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domingo, 19 de diciembre de 2021

Magdalena López: “El fracaso no es para los políticos, sino para la gente de a pie” por @prodavinci

Por Hugo Prieto

Detrás de esta distancia insalvable del abismo que separa a la gente de a pie de la élite política —aclaro, en su totalidad—, hay antecedentes que podríamos encontrar en distintas disciplinas de las Humanidades. El balance, visto como el saldo de estos 20 años, no es otro que el fracaso. La factura, sin embargo, no llega a quienes toman decisiones y hacen sus apuestas, sus jugadas, en el tablero del poder. Quien termina pagando la cuenta es el venezolano que come una vez al día, que no tiene para pagar un antibiótico o que muere de mengua en los hospitales. Es tan extendido y tan profundo que inunda a más de 90 países que acogen a la diáspora venezolana.

No sé si el balance que hace Magdalena López* es suficiente. Creo que eso es irrelevante. Lo importante es que pone algunas cosas en su lugar, cosas que encajan como si un terapeuta, con su empatía y conocimientos, nos ayudara a comprender por qué seguimos con la misma bitácora a pesar de los repetidos naufragios.

En el campo simbólico, el chavismo ha hecho un trabajo desde el primer momento, no solo con la modificación que introdujo en los símbolos patrios, sino con la propia figura de Bolívar que mutó de blanco criollo a entre zambo y pardo. Lo simbólico fue usado como explosivo de demolición. 

Los universos simbólicos están ligados, inevitablemente, a lo que son las esferas culturales en el país. Mi impresión es que hasta hace pocos años el campo cultural iba detrás de lo político y de lo social. Lo cultural tenía que seguir a los cantos de sirena que cantaba el mundo político o el escenario social. Creo que eso aplica para lo que fueron en el siglo XX los campos más visibles, tanto para el chavismo, no solo con la instrumentalización de los símbolos patrióticos y de un discurso (y una ideología), que le sirviera a los fines de legitimar su relato en la esfera nacional e internacional. Mientras que la oposición (en sus comienzos) acudió a la figura del intelectual, del artista, de una individualidad, como un ser dotado, autorizado, para dar cuenta de lo que estaba sucediendo. Este artista, este poeta, en singular, que se rasgaba las vestiduras, se expresaba en los mismos términos heroicos que el chavismo. Creo que todo eso tiene que ver con que había una especularidad en nuestro campo cultural que estaba repicando lo que sucedía en la esfera política.  

En las dictaduras comunistas —la extinta URSS, sus satélites y la sobreviviente Cuba— uno observa que, frente a la cooptación de todas las instituciones, las universidades y centros de pensamiento, la reacción viene, justamente, de los narradores, de los poetas, de las individualidades. Ciertamente, los intelectuales venezolanos, los artistas, han dejado un copioso registro de este fracaso en todas las manifestaciones del arte. Sin embargo —y esa es mi impresión—, eso ha tenido un radio de acción limitado, doméstico, académico. ¿A qué atribuye ese hecho, si tal cosa es cierta?

A esa impresión, yo la matizaría. Yo creo que estamos asistiendo a cambios. Lo acabas de decir, son 22 años. Y veníamos de una cultura que se estaba mirando todo el tiempo el ombligo. Veníamos de un Estado mágico, como diría Coronill, ¿verdad?, que no hacía necesario mirar ni buscar lectores afuera. El Estado mágico hacía, inclusive, que los escritores no se garantizasen lectores. Ese Estado mágico ponía los recursos para ello. Y algo similar se podría decir de otras áreas, de otras disciplinas, de la música, de las artes plásticas. Mi impresión, como decía, es que en los primeros años ese mirarse el ombligo seguía allí. Pero el fracaso de esa oposición inmediatista, cortoplacista, y el mismo fracaso chavista están produciendo una apertura que, si bien no es planificada, por la misma necesidad de sobrevivencia, se está dando. Yo siento que, culturalmente, se están empezando a escuchar voces afuera. Se están empezando a leer a autores venezolanos. Se están empezando a reconocer a los músicos, a los artistas. Y eso es algo que antes no sucedía. 

