Laureano Márquez P. 09 de noviembre de 2023
¿Qué
une a una película como Simón y a una obra de teatro como Las aventuras de Juan
Planchard? En primer lugar, podríamos decir –obviamente– la presencia de un
mismo protagonista: el actor venezolano Christian McGaffney, que en ambas
producciones exhibe un extraordinario talento que augura la continuidad de una
brillante carrera en el mundo de la actuación.
Otra conexión entre la obra teatral y la película es que ambas se inspiran en la situación política de Venezuela de los últimos tiempos. En el caso de la primera, se trata de una inmersión en las motivaciones de la descomposición moral y la inconmensurable corrupción que han marcado la historia reciente del país. Se nos presenta de una manera tan realista que parece una caricatura (pero, desafortunadamente, no lo es). En medio de este drama aparecen algunas pinceladas de humor que ayudan a contener las inevitables ganas de llorar que la contemplación de nuestro drama produce, particularmente en el espectador venezolano.
El
elenco que da vida a la obra es de primera: actrices y actores brillantes,
conocidos, prestigiosos, de esos que nos da gusto volver a ver derrochando
talento en múltiples papeles, porque, además, a cada uno de ellos les
corresponde representar varios personajes. Impecable dirección, original
propuesta que da vida sobre las tablas, con notable fidelidad, a la celebrada
novela homónima de Jonathan Jakubowicz, un escritor y director de cine
venezolano, de apellido tan impronunciable y agredido por todos los
correctores, que todos preferimos llamarlo «el director de Secuestro express».
Simón,
por su parte, tiene como centro de su trama la situación de los derechos
humanos en Venezuela. Concretamente en relación con las manifestaciones
estudiantiles de los últimos años y la implacable y cruel represión de la que
fueron objeto.
Simón
toca el tema de la tortura y la persecución en contra de todo aquel que se
atreva a manifestar sus discrepancias, sus deseos de cambio, su inconformidad,
sus ansias de libertad. También da cuenta la película, del penoso tema de la
emigración venezolana y las tremendas dificultades a las que se enfrenta para
emprender nueva vida en otras latitudes con la carga de dolores, nostalgias y
ausencias que tal condición conlleva, más en el caso de los perseguidos
políticos.
En
Simón observamos la pesadumbre de conciencia de quien, habiendo sido líder
inspirador del movimiento estudiantil, siente que, finalmente, ha sido
doblegado, derrotado. Se ha instalado en él un miedo que se manifiesta en el
recuerdo permanente de los horrores vividos durante su detención y la
desesperanza que personajes como el coronel Lugo (Franklin Virgüez) logra
sembrar en él: la inutilidad de una lucha que tiene perdida de antemano y en la
que, de persistir, solo puede encontrar mayor dolor y sufrimiento para él y los
suyos, sin obtener resultado alguno.
Simón
y Juan Planchard son dos personajes de nuestra historia reciente, resumen de
dos actitudes frente al país: la de quien sueña con transformarlo en una
sociedad orientada por los valores de la libertad, la democracia y la justicia,
y la de quien percibe la noción de patria solo como una oportunidad de negocios
turbios para el propio provecho personal a costa del bienestar colectivo.
Nada
nuevo, por cierto, en nuestro devenir como pueblo: la ancestral confrontación
entre civilización y barbarie. No deja de ser simbólico que ambos personajes
sean representados por un mismo actor, probablemente al interior de más de un
Juan Planchad habitó alguna vez un Simón.
Laureano
Márquez P.
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