Fernando Mires 22 de agosto de 2016
En un
anterior artículo escribí que una gran parte del pueblo venezolano “se hace
pueblo” a través del Revocatorio. Agregué, además, que en política el pueblo al
“hacerse”, se diferencia de la noción mítica de un pueblo étnica, racial o
demográficamente pre-constituido. Como consecuencia de esa opinión algunos
lectores me han solicitado explicar de modo más detallado la relación entre
pueblo y política. A eso procederé a continuación.
¿CUÁNDO
UN PUEBLO SE HACE PUEBLO?
Una de
las dificultades para entender a un pueblo como algo “no hecho” sino como algo
que “se hace” reside en la identificación, las más de las veces retórica, entre
pueblo y nación. Más grande es la dificultad si se toma en cuenta que desde el
punto de vista de la nación el pueblo está formado por todos los con-nacionales
y en su expresión jurídica estatal, por todos los con-ciudadanos. Luego, si la
nación es indivisible, el pueblo también lo sería.
Ese
criterio de pueblo-nación no puede, sin embargo, ser asumido por ninguna teoría
política moderna. La razón es que la política actúa siempre sobre un campo
divisible poblado de conflictos y antagonismos. Sin divisibilidad no hay
política. Por lo mismo, el pueblo en política es, y debe ser –a diferencia del
pueblo-nación- un pueblo dividido. Usando un ejemplo extremo se puede decir que
el pueblo de los fascistas no puede ser el mismo que el pueblo de los
demócratas, ni al revés tampoco.
En
términos no políticos, el pueblo político al ser confundido con los conceptos
de nacionalidad, ciudadanía, etnia e incluso raza, opera en el imaginario
colectivo como un pueblo fundador, es decir, como un pueblo histórico. En
cambio, desde la perspectiva del pensamiento político, el pueblo histórico no
existe como tal y en su lugar aparece un pueblo en su historia, historia que al
ser historia va mutando de modo incesante. Podríamos decir, por lo tanto, que
el pueblo no-político es un pueblo estático y el pueblo político es un pueblo
activo, en constante transformación. En breve: “un pueblo que se hace pueblo”.
La
noción de un pueblo que se hace puede ser ejemplificada a partir de un estudio
realizado por Sigmund Freud relativo al momento de fundación del pueblo judío
durante el largo periodo del Éxodo. En los tres ensayos contenidos en su última
obra “Moisés y la religión monoteísta” (1934-1938) – dejando de lado
especulaciones relativas a la nacionalidad de Moisés, según Freud un noble
egipcio peteneciente a la corte del faraón monoteísta Akenaton, derrocado por
el “partido politeísta”– la idea freudiana es que no fue el pueblo judío el que
realizó el “éxodo” sino el “éxodo” hizo posible al pueblo judío. Tesis que
encuentra ciertos fundamentos en la propia narración bíblica. Pues a través del
largo viaje, los emigrantes pre-judíos fueron creando reglamentos
(mandamientos), estructuras, jerarquías e instituciones que le permitieron
constituirse como pueblo antes de ser nación.
En
cierto sentido –eso no lo dice Freud pero es deducible de sus sugestivos
ensayos- antes de que el pueblo judío fuera un pueblo religioso fue un pueblo
político y como tal fue constituido a partir de múltiples y violentas luchas de
poder las que adquirían –no podía ser de otro modo- un formato religioso
(idolatría vs. monoteísmo, por ejemplo). El concepto de pueblo religioso es,
por lo tanto, una variante del concepto de pueblo histórico (o pueblo
fundacional).
Benedicto
XVl, como es sabido, propuso, en analogía al pueblo judío hablar del “pueblo
cristiano”. Pero en cualquiera de los dos casos el pueblo religioso no puede
ser un pueblo político. La razón es obvia: en un pueblo político caben los
miembros de todas las religiones y confesiones habidas y por haber.
Un
pueblo histórico y/o religioso pudo haber sido en sus orígenes un pueblo
político. Pero desde el momento en que “pasa a la historia”, deja de ser
político. El pueblo político es, en cambio, un pueblo “haciendo su historia”.
