Moisés Naím 12 de junio de 2023
@moisesnaim
Uno de
los grandes debates de nuestro tiempo es cómo tratar a los dictadores. En
decenas de países hay un choque frontal entre quienes sólo aceptan la salida
incondicional y el eventual enjuiciamiento y condena del dictador y sus
secuaces y quienes están dispuestos a aceptar horribles concesiones con tal de
establecer una democracia.
Es un
tema cuya urgencia se ha hecho imposible de ignorar desde la criminal invasión
que lanzó el dictador ruso contra el vecino democrático en su frontera. Pero no
es solo un problema ruso: entre los campos de concentración que mantiene el
gobierno chino en X?nji?ng, hasta el férreo control sobre la disidencia que
mantiene desde 1979 Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial, en el mundo hoy
gobiernan no menos de 39 dictadores (sin contar los 8 reyes, emires y sultanes
que gobiernan unipersonalmente.)
De esos 39 dictadores hoy en el poder, 20 de ellos ejercen su poder sin límites en África, 14 más en Asia, 3 en América Latina y 2 en Europa. 3 dictadores comandan arsenales nucleares: Vladimir Putin, Xi Jinping y Kim Jong-un. Otros tiranizan países de gran peso geoestratégico como Egipto, Cuba y Vietnam. Y entre ellos se encuentran los jefes de muchos de los países más pobres del mundo: Burundi, Laos, Nicaragua y muchos otros más cuya miseria se deriva en muchos casos del liderazgo incompetente y corrupto del dictador.
Salir
hoy de un dictador es mucho más difícil de lo que era hace un par de
generaciones. La solución clásica era el exilio. Figuras como Idi Amin en
Uganda o Baby Doc Duvalier en Haití supieron que, llegado el momento, podían
eximirse de sus responsabilidades abordando discretamente un avión con maletas
llenas de dinero y jubilándose en una lujosa mansión, preferiblemente en el sur
de Francia. Esas cosas ya no pasan.
El 10
de octubre de 1998, el general Augusto Pinochet fue arrestado en nombre de la
jurisdicción universal durante una estadía en Londres, ante cargos de genocidio
y tortura durante su régimen (1973-1990). Aunque finalmente fue liberado por
razones de salud y regresó a Chile, su arresto marcó el principio del fin del
exilio como solución para sacar a dictadores atrincherados en el poder. Años
después, en 2006, el expresidente yugoslavo Slobodan Miloševi? morirá en una
celda en La Haya mientras esperaba el veredicto en su juicio internacional por
crímenes contra la humanidad, genocidio y crímenes de guerra.
Las
intenciones sin duda fueron muy buenas, pero las consecuencias de estas
decisiones siguen reverberando hasta el sol de hoy. Al aumentar sustancialmente
el costo para un dictador de entregar su poder, estos casos paradójicamente
entorpecieron todos los intentos posteriores para remover a un dictador.
Cuando
la alternativa al poder absoluto es morir en la cárcel y perder el acceso a las
enormes fortunas que los dictadores, sus familiares y testaferros acumularon,
no debe sorprender que los tiranos se aferren al poder como sea. En parte por
esto, el proceso que se dio en algunos países donde los dictadores dejaban el
poder en manos de líderes democráticos ahora ocurre muy poco.
De los
últimos cinco países en deshacerse de sus dictadores, solo uno —Armenia— parece
haber tenido cierto éxito transitando el camino a la democracia. Los demás han
visto su proceso de democratización retroceder (Túnez) o colapsar (Myanmar,
Egipto), o degenerar en una guerra civil (Sudán). En este último caso hay una
guerra abierta entre facciones militares que se lleva a cabo mientras el
exdictador, Omar al-Bashir, se encuentra en prisión esperando un juicio que le
podría llevar a la pena de muerte.
Son
contados los casos en los cuales las protestas callejeras combinadas con el apoyo
de las fuerzas armadas y partes de la comunidad internacional logran desalojar
al antiguo dictador. Y esto pasa cada vez con menor frecuencia. Mucho más común
es la experiencia de países como Bielorrusia, Camerún, Cuba, Hong Kong, Irán,
Tailandia o Nicaragua, donde amplios movimientos de protesta han sido
derrotados por sus dictadores, en la mayoría de los casos brutalmente, a través
de la violencia y la represión.
El
mundo ha perdido la capacidad de erradicar del poder a sus dictadores. La falta
de opciones atractivas y riesgos tolerables que resultan de la pérdida del
poder los ha llevado a redoblar sus esfuerzos para repeler los intentos de
sacarlos. Así, los dictadores hoy son derrocados con menos frecuencia que los
de ayer y, cuando se van, dejan un caos difícil de gobernar.
El
mundo tiene que volver a aprender el arte y la ciencia de salir de un dictador.
O prepararse para que el tipo más común de gobierno en el mundo actual sea la
dictadura o la anarquía.
Moisés
Naím
@moisesnaim
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