Por Marino J. González R.
En la próxima década América Latina
confrontará un extraordinario reto. La región avanzará en la transición
demográfica, es decir, aumentará la proporción de personas con edades
superiores a los 65 años. Esto significa que los servicios sociales deberán
adaptarse a personas que vivirán más tiempo, y, por ende, tendrán mayores
requerimientos de protección social. Este proceso marchará en paralelo con el
incremento de la población en aproximadamente 100 millones de personas en el
período, para alcanzar en 2030 una población total de poco más de 700 millones
de habitantes.
Este profundo cambio en la
organización de las sociedades requerirá mayores recursos fiscales. Ya algunos
países deben dedicar a la atención es salud, solo por mencionar un área de
protección social, casi el 10% del PIB. Solo hay que imaginar los efectos en
los requerimientos de recursos que traerán los cambios señalados. Es crítico,
entonces, conocer las previsiones sobre la capacidad de las economías de la
región para contar, de manera sostenible, con los recursos necesarios para esta
mayor demanda de servicios.
La experiencia comparada
indica que los países que alcanzan niveles sostenibles de crecimiento
económico, lo hacen porque producen de forma diversificada. Esto es, fortalecen
las capacidades para producir distintos tipos de bienes, con mayores niveles de
sofisticación. Esta idea no es nueva. Más bien está en el centro de las
preocupaciones de Adam Smith al analizar la riqueza de las naciones hace más de
dos siglos. Según Smith, aquellos países que lograran ampliar sus capacidades,
a través de lo que denominó “cantidad de ciencia”, serían los que alcanzarían
el mayor nivel de riqueza. Por cierto, también Smith destacaba que en esta
tarea era muy importante contar con sociedades “bien gobernadas”.
Desde esta perspectiva, es
fundamental conocer el desempeño de las economías de la región con respecto a
la diversificación. Tanto el MIT como la Universidad de Harvard realizan
mediciones de la “complejidad económica” de cada país. En la medida que exista
más complejidad económica en un país dado, eso significa que la diversificación
de la producción es mayor, especialmente porque los productos elaborados serán
requeridos en otros países. Es decir, la capacidad de exportar es una expresión
de la producción de valor agregado. Las mediciones indicadas están actualmente
disponibles en internet, con datos de los últimos cincuenta años (en el caso
del MIT), y de poco más de veinte años en la Universidad de Harvard. Ambas
mediciones coinciden en estimar que Japón y Suiza son las economías de mayor
complejidad en el mundo.
Según el Observatorio de
Complejidad Económica (MIT), a finales de los años sesenta del siglo pasado,
siete países de América Latina (sobre un total de 20) tenían mediciones
positivas de complejidad económica, esto es, contaban con mayor diversidad de
capacidades para producir que el promedio de los países del mundo
Casi cincuenta años después
(2017), el número de países aumentó muy discretamente, a ocho. Cuatro países
(México, Panamá, Costa Rica, Uruguay) se mantuvieron en el grupo con mayor
diversificación económica en el período, aunque los tres últimos presentaron
menores índices de complejidad en la última medición. México es el único país
de la región con un índice superior a 1 (Japón tenía 2,30 en 2017). Brasil,
Argentina, Colombia, Chile han ingresado en el grupo de las economías de mayor
complejidad, aunque en los dos últimos países con valores muy discretamente
positivos.
Entre los países con menor
complejidad económica se puede observar que Ecuador y Bolivia ocupan los
lugares más bajos en la comparación con la región. En la medida que los países
tienden a concentrarse en pocos productos de exportación (por ejemplo, petróleo
o minería), en esa misma proporción disminuyen las posibilidades de alcanzar
sostenibilidad en el crecimiento, y, por ende, en la satisfacción de los
requerimientos de recursos para niveles más exigentes de producción y de
prestación de servicios.
Para más de la mitad de los
países de América Latina, la interacción en un mundo de mayor complejidad
económica está muy distante. Para aquellos que han mostrado niveles discretos
de mejoras, las exigencias se harán mayores si decrece el crecimiento mundial y
se sustituyen mercados con nuevas tecnologías o con arreglos productivos en
otras áreas del mundo como Asia y África. Esto implica que los acuerdos de
gobiernos, sectores productivos, universidades, para promover economías de
mayor complejidad, es una tarea de primer orden, son pena de que la región no
pueda generar los nuevos espacios productivos que facilita el avance de las
tecnologías y la sociedad del conocimiento.
Pareciera que, al ritmo
actual, aumentar “la cantidad de ciencia” de la cual hablaba Adam Smith, será
inviable en la mayor parte de la región
08-05-19
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