Eso no quiere decir que en política no exista cierta recurrencia a la noción de
pueblo histórico (fundacional), pero solo con el objetivo de reafirmar la
existencia de un pueblo político.
Ahora,
en la teoría política moderna –esencialmente contractual- el concepto de pueblo
opera como una premisa ficticia o principio regulativo cuya función es dar
sentido al acto constituyente originario (Hans Kelsen, Teoría general del
Derecho y el Estado) Un ejemplo: la Constitución de los EE UU en su
preámbulo 1787 dice: Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos.
EL
PUEBLO CONSTITUYE Y DESTITUYE
Evidentemente,
la Constitución norteamericana no fue dictada por el pueblo pero se sustenta
sobre el principio que da sentido al acto constituyente en donde el pueblo
actúa (de modo ficticio) como agente fundador. Siguiendo a Kelsen y en cierto
modo a la idea del velo de la ignorancia de John Rawls (Teoría
de la Justicia), las premisas constitucionales, si bien siendo ficticias o
imaginarias, cumplen el papel de regular el sentido mismo de la Constitución.
Así puede ser posible que el pueblo “de carne y hueso” no actúe como agencia
fundadora de un pueblo, pero sí es introducido en una Constitución como agente
fundacional, el pueblo “de carne y hueso” puede ser activado en cualquier
momento.
Para
seguir con el ejemplo norteamericano, sabemos que en la Declaración de
Independencia de 1776 fue establecido que “todos los hombres han sido creados
iguales” pese a que no todos los hombres –sobre todo los esclavos negros- eran
iguales en la recién fundada nación. Pero dicha frase confirió posteriormente
al partido anti-esclavista del norte una vía constitucional sobre la cual hizo
transitar sus demandas. Por esa misma razón, cuando Obama fue elegido
presidente, el principio de la igualdad ante la ley, plenamente activado, dejó
de ser una ficción y se convirtió en realidad. Así sucede con el principio del
pueblo como agente constitucional. Dicho principio regulativo aplicado sin el
pueblo puede ser usado a posteriori por el pueblo el que a la vez se convierte
en pueblo en defensa de ese mismo principio.
El
pueblo es quien constituye. Esa fue la definición del jurista Carl
Schmitt en su libro Teoría de la Constitución (1928) En
palabras breves, el pueblo es político, según Schmitt, cuando asume su plena
soberanía.
La
noción del pueblo soberano –básicamente contractual- asumida por Schmitt en
1928 contrasta, sin embargo, con la expresada de modo radicalmente taxativo en
su libro Teología Política publicado en 1922. La premisa de
Schmitt en ese texto era: Soberano es quien decide sobre el estado de
excepción.
Según
esa primera acepción, el muy hobbesiano Schmitt entiende a la soberanía como
una atribución derivada del uso de la fuerza. Schmitt, efectivamente, no
confería en 1922 importancia a la diferencia entre dominación militar y
hegemonía política. Tampoco al concepto de mayoría, tan decisivo para Hannah
Arendt en la génesis del poder político (Violencia y Poder). Para el
Schmitt de 1922 la soberanía se deduce simplemente del poder y el poder de la
violencia. Esa fue la razón por la cual los teóricos políticos dedicados a dar
fundamento ideológico a regímenes dictatoriales han abrazado con entusiasmo la
tesis schmittiana de 1922 desconociendo la de 1928. No podemos olvidar por
ejemplo que Jaime Guzmán. el filósofo político de la dictadura de Pinochet,
seguía a pies juntillas las tesis formuladas por Schmitt en sus libros Teología
Política y La Dictadura desconociendo por completo la
tesis del pueblo como soberano expuestas por el mismo Schmitt en 1928.
Por
cierto, Schmitt, a diferencia de Arendt, nunca fue un demócrata. Cuando en 1928
acepta la tesis de que el pueblo es quien constituye reconoce
simplemente que el pueblo puede ser poder constituyente pero a la vez no niega
la posibilidad de que ese poder también pueda derivar del principio monárquico
el que bajo la categoría Führerprinzip (principio del líder)
puso Schmitt al servicio de la Constitución nacional-socialista de 1933. No
obstante, como el principio monárquico no puede ser traspasable a ningún
principio civil pues el poder del monarca proviene teóricamente de Dios, la
vinculación establecida por Schmitt fue la de líder y pueblo entendiendo al
pueblo como una proyección “hacia abajo” del soberano constituyente
representado en el Führer (Hitler).