¿El hecho de que las manifestaciones culturales ocurran en medio de la pobreza y la crisis inagotable no es una paradoja? ¿A qué atribuye ese fenómeno?

Creo que eso ha sido posible gracias a la cancelación de esa fantasía mesiánica, no solo del político redentor, sino del artista o del autor o del intelectual que nos iba a clarificar todo nuestro sentido de pertenencia. Entonces, yo sí creo que el campo cultural se está abriendo. Pero esos procesos necesitan tiempo. No responden al cortoplacismo ni a esa idea fantasiosa de que el país se iba a transformar de un día para otro, idea que estaban en los dos bandos, tanto en el chavismo como en la oposición. Ese voluntarismo mágico con el que íbamos a cambiar todo. Lo cierto es que se están produciendo esos cambios, la cantidad de editoriales independientes, los talleres creativos, las plataformas digitales, las nuevas tecnologías, los grupos de estudios, los grupos de trabajo, el periodismo independiente, todo eso que antes estaba monopolizado, centralizado en el Estado, empieza a salir, a emerger, más allá de los límites nacionales. 

Ahora estamos descubriendo, como sociedad, como individuos, que los procesos políticos también necesitan tiempo. ¿Qué tanto contribuyó al fracaso que estamos viviendo esa visión cortoplacista?

Uff… ¡Muchísimo! Yo creo que la venezolana es una cultura muy ansiosa, y volvemos a Cabrujas… “el conejo sale de un segundo a otro del sombrero, pero nadie se pone a criar conejos”. Eso ha hecho mucho daño, porque se ha entroncado con esa idea mesiánica de la política. Yo siento que en la cultura venezolana hay una tradición romántica que todavía sigue siendo muy fuerte. Vuelvo a la idea del individualismo. A una tradición romántica de héroes, de épicas. Siempre volvemos a esta compulsión de los orígenes y a los mitos fundacionales. Lo que no se produce en un segundo, entonces, hay que buscarlo otra vez en el origen mítico. 

¿Cuál sería el reflejo de esa visión mesiánica en la forma en que nosotros entendemos la política?

Quienes se compadecen de la situación de Venezuela, tarde o temprano, me terminan diciendo: “Es que la oposición venezolana es un desastre”. Y yo les digo: “Es que no hay una sola oposición; hay, sí, una oposición que se arroga el monopolio de la representación, de lo que es la disidencia, la resistencia, pero hay miles, hay cientos”. El problema está cuando uno de estos fragmentos de este país roto se arroga una intención hegemónica. Yo creo que eso sigue siendo muy fuerte en nuestra política y en nuestro campo cultural. La idea de que hay alguien, un sector privilegiado, que es capaz de unificar y representar todas las diversidades simplificando la política. Eso, desde luego, está en la esfera cultural. Yo creo que esa idea del sujeto universalista que pretende representar a todos y siempre representa a uno solo, en realidad, es el sujeto universalista del hombre nuevo, de esa fantasía utópica. O del sujeto privilegiado, ese artista, ese intelectual que representa al país y le va a hablar al resto de la humanidad. Pero estamos en medio de una pluridiversidad. En esa imagen poética del jarrón roto de (Derek) Walcott y cada fragmento tiene su tiempo, es cambiante, ¿verdad? Yo pondría el foco en lo que hace menos ruido, porque lo que hace más ruido es la misma imagen que refleja el chavismo. 

¿A qué atribuye esa persistente intención del Estado de copar la cultura? Siempre dispuesto a comprar intelectuales, a comprar conciencias. También allí tenemos una tradición de larga data y no sabría decir si es propia de América Latina. 

