Por Hugo Prieto
Quizás la economía sea
insuficiente para explicar la tragedia que nos atenaza. No es sólo cuestión de
déficit y de brechas. La sociedad venezolana necesita repensar muchas cosas.
Desde las estructuras del Estado hasta el papel que juega la población. Parece
que la condición de ciudadanía no es innata, hay que ganársela.
La única manera de que
la democracia prospere es creando una institucionalidad que medie para procesar
los conflictos —todos de índole política— que caracterizan la relación entre
partidos políticos y sociedad civil y entre partidos políticos y el Estado.
Esto es sólo uno de los
elementos de la tesis que sostiene Humberto García Larralde* en su
reciente libro La devastación de Venezuela. Razones y tragedias de un
populismo redentor, cuyo prólogo escribe Moisés Naím. “Con sus argumentos —dice
Naím—, el autor no sólo pretende evaluar al chavismo con equilibrio y rigor
intelectual, sino también identificar las lecciones que se derivan del trágico
experimento venezolano”. Como no se trata de buscar culpables o alentar una
cacería de brujas, “García Larralde necesita el oído de los chavistas, así que
su argumento central no puede ser tanto insistir en la responsabilidad del
chavismo en la catástrofe nacional, como explicar cómo sus males son una
consecuencia directa de profundos factores históricos anteriores a la
revolución bolivariana liderada por Hugo Chávez”. El libro, además, es útil
para contener el simplismo con que se tacha y descalifica a quienes piensan
distinto.
¿Qué fue lo que cambió
entre 2016, año en que usted presidió la Academia Nacional de Economía, y 2020?
Lo pregunto porque su discurso se fue radicalizando.
Hasta el año 2016,
quizás, había la esperanza de que se pudiera enderezar el rumbo, en el sentido
de que el gobierno de Maduro atendiese las sugerencias, las propuestas, que no
solamente hicimos nosotros (los economistas), sino mucha gente. Pero luego de
2017, lejos de cambiar, el gobierno siguió con su política deliberada de seguir
destruyendo al país y la forma de vida de los venezolanos. A estas alturas,
creo que no hay dudas, de que ese era —y sigue siendo— el propósito de los
señores que están al frente del Estado, entre otras cosas, porque su principal
interés es saquear el país.
Usted ha insistido en
que la destrucción es total. ¿Cuáles serían los nódulos más importantes de esa
destrucción?
Para finales de este
año, el FMI pronostica una caída del PIB del 20 por ciento con respecto al año
pasado. Eso significa que la economía venezolana será —al cierre de 2020— una
cuarta parte de lo que era en 2013, cuando inició el gobierno de Maduro. ¡Una
cuarta parte! Por otro lado, todos los venezolanos saben cuál es la situación
en que se encuentran los servicios públicos —agua, electricidad,
telecomunicaciones—, todos están colapsados. No hay gas, no hay gasolina. El
país se ha caído literalmente a pedazos. Y esto ocurre, además, con una
presencia creciente de mega bandas y grupos armados ilegales de la más diversa
índole. No hay seguridad. Venezuela se ha ido descomponiendo progresivamente
por culpa de la desidia, del desinterés de quienes se han concentrado en robar
lo que se pueda. La hiperinflación, por supuesto, destruyó el ingreso de los
venezolanos, salvo aquellos que tienen ingresos en dólares, que por supuesto
salvan. Pero no hay dólares para todo el mundo. De ninguna manera vamos a salir
del abismo con base en las transacciones en dólares que hay actualmente.
Si bien las condiciones
del país son otras, totalmente diferentes, las propuestas de 2016, no sólo se
hicieron para advertir el desastre, sino que podían inscribirse dentro de una
transición política. ¿Cree que actualmente eso es posible?