YO SOY
EL PUEBLO
El
dictador, de acuerdo al Führerprinzip se arroga no un poder
divino pero sí el poder del pueblo. Él es el pueblo. Nos explicamos
entonces por qué Napoleón declaró en un discurso Yo soy el poder
constituyente. Frase dicha en contraposición a la de El Estado soy
yo formulada por Luis XlV. En otras palabras lo que Napoleón dijo fue: Yo
soy el pueblo. De más está decir que ese principio, el napoleónico, ha
hecho escuela entre los filósofos de las dictaduras desde el español Donoso
Cortés, el alemán Carl Schmitt, hasta llegar en América Latina a ser
representado en personas como el dominicano Joaquín Balaguer, el chileno Jaime
Guzmán y el argentino Norberto Ceresole.
El
pueblo, para los filósofos de las dictaduras es una prolongación de la persona
del dictador. El dictador en lugar de ser representante del pueblo convierte al
pueblo en representación de la voluntad general (Rousseau) encarnada en el
Partido, en el Máximo Líder, en el Caudillo. Ahí reside la índole populista de
la mayoría de las modernas dictaduras. Sean los comunistas, sean los actuales
autócratas eurasiáticos (Putin y Erdogan), sean los neo-dictadorzuelos
latinoamericanos (Ortega, Maduro), todos reclaman para sí la representación
absoluta y total del pueblo.
No
obstante, si aceptamos la premisa del Schmitt de 1928 –no hay razones para no
hacerlo– el pueblo, en tanto poder constituyente, puede ser, por lo mismo,
poder destituyente. Más todavía si consideramos que todo acto constituyente
supone un previo acto destituyente. Así, el pueblo, al ser el agente que
convoca, es también el que revoca.
Llevemos
ahora la tesis del Schmitt de 1928 hasta sus últimas consecuencias. Si el
pueblo constituyente es destituyente, el pueblo cuando destituye no puede ser
un principio regulador ni ficticio ni imaginario como en muchos casos es el
pueblo constituyente. Para destituir debe ser en primera línea un pueblo “de
carne y hueso” pues un pueblo como principio regulador no puede destituir a
nadie. En otras palabras, nunca un pueblo es más pueblo que durante el acto de
la destitución. A través de ese acto, la letra se hace cuerpo, el espíritu se
hace realidad y el pueblo se hace pueblo. La soberanía tácita del pueblo se convierte
en soberanía manifiesta durante el acto de destitución o revocación. Más
todavía: un pueblo que no puede destituir tampoco puede -en términos reales y
no ficticios- constituir.
No en
el poder constituyente sino en el destituyente se expresa -repetimos- la noción
de la soberanía popular. El acto destituyente puede ser llevado a cabo mediante
el simple proceso electoral o de acuerdo a normas constitucionales. Pero si ese
acto es negado serán abiertas las compuertas para activar el derecho natural a
la desobediencia y a la rebelión.
No
antes del acto destituyente sino durante, el pueblo actúa como instancia
política plenamente soberana. Por lo mismo, si deja de actuar como soberano
activo (constituyendo, destituyendo, eligiendo) el pueblo vuelve a su condición
pasiva y se convierte en pueblo histórico o simbólico, en pueblo demográfico o
población, en pueblo jurídico (ciudadanía) e incluso en “masa” cuando el lugar
del soberano es usurpado por otro agente político (monarquía, dictadura, líder
máximo).
EL
PRINCIPIO FUENTEOVEJUNA
Tal
vez una de los mejores documentaciones que muestran como la soberanía
destituyente se hace presente en un pueblo lo encontramos en la era
pre-política de España documentado en la legendaria obra de teatro escrita por
Lope de Vega: Fuenteovejuna (1612).