En Venezuela, el que captura el Estado captura todo. El Estado es poder ¿no? Eso, por un lado, es típico de las sociedades petroleras y, por el otro, es parte del legado que tenemos en toda América Latina de lo que fue el Estado español y el centralismo. Eso ocurre en distintos grados en la región, pero donde hay petróleo no necesitas crear otros campos. Ni siquiera necesitas crear otros mercados alternativos. Pero eso también lo encuentras en todos los países donde se instauró el socialismo real. Eso es muy fuerte en Cuba, por ejemplo. El poder de la memoria. ¿Quién impone la memoria? Esa memoria, generalmente, está asociada a los orígenes. Es una idea muy fuerte, incluso en psicoanálisis, para reafirmar la identidad. No puedes reafirmar la identidad si no haces un relato de tus orígenes. Esos relatos en Venezuela siempre están pensados en términos de guerra.

¿Qué impacto ha tenido esa necesidad de crear identidad en Venezuela? ¿Cuál sería su utilidad política?

En los campos culturales, hay mucha diversidad, pero hay dos campos claramente definidos. Una memoria muy nostálgica que siempre está mirando hacia atrás de lo que se desearía reconstruir, recuperar o restaurar. Y después hay un campo que está mirando al pasado, para cuestionarlo, para interrogarlo, no en función de reminiscencias que se anhela, sino de un presente muy problemático. Identidad siempre va a significar la exclusión del otro y una necesidad de recurrir a una mismidad. Identidad es yo mismo. Ese narcisismo de darse la vuelta como el perro que se muerde la cola. Sin esa identidad es imposible crear ese antagonismo que es tan funcional a la idea del populismo que esgrimió (Ernesto) Laclau, ¿no? Sin el otro al que tú puedas excluir mediante un sentido de filiación y de origen, tú no puedes detentar tu propio poder. 

En términos que pretendieron ser forenses, el señor Hugo Chávez despotricó de la democracia representativa. Un sistema de dominación clasista, excluyente y de cogollos. Pero ¿qué tenemos hoy? Un Estado tribal, dominado por una casta, que ha creado mecanismos de exclusión y coerción para criminalizar a quienes piensan diferente. No hay espacio, resquicio, institucional que no dependa del poder para la formulación de proyectos, su financiación y ejecución. ¿No es un contrasentido? ¿La voltereta de lo excluyente?

Yo diría que eso tiene que ver con la especularidad de la memoria. De eso se habla mucho en psicoanálisis. Finalmente, el que tú satanizas o apartas eres tú mismo. La gran paradoja es lo que estás diciendo. Cómo para excluir al otro —al que no te interesa que juegue en tu mismo campo político—, tú necesitas convertirlo en tu propia imagen. Freud hablaba del luto y la melancolía frente a la pérdida. Él decía: en el luto, el sujeto que sufre la pérdida desplaza el objeto perdido hacia otra cosa. Hacia un afuera, hacia el otro, hacia un diferente. De alguna manera completa el proceso de la pérdida. Pero el melancólico no. Decía Freud: el melancólico es aquel que no consigue desplazar la pérdida, determina retrotrayendo hacia el propio ego. Es un gesto narcisista para aquel que no puede mirarse más allá de su propia nariz. La pérdida recae en el propio sujeto y esta es la gran paradoja de la política venezolana. Todo aquello que la revolución bolivariana prometió no ser, no solo lo replicó, sino que lo agudizó. Y la pregunta que me hago es ¿la revolución bolivariana es la continuidad de un proceso que comenzó mucho antes? ¿El chavismo es una ruptura con lo anterior o una continuidad?

Ya que se hizo la pregunta, ¿podría responderla?

Yo creo que es una ruptura en términos de un discurso superficial simbólico. Pero, sin duda, es una continuidad agudizada, mucho peor, de lo que habíamos visto antes. Para mí, ese es el problema con la nostalgia y con la melancolía. Estar extrañando un siglo XX que ya tenía las pistas de lo que nos está ocurriendo actualmente y eso puede ser algo muy peligroso. En el campo cultural venezolano hay una vertiente muy conservadora y eso puede tener que ver con un marcador generacional. También tendríamos que pensar en las memorias de las dos generaciones que ha habido en los últimos 20 años. Esa pulsión por volver al pasado está en nuestra psiquis. Era la más visible hasta hace poco, entre otras cosas, porque tenía más recursos, más institucionalidad. Pero, así mismo, hay, al lado de eso, varias vertientes que —si bien están mirando el pasado— son para interrogarlo, para cuestionarlo, para que les diga que tiene que ver con el presente. Por una cuestión etaria, creo que la generación más reciente se va a imponer sobre la anterior. No podemos recordarlo todo, sino no podríamos vivir, diría Borges. Hace falta también el olvido. En todas las sociedades que han pasado por situaciones traumáticas, hace falta el olvido. De lo contrario, seríamos Funes, el memorioso. 

