pedro Carmona, pero en
realidad ya Hugo Chávez los había colocado en la acera de enfrente 10 meses
antes.
Aquellos primeros años del
chavismo todavía permitían cierta irreverencia. Mantengo en mi memoria el
acto del día del periodista del año 2000, cuando una aguerrida Vanessa
Davies se presentó con una pancarta en el acto para denunciar las
desapariciones forzadas que ocurrieron durante la tragedia de Vargas, en
diciembre de 1999. Chávez prometió investigar a fondo lo ocurrido. No lo
hizo. Y Vanessa pasó a formar parte del staff de periodistas del régimen, hasta
que hizo preguntas sin guion.
El bochorno de las
desapariciones forzadas pasó al olvido en el seno del chavismo, al punto que
este caso llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Y tal fue
la decisión del régimen de negar lo ocurrido que recién el año pasado el
Tribunal Supremo de Justicia denegó un recurso para sancionar a los responsables.
Volvamos al día del
periodista de 2001. Dicho acto aún fue organizado de forma conjunta entre las
autoridades y el Colegio Nacional de Periodistas, como había sido la
tradición desde décadas atrás. Debe haber sido la última ocasión en que eso
ocurrió, ya que después de abril de 2002 el regreso de un Chávez “reload” al
poder abrió una verdadera brecha entre el periodismo y el poder político.
En el acto del día del
periodista de 2002, en junio de aquel año, ya fue excluido el CNP y los premios
tuvieron un claro sesgo con plumas que estaban al servicio del régimen.
Pero ya dicha brecha estaba
anunciada antes del “Carmonazo”, precisamente en ese acto de junio de
2001. Chávez allí fustigó a los medios, sin distinguir, y sin hacer
diferencias entre lo que podría ser la empresa periodística y los periodistas
como tales.
A su juicio, la prensa
en su conjunto representaba un enemigo de su proyecto político y estaban
destinados a la confrontación. Con un Chávez que habló tanto en su vida, a
veces se perdían mensajes inequívocos como éste, que luego terminarían
convertidos en una política pública. Años después se entronizaría Andrés Izarra
como el artífice de la “hegemonía comunicacional”
Chávez y los medios tuvieron
una corta luna de miel entre 1999 y el 2001. Siempre se recuerda
la pléyade de periodistas y personas del mundo mediático que abiertamente
apoyaron al chavismo en la hora inicial y que luego le fustigaron tales
como Alfredo Peña, Carmen Ramia o Napoleón Bravo.
O aquellos que dejaron el
periodismo para ser fichas del poder chavista como Eleazar Díaz
Rangel, Ernesto Villegas o la propia Vanessa Davies.
De las palabras a las
acciones
Pero tal vez las figuras
determinantes en lograr aquella luna de miel entre el chavismo estrenándose en
el poder y el poder mediático resultaron ser el fallecido Luis Miquilena y José
Vicente Rangel, con serios problemas de salud en estos tiempos.
Miquilena y Rangel fueron en
aquel tiempo verdaderos operadores. Solían hacer llamadas a los medios cuando
Chávez se refería a ellos y calmaban los ánimos. Visitaban de imprevisto a
propietarios de medios. Su papel en aquel momento estaba en suavizar el
discurso aguerrido del comandante.
Los sucesos de abril de 2002
también rompieron aquella comandita entre Miquilena y Rangel. Se
perdieron los vasos comunicantes. Y a partir de entonces el chavismo, en
relación con los medios, pasó de las palabras a las acciones.
07-05-19
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