En esos términos no. He
insistido, de una manera fundamental, en que la función de quienes están al
frente del Estado no tiene nada que ver con el bienestar del país. Están
totalmente divorciados. Lo intentan encubrir con discursos, siguen diciendo que
son revolucionarios, que favorecen al pueblo y son antiimperialistas, pero su
función objetiva, demostrada fehacientemente, es que no les interesa,
absolutamente para nada, la suerte y el bienestar de los venezolanos. Entonces,
proponer políticas para que ese gobierno tome medidas, instrumente reformas y
se atenga a lo que sería un comportamiento prudente en el manejo de la
economía, es una ilusión. Pasa, necesariamente, por un cambio de gobierno —que
no significa una invasión o un golpe de Estado, ni nada de eso— sino de un gobierno
de transición, activado a través de negociaciones, que ojalá se dieran, para
evitar mayores tragedias. Pero con el gobierno que está usurpando el poder y
está al frente del Estado, no hay manera de que medidas de reforma puedan
surtir efecto.
¿Ni siquiera en
sectores donde hay apetencias de capitales foráneos?
¿Qué capitales van a
venir que no sea para participar en la expoliación de la economía? ¿Cuáles son
las garantías? Nosotros insistimos en la necesidad, precisamente, de dar
garantías y el respeto a las reglas de juego, sobre todo del ordenamiento
constitucional, que al final lo destruyeron. Lamentablemente, la Constitución
la convirtieron en papel tualé. Sin ese tipo de garantías, sin respeto al
ordenamiento constitucional, no hay nadie que arriesgue sus capitales en algo
que beneficie al país, digamos, en términos de inversión, de generación de
empleo, de ampliar la base productiva del país. Los que vienen a participar se
aprovechan del libertinaje, de la discrecionalidad, de la toma de decisiones
que permiten saquear, aún más, la economía del país. ¿Quién va a venir para
rescatar el servicio eléctrico? ¿O estabilizar la producción petrolera? ¿Quién
va a venir para contribuir en la inversión en infraestructura? ¿O a invertir en
la agricultura para producir alimentos para la población? ¿Quién va a venir con
ese interés actualmente? Nadie. Venezuela no es, ni mucho menos, la última
Pepsicola del desierto, en este entorno de la pandemia. América Latina está muy
mal, Venezuela está aún peor. Pero los demás países, sin duda, tienen mejores
condiciones para atraer inversiones. Venezuela ni siquiera genera renta
petrolera.
¿Cuál es el problema?
Ahí están los bodegones.
Son inversiones que han
venido. Hay gente que compra y hay una pequeña demanda ahí. ¿Pero hasta dónde
crece eso? Hasta el punto de que existan dólares para poder pagar en los
bodegones. ¿Y cómo se generan los dólares? O bien exportando, cosa que el país
no hace —lo poco que genera el petróleo, que es muy poco, se lo queda el
gobierno—. ¿Qué queda entonces? Los depósitos que los venezolanos tenían afuera
y los canales irregulares. Es decir, el lavado de dólares. No es una manera de
reactivar la economía tampoco genera expectativas hacia el futuro.
Humberto García Larralde retratado por Maura Morandi | RMTF
Usted también ha tocado
el tema del militarismo. ¿Qué papel le asigna a la Fuerza Armada Nacional,
tanto en este momento, como en una posible negociación?
Es difícil hablar de la
Fuerza Armada, creo que como institución se desmoronó. La destruyeron desde la
cúpula, desde arriba. ¿Cómo lo hicieron? Corrompiendo a los más altos
representantes y marginando a los que no querían estar en esa componenda. Los
economistas utilizamos un término —la selección adversa— que no sólo sirve para
describir lo que ha ocurrido con la Fuerza Armada sino con todo lo que es la
jerarquía del Estado. Se ha escogido a los peores, se ha corrompido, se ha
comprometido con el régimen de expoliación y se ha marginado a los mejores, a
los que tienen criterio propio, valores y escrúpulos. La Fuerza Armada no
existe como tal, muchos de ellos están presos o han sido torturados o los han
asesinado en las mazmorras del Estado. Los altos cargos son cómplices del
proceso de destrucción y no tengo la menor duda de que tienen los bolsillos,
las alforjas, llenos, a base de ese servicio que están prestando. Este es un
Estado que, lamentablemente, se mantiene en el poder con base en la represión y
el terrorismo de Estado. ¿Hacia la transición que tiene que haber? Un
desgajamiento de esa jerarquía que está ahí. No hay una jerarquía vertical que
pueda liderar un proceso de cambio. Tiene que desgajarse y abrir paso a
militares que quieran acompañar al país hacia la libertad, hacía un proceso
democrático y sean la base de un proceso de transición.