Uno advierte que hay un cambio incipiente en lo cultural. Pero ¿qué ocurre con la cultura política? Seguimos con unos partidos con estructuras verticalistas, obedientes al centralismo democrático. No hay ningún cambio. Algo de eso vimos en las pasadas elecciones de gobernadores y alcaldes. ¿Qué hacemos con el secretario general? ¿Qué hacemos con el tipo que controla el aparato? ¿En qué puesto de la lista lo metemos? No hay ninguna conexión con la realidad que vive la gente. 

Me estoy alejando de mis intereses académicos, de lo que han sido mis líneas de investigación. Pero yo siento que hay una suerte de impermeabilidad a la experiencia del fracaso. Es decir, el fracaso, que lo mismo puede ser una experiencia aniquiladora como puede ser empoderadora, en la que hay un aprendizaje, aquí no lo vemos. Y la pregunta que yo me hago es ¿qué tanto de fracaso ha habido para esta élite política de la oposición? El fracaso es para la gente de a pie, para la gente que solo puede comer una vez al día, para el que no tiene antibióticos. El verticalismo del que hablas ¿no está creando una distancia insalvable, en la que, básicamente, la experiencia del fracaso no la está asumiendo la élite política, sino la gente de a pie? En la medida en que no hay un impacto de la experiencia del fracaso en esa élite política, no hay ningún aprendizaje. No cambia el rumbo una vez que naufraga. Entonces, te mantienes con tu bitácora. Los que están pagando los costos son otros. Recordemos el caso cubano, una generación tras otra de opositores en el exilio que no consiguieron el cambio político. Solo después de 60 años, una oposición interna, más pobre, más modesta, más negra también, es la que empieza a tener un discurso más democrático. 

Ya que estamos hablando de la memoria, habría que tener muy presente lo que hizo Betancourt en el exilio. En los documentos que escribió encontramos su visión del país. El sueño que tenía diáspora política, que sobrevivía en pensiones muy modestas, era el de regresar a Venezuela en cuanto fuera posible. 

Volvemos a la especularidad. Estamos hablando de una oposición que, gracias al apoyo internacional, vive bien y goza de cierto estatus. Son unas condiciones que no son muy diferentes a las de la élite chavista. Insisto, es la idea del espejo: aquello que tú dices repudiar es precisamente en lo que te terminas convirtiendo. La figura del doble en la literatura. De la oposición que estamos hablando, la que grita más alto, la que tiene más presencia internacional, es muy parecida al chavismo, en su pensamiento, en su forma de vida. Incluso, en sus veleidades militaristas, si piensas en Leopoldo López apoyando al candidato chileno (José Antonio Kast) que añora mucho de lo que fue el pinochetismo. Estamos hablando de campos muy parecidos, aunque el discurso ideológico parezca distinto. Creo que el cambio político debería venir desde abajo, de gente que está acusando el recibo de esta experiencia del fracaso. Hacia arriba, coincido contigo, tampoco veo nada. 

***

*PhD por la Universidad de Pittsburgh. Investigadora del Instituto Kellogg para la Democracia, de la Universidad de Notre Dame y del Centro de Estudios Internacionales del Instituto Universitario de Lisboa. Autora y coordinadora de varios libros y publicaciones.

19-12-21

https://prodavinci.com/magdalena-lopez-el-fracaso-no-es-para-los-politicos-sino-para-la-gente-de-a-pie/

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