El
tiranicidio cometido en la persona del Comendador de Calatrava fue asumido por
el pueblo de Fuenteovejuna en su conjunto. Nadie delató, aún
bajo tortura, al ejecutor. El pueblo se hizo pueblo a través de la solidaridad
colectiva, esto es, a partir de la formación de un “nosotros constitutivo”
aparecido como consecuencia de la negación física a la tiranía.
- ¿Quién mató al Comendador?
- Fuenteovejuna, Señor
- Quién es Fuenteovejuna?
- Todo el pueblo a una.
La
negación a la tiranía aparece en Fuenteovejuna a través de un
tiranicidio así como después en Francia apareció a través de un regicidio. En
ambos casos la soberanía del pueblo se expresa en el acto pre-político de la
negación física del representante del poder. No obstante, en la era política
–se supone, es la que vivimos- la negación de la tiranía no pasa necesariamente
por la eliminación física del tirano sino por su simple destitución.
En las
repúblicas parlamentarias basta la simple mayoría en el parlamento para que un
mandatario legal y legítimo cese en sus funciones. En algunos regímenes
presidencialistas los mandatarios pueden cesar cuando dos poderes del Estado,
el judicial y el parlamentario, se unen en contra del ejecutivo o simplemente
cuando son puestos en práctica los dispositivos revocatorios inscritos en la
misma Constitución.
Cuando
no existe separación de poderes y a la vez son cerradas las posibilidades
revocatorias inscritas en la constitución, solo quedaría el camino de la
destitución mediante la recurrencia al derecho natural a la rebelión. Así
ocurrió en 1989-1990 en las llamadas “democracias populares” dependientes de la
URSS. En la mayoría de ellas la Nomenclatura fue destituida mediante la acción
de masivas rebeliones populares. Pero solo en Rumania el dictador fue
ejecutado. El espíritu de la soberanía popular políticamente organizada
mediante el acto de la destitución –es decir, el principio Fuenteovejuna-
prevaleció en todos esos países.
Quizás
no hay mejor ejemplo para ilustrar como el principio Fuenteovejuna continúa
vigente en la modernidad que ese grito colectivo surgido en las manifestaciones
de los días Lunes en la RDA de 1989/1990: Nosotros somos el pueblo.
En esa
simple frase está condensada toda la teoría del pueblo político aparecida de
modo embrionario en la magistral obra de Lope de Vega. Nosotros significa, nosotros
somos la mayoría y no ustedes (la Nomenclatura, la minoría)
La
“nosotridad” opera entonces como agente divisorio entre el pueblo y los que
ejercen soberanía en nombre del pueblo. A través de la negación del poder de
los otros, el nosotros alemán se hizo pueblo soberano reclamando para sí la
soberanía ejercida en nombre del pueblo por una minoría dictatorial Y asumiendo
su soberanía, el pueblo se convirtió en destituyente y por lo mismo en
constituyente.
Por
cierto, no en todas las destituciones presidenciales, por muy constitucionales
que sean, el pueblo actúa como poder destituyente. En América Latina tenemos
algunos ejemplos en las destituciones de Alberto Fujimori en Perú (2000), de
Manuel Zelaya en Honduras (2009), de Fernando Lugo en Paraguay (2012) y en
menor medida en la de Dilma Rouseff en Brasil (2015). En todas ellas, el pueblo
si es que actuó, lo hizo recurriendo al principio de delegación.
Distinto
fue el caso de la destitución de Pinochet. En Chile, durante el legendario
plebiscitito de1988 se dio una combinación entre pueblo destituyente y una vía
inscrita en la propia Constitución.
En el
curso del plebiscito chileno se enfrentaron dos poderes, el constituyente
basado en elFührerprinzip de acuerdo al cual el pueblo actúa como
prolongación del poder del Estado representado en un caudillo y el
destituyente, convertido en pueblo mediante el voto del NO. El triunfo del
pueblo destituyente pasó a ser constituyente solo después del retiro del dictador.
En cierto sentido el NO a la prolongación del mandato presidencial de Pinochet
fue la representación gramatical de una rebelión constitucional.
El
pueblo, en suma, es pueblo político cuando revoca (destituye) y convoca
(constituye). En ese mismo orden.