En la trayectoria que
ha seguido la oposición, donde no faltan los episodios desafortunados, surge la
propuesta de un gobierno de emergencia nacional. ¿Usted cree que algo así es
viable? ¿Le asigna posibilidades políticas?
Yo creo que esa es la
única posibilidad. Actualmente, la oposición tiene problemas: las divisiones,
hay un cansancio producto de la propia expectativa que generó Guaidó. La gente
pensaba que al surgir el gobierno interino, el problema estaba prácticamente
resuelto, que con la movilización interna y el apoyo internacional se iba a
producir el cambio. Hubo episodios a los que haces referencia, lo del 30 de
abril, que fueron frustrando las expectativas que mermaron el apoyo de la
gente. Pero a pesar de ese resquebrajamiento de la capacidad de la oposición
para actuar unida y obviamente del cansancio, el gobierno se ha deteriorado aún
más. Lo que pasa es que tiene el poder, tiene a la Fuerza Armada y es capaz de
reprimir. Pero ellos no tienen futuro alguno. Estamos en una especie de juego
de suma negativo, donde todos están perdiendo. Y la única manera de salir de
eso es fortaleciendo a la oposición para que sea capaz de imponerle —no hay
otra palabra— condiciones al gobierno para negociar. Hacerles ver, claramente,
que ellos no tienen salida si no se van por la negociación. Y esa negociación
tiene que abrir las puertas para que se realicen unas elecciones libres,
auditables y con garantías para todos.
Estamos en un momento
donde es muy difícil vislumbrar esa salida. ¿Qué deberíamos hacer? ¿Prepararnos
para cuando llegue ese momento? ¿Propiciar ese momento?
La situación es muy
difícil y si uno tuviera la solución ya el problema no existiría. Pero hay una
cosa que es muy paradójica. A pesar del cansancio, de la pérdida de fe del país
en general en el liderazgo de la oposición, el Observatorio Venezolano de
Conflictividad Social, registra más protestas de las que hubo en años
anteriores. Protesta por la crisis de los servicios públicos, por la falta de
gas y de gasolina. Ese hecho sugiere que hay una disposición a buscar una
solución y a plantear reivindicaciones. El gran desafío de la oposición es cómo
articular esa movilización atomizada, dividida, con una propuesta de cambio que
logre insuflar confianza. Desde luego es un problema de liderazgo, pero también
de cómo acompañar a la gente. Creo que hace falta mucho trabajo de raíz, de
base, que permita construir esa alternativa. No es sentarse a esperar nada.
Desde la oposición hay que crear fuerza para que con el apoyo de las principales
democracias del mundo, gente del gobierno se vea obligada a abrir rendijas. Eso
significa crear condiciones para que gente del gobierno se pueda ir sin correr
mayores riesgos, aunque resulte muy antipático para mucha gente.
Sí, una instancia
desconocida en el país, la llamada justicia transicional. A los venezolanos nos
va a costar mucho asumir ese proceso, porque hay violaciones a los derechos
humanos, corrupción generalizada, destrucción institucional, entre otras cosas.
¿Usted cree que el liderazgo opositor está en capacidad de asumir ese desafío?
El liderazgo es muy
variado, es bastante heterogéneo. Sin embargo, uno advierte en las
declaraciones que dio Leopoldo López en Madrid, que hay un intento de ir más
allá, cuando dice que el problema no es ideológico, que Venezuela no se divide
entre izquierda y derecha, cosa que por demás es verdad, porque los señores del
gobierno son unos pillos y no están representando ninguna ideología. Hay una
aproximación a la idea de que vamos a tener que hacer sacrificios y que
tendremos que crear condiciones para que (la transición) ocurra. Eso es muy
antipático: darle un salvoconducto, vamos a decirlo de esa forma, a gente que
tiene las manos manchadas de sangre. No solamente por las torturas y la
represión, sino por el hambre que está pasando la gente y la tragedia
permanente que significa que no haya agua ni electricidad. Entonces, hay
responsabilidades y no es por omisión o por ignorancia. Esto es deliberado. A
ellos no les importa porque su función es otra, es terminar de saquear lo poco
que queda de la economía del país. Hacerlo será una negociación de tira y
encoge, con una gran renuencia a ponerse un pañuelo en la nariz. Pero tarde o
temprano tienes que resquebrajar esa plataforma que sostiene a las mafias, tienes
que abrir puertas para que algunos de ellos se pongan a resguardo y se termine
de derrumbar esa estructura podrida.
