Por Simón García
El objetivo de la política
es la búsqueda de una sociedad más justa, con la mejor calidad de vida y la
mayor libertad. Su sentido moderno consiste en desarrollar esta justificación
social y humana, ganando poder gracias a la superioridad de sus estrategias y
el buen empleo de sus fuerzas. Sin la acumulación exitosa de estos dos recursos
los tiempos de cambio no abren.
El nuevo pico de desafío al
régimen autoritario, encabezado por Juan Guaidó, cubre apenas un 3% del dominio
político chavista. Durante 20 años la sociedad ha mostrado una extraordinaria
resiliencia frente a una autocracia que ha incorporado a sus tecnologías
de control y dominación los más sofisticados avances experimentados en el
cambiante ataque planetario contra la democracia.
Una peculiaridad de la
actual tragedia venezolana es que el desmantelamiento de la democracia y la
economía privada comenzó por una victoria electoral. Un líder carismático que
personalizó esperanzas colectivas, realizó la anhelada proeza revolucionaria de
colonizar pacíficamente al Estado. Desde este origen se montaron madejas
de intereses, corruptos y delictivos, que distorsionaron las iniciales
expectativas y llevaron a una voraz rapiña sobre la renta, la calculada
confiscación de los derechos políticos, el desconocimiento de la Constitución y
la destrucción del país.
Sólo la indetenible reacción
de la gente a la brutal confiscación de sus condiciones de vida y la
indignación ante el enriquecimiento masivo puede explicar que, desde sus
ruinas, Venezuela se haya unido en el rechazo a Maduro. Su régimen
ilegítimo y acosado por las presiones de las democracias del mundo, se niega a
soltar poder. Aunque en su seno han aparecido señales para participar en la
modelación de una transición hacia la democracia. Ellas aumentarán mientras la
aprobación de Maduro cae al piso.
Guaidó y los diputados de la
Asamblea Nacional, con el apoyo de la comunidad internacional y la movilización
popular, montaron un reto al poder que lo colocó al borde de la sobrevivencia y
en brincos para sortear vulnerabilidades.
Tiene aún fortalezas que no
hay que subestimar y la posibilidad de mantener, no un empate, sino una agonía
destructiva con graves costos que pueden ahorrárseles al país
La tarea fundamental de los
demócratas es contribuir a a realizar elecciones justas, con un nuevo CNE, la
desaparición de la Asamblea Constituyente y la formación de un gobierno de
Unidad. En esa perspectiva hay que aumentar las bases consensuales para
introducir los cambios que requiera la estrategia de cambio, ampliar la
coalición alternativa y fortalecer el liderazgo de Guaidó. Tres capacidades que
no son monopolio de un partido. No es por las minorías, obligadas también
por el interés de conjunto, por donde hay que comenzar a reclamar y desunir.
Se mantiene retóricamente el
cese de la usurpación, aunque la vida ya resolvió ese debate. Ahora, con todas
sus tensiones internas, las distintas variantes opositoras, incluidas las
extremistas, están obligadas a imaginar contribuciones y minimizar desacuerdos
Una manera de vincularse al
país que necesita entenderse, votar y no levantar barreras al futuro y a
soluciones que debemos construir juntos para recompensar los retrocesos
materiales sufridos y sanar las heridas al alma de la nación.
09-06-19
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