POST-SCRIPTUM
PARA (E)LECTORES VENEZOLANOS
De la
misma manera que en el Chile de 1988, en la Venezuela de 2016 tiene lugar un
enfrentamiento de poderes entre el Führerprinzip (principio
del caudillo) y el principio del pueblo destituyente (principio Fuenteovejuna).
El
principio caudillesco ya no puede ser poder constituyente entre otras cosas
porque en Venezuela ya no hay caudillo (Führer). Chávez es un cadáver
biológico y Maduro un cadáver político. Ya no hay fuerza, razón ni lógica que
constituya al “pueblo chavista”. Solo resta la razón de la fuerza representada
en el ejército. En la Venezuela de hoy solo rige el poder de las armas. De ahí
que el revocatorio es la única alternativa para restaurar la democracia. Así lo
han entendido incluso sectores ayer afines al chavismo quienes, con toda la
razón del mundo, no quieren pasar a la historia como subordinados de una
dictadura militar; con o sin Maduro.
El
RR16 adoptado por el conjunto de la oposición para hacer válida la destitución
del gobierno y del régimen que representa, está inscrito en la propia
Constitución. Todo intento por invalidar, desconocer o retrasar el RR16 es, por
lo tanto, anti-constitucional.
El
pueblo del Revocatorio actúa en primera línea en defensa de la Constitución. En
segunda, de las instituciones que la representan (Asamblea Nacional entre
otras) y en tercera, de la vía electoral como medio y forma para acceder al
gobierno. Al lado del RR16 se encuentra la legalidad institucional, la
legitimidad popular y la mayoría nacional. Esas son razones por las cuales el
llamado al RR 16 no puede ser comparado con otras alternativas de protesta
popular como las que tuvieron lugar en Venezuela en Febrero del 2014.
El
llamado del 2016 no solo es constitucional. Además, es constitucionalista. No
solo es legítimo. Además, es legal. No surge después de ninguna derrota
electoral (como fueron las elecciones municipales de 2013) sino después de la
aplastante victoria del 6-D del 2015. No emerge desde una oposición dividida
sino de una que ha alcanzado el máximo punto de unidad. En otras palabras, el
RR16 no solo es fuerza mayoritaria. Es también la principal fuerza hegemónica
del país. Este último punto hay que subrayarlo pues si bien no toda
mayoría es hegemónica, toda hegemonía debe ser mayoritaria.
El
RR16 obedece a la lógica de una última ratio. Luego, su legitimidad
no proviene solo del hecho de que la gran mayoría del país lo aprueba. Si así
fuera, sentaría un peligroso precedente para el futuro pues cada gobernante
podría ser destituido cada vez que pierda la mayoría electoral.
El
RR16 debe ser puesto en práctica no porque proviene de la mayoría, sino por una
razón de extrema urgencia, a saber: que todas las alternativas para que el
gobierno hubiera enmendado su rumbo anti-constitucional ya han sido agotadas.
La necesidad del RR16 surgió recién con fuerza cuando estuvo claro que el
gobierno Maduro intenta clausurar a la AN mediante usos ilícitos, confiriendo
poder legislativo al oficialista TSJ.
El
Parlamento, con todos sus defectos, es la voz del pueblo. No solamente es el
órgano destinado a promulgar leyes. Es antes que nada el centro del debate y
por lo mismo del diálogo entre las diversas fuerzas que constituyen a la
política de una nación. Es por eso que la democracia de nuestro tiempo es y
debe ser parlamentaria. Sin parlamento no hay democracia. El parlamento es
–dicho de modo taxativo- la democracia. Luchar por la vigencia del Parlamento
no significa solo defender las voces de las mayorías sino también la de las
minorías, incluyendo también a las del chavismo.
El
régimen que representa Maduro ha provocado el más grande desastre económico que
conoce la historia de su país, ha anulado la independencia de los poderes
públicos, ha militarizado el poder político y hoy pretende desconocer al propio
sistema electoral que lo llevó al poder, es decir, al pueblo como poder
constituyente.
Por
esas razones, y no solo por haber perdido la mayoría, Maduro y su régimen deben
ser revocados. En nombre del pueblo, de la Constitución y de las Leyes.
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