Por Ángel Oropeza
Ante el avance de los planes
de eternización de Maduro en el gobierno a través del fraude de la supuesta
“asamblea constituyente” y el consecuente aumento de la represión asesina para
imponerlo, muchos venezolanos han expresado su natural angustia y la sensación
de sentirse emocionalmente abrumados por el inminente peligro que se nos
avecina. La pregunta que se oye en todos los espacios vitales del país es:
¿ahora qué hacemos? ¿Cuál es la estrategia?
Comencemos por la lógica
angustia. Observar a unos sujetos que no solo amenazan y agreden desde la
arrogancia que les da su ilusión de poder, sino que son capaces de ordenar sin
escrúpulos el asesinato de sus compatriotas con tal de imponer un proyecto
antihistórico para conservar sus privilegios y fortunas, genera sin duda
espanto y ansiedad colectiva, casi tan fuertes como el repudio que se les
profesa.
Sin embargo, más allá de esta
natural reacción psicológica, es necesario entender lo que hay detrás de la
conducta delictiva del régimen, y que le da sentido trascendente a la respuesta
épica de un pueblo de pie en defensa de su país. Recuerdo aquí las palabras de
George Marshall: “No basta con luchar. Es el espíritu que nos acompaña en la
lucha el que decide la cuestión. Es la moral la que obtiene la victoria”. Y a
esta lucha de millones lo que le sobra precisamente es moral.
El proyecto madurocabellista,
además de inviable y rechazado por todo el país, ya entró de lleno en la
categoría de aberración histórica. De tanto velar solo por sus propios
intereses de perpetuación y dominio, terminó por emanciparse de la realidad. De
tanto desconocer y dar la espalda al sufrimiento que ellos mismos generaron en
sus compatriotas, quedaron reducidos a vivir en un mundo falso, de apariencias
y rituales, donde solo ellos se creen sus discursos, sus instituciones y sus
mentiras.
En consecuencia, y a
diferencia de la otrora exitosa seducción del chavismo, al madurocabellismo
solo le queda la opción de intentar imponer por la fuerza su fracasado modelo.
El invento de una fraudulenta constituyente es solo una “coartada” para
conseguir una desesperada legitimación. Es un intento burdo por darle visos de
apariencia jurídica a la pretensión de crear otro país, porque este no solo les
quedó grande, sino que los desprecia y desconoce. Pues bien, este país no está
dispuesto a desaparecer. Y hoy sus hijos se han levantado, con angustia pero
con un coraje mil veces superior a su miedo, para defender el mejor país de la
Tierra.
¿Cuál es la estrategia? En el
corto plazo, impedir la materialización del fraude mediante la activación y
articulación de todos los sectores del país. Las tácticas irán adaptándose
tanto al desarrollo acelerado de los acontecimientos, como a la dinámica
generada por las acciones que se sucederán. Pero el éxito de ambas, la
estrategia y sus tácticas, dependerá de tres condiciones: unidad, organización
y persistencia. Unidad creciente de la dirigencia política entre sí y de los
venezolanos con ella. Reforzar la organización ciudadana, tanto en sus espacios
naturales de encuentro como en los que promoverá la Mesa de la Unidad
Democrática para esta etapa de la lucha. Y, finalmente, insistir más que nunca en
nuestras cuatro banderas, que son las que han provocado la enorme solidaridad
internacional y el inmenso apoyo interno, incluyendo a vastos sectores del
oficialismo, a esta nueva batalla por la independencia: que haya elecciones,
que se libere a la Asamblea Nacional, que suelte a los presos políticos y que
haya comida para que la gente no muera de hambre.
Que nada, ni la angustia ni la
legítima indignación, y mucho menos las tentaciones del gobierno, nos saquen de
este camino, que es el único que nos puede conducir a la necesaria victoria.
Recordemos las palabras de Tzun Tzu: “Los buenos guerreros hacen que los
adversarios vengan a ellos, y de ningún modo se dejan atraer fuera de su
fortaleza”. Porque, al final, “la invencibilidad está en uno mismo, la vulnerabilidad
en el adversario”.
13-06-17
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