Trino Márquez 15 de mayo de 2014
Mario Vargas Llosa cuando estuvo en
Venezuela hace pocas semanas señaló que la división de la oposición sería un
regalo de los dioses para el gobierno de Nicolás Maduro. En la misma entrevista
–cuyos interlocutores eran César Miguel Rondón y Marcel Granier- también dijo
que sería un suicidio que la oposición se convirtiera en un archipiélago de
grupúsculos sin ninguna capacidad de modificar la conducta del régimen o
propiciar una salida democrática y pacífica a la enorme crisis que asola al
país.
Estas sabias palabras del maestro
Vargas Llosa se fundamentan en su enorme
talento y en la experiencia práctica que vivió el Perú durante los tenebrosos
años en los que gobernó el dúo formado por Alberto Fujimori y Vladimiro
Montesinos. Esta dupla siniestra, que asesinó a centenares de peruanos y se
enriqueció de manera obscena, basó su gigantesco poder en una medida importante
en la agrietada división existente entre los partidos opositores. La fragmentación
hizo posible que los derechos humanos se violaran y el erario público fuese
saqueado, en medio de la impunidad más indolente. El premio Nobel cuando
advierte de los peligros de la atomización no lo hace desde la perspectiva
meramente intelectual, sino también a partir de la dolorosa experiencia de su
país natal.
Sus reflexiones y consejos deberían
ser considerados por quienes estando, aparentemente en el campo opositor,
tienen años dedicados a demoler el formidable esfuerzo de cohesión y coordinación
representado por la MUD, única instancia real de Unidad política que existe en
el país. El apoyo a la MUD de ninguna manera significa renunciar a la capacidad
crítica de algunas de sus políticas y decisiones. Por ejemplo, el comunicado
frente a las ambivalentes declaraciones de Roberta Jacobson –Subsecretaria de
Estado de EE.UU. para el hemisferio occidental-
fue ambiguo y confuso. Era necesario –tal como lo hizo César M. Rondón
en su programa radial- exigir una explicación que aclarara las dudas. Pero, de
allí a la crítica maledicente y artera hay un paso sideral.
Hay un grupito de comentaristas del
proceso político nacional que se ha dedicado a demonizar la MUD, sus partidos y
dirigentes. Blanco favorito, aunque no único, es Ramón Guillermo Aveledo. Del
secretario ejecutivo se han levantado las peores calumnias. Un buen número de esos “analistas” vive
cómodamente instalado en el exterior. Su contacto con la realidad política
venezolana es a través de la red, el teléfono o alguno que otro viajero que los
visita y les transmite sus impresiones acerca de Venezuela. Son personas
cargadas de odio y resentimiento porque la MUD no se dirige a ellos con el
debido respeto para conocer sus opiniones acerca de lo que debe y no debe
hacerse. Jamás han construido ninguna organización política importante, ni
saben lo que significa lidiar con personas que piensan diferente. Hablan de
recuperar la democracia para vivir en una nación plural, pero son intolerantes
al extremo que juzgan los eventuales errores, omisiones o discrepancias de los
dirigentes que se baten todos los días por una Venezuela mejor, como actos de
entrega, cobardía y colaboracionismo con el oprobioso régimen rojo.
A esos señores hay que tenerles miedo
porque, en el supuesto negado de que el país llegase a caer en sus manos, la
ingobernabilidad, los abusos y el sectarismo serían iguales o peores que con
los rojos. La ingobernabilidad se mantendría intacta porque son seres incapaces
de dialogar, discutir, negociar y empatizar con los interlocutores. El
revanchismo comunista se reeditaría, solo que esta vez con un signo distinto.
La MUD, como toda agrupación humana es
falible. Sus decisiones son imperfectas, al igual que sucede con todas las escogencias que realizamos en
el plano individual. Sin embargo, hoy la oposición es una fuerza con reconocimiento
internacional en gran medida por la acción paciente, sostenida e inteligente de
los líderes reunidos en esa instancia coordinadora. Volver a la época en la que
la MUD no existía sería retroceder a la prehistoria. Se le entregaría la nación
definitivamente a los gamberros que la gobiernan y el destino se pondría en una
secta de lunáticos que verían cómo Venezuela se hunde en el abismo, mientras
ellos rumian su frustración y rencor mientras disfrutan de una buena copa de
vino.
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