Usted ha planteado que
«la nueva institucionalidad tendrá que construirse con base en la ciudadanía,
un reto para la cultura política de los venezolanos». Si no transitamos ese
camino, tampoco vamos a poder superar esta tragedia. ¿Cómo podríamos construir
ciudadanía en medio del desastre que estamos viviendo?
La tesis que desarrollo
en un libro que me acaban de publicar (La devastación de Venezuela. Razones y
tragedias de un populismo redentor), parte del hecho de que el chavismo no cayó
del cielo, no es que llegaron unos señores malvados para hacernos la vida
miserable. No, no. Ellos fueron el resultado de un proceso de descomposición
que tiene que ver con el carácter de las instituciones de la democracia
venezolana, pero también con etapas previas a la democracia. Por supuesto,
destaca el rentismo, el estatismo, el populismo. Uno de los elementos
—inherentes a la descomposición— es la relación entre el Estado y la población.
¿Qué se hizo con la renta petrolera? Se acordó, digamos, un contrato implícito
entre población y partidos democráticos, a partir del cual la gente vio
mejorados sus niveles de vida a través de diversos mecanismos, el clientelismo,
la congelación de precios, el aumento compulsivo de sueldos, dándole a la gente
lo que ellos pensaban era su derecho. Eso funcionó mientras la renta petrolera
crecía. La democracia no surgió por las luchas sociales, ni por quitarle
privilegios a una oligarquía reticente. Ese no es el caso venezolano.
Felizmente se invirtió en salud pública, en educación, en infraestructura. Pero
en el fondo lo que estaba detrás era una relación de dependencia de una
población con respecto al Estado. Realmente, en Venezuela nunca ha habido una
ciudadanía protagónica.
Mermó la renta
petrolera (no podemos olvidar que el precio del barril de petróleo en 1998 era
de siete dólares) y el contrato entre los partidos democráticos y la población
—nunca protocolizado— se hizo añicos.
Sí, apareció el
populista extremo que fue Chávez: «Yo sí voy a cumplir, yo le voy a dar a
ustedes». Y fue eso, el reparto petrolero. La demagogia llevada al extremo y,
por supuesto, la destrucción de las instituciones del Estado.
Quizás, en medio de la
destrucción tengamos que empezar desde cero. Ahí puede haber algunas ventajas.
A fin de cuentas, todo está por hacer. Claro, si tomamos en cuenta lo que
ocurrió en el pasado.
Eso se parece mucho al
aforismo chino de que en las crisis también hay una oportunidad.
Lamentablemente, estamos en una situación terrible, en el subsuelo, en el
sótano ocho, como dicen algunos. Y con grandes sufrimientos. Pero tiene que
cambiar la mentalidad del venezolano. Y de hecho ha cambiado. Paradójicamente,
a pesar de la destrucción de la economía, uno ve cómo surge la iniciativa
privada en personas que buscan sobrevivir en diversas actividades, hay una
disposición a reinventarse. Y desde luego, una vez que se allane el camino de
la transición, tiene que repensarse toda la estructura del Estado. Incluso, una
pregunta importantísima. ¿Para qué queremos una Fuerza Armada en Venezuela?
***
* Economista por
la Universidad Central de Venezuela. Maestría en Economía del Desarrollo por la
Universidad de Sussex, Inglaterra. Doctor en Economía (Centros de Estudios para
el Desarrollo, Cendes). Expresidente de la Academia Nacional de Ciencias
Económicas.
08-11-20
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