Por Antonio Pérez Esclarín
¡Ya se acerca Navidad! Pronto
llegará Jesús, el Libertador, la raíz y el impulso de nuestra esperanza. No son
tiempos de pesimismo, de quejadera, de desaliento, que tanto abundan hoy en
Venezuela. ¡Arriba los corazones! Son tiempos de creer, de esperar
y de comprometerse. La desesperanza es falta de fe y falta de fortaleza que
hunden al alma en el pesimismo y le roban las fuerzas para comprometerse en la
construcción del futuro. La esperanza es sostén y fuerza para seguir adelante
sin que nos agobien los problemas y las dificultades.
El derecho a soñar no figura
entre los 30 derechos humanos que las Naciones Unidas proclamaron hace 69 años,
pero si no fuera por él, y por las aguas que da de beber, los demás derechos
morirían de sed. Soñemos que es posible un país distinto, sin violencia y sin
miseria, donde la diversidad sea asumida como riqueza y todos nos tratemos como
conciudadanos y hermanos. Soñemos y entreguemos nuestras vidas a realizar los
sueños. Tan negativo es el discurso fatalista, que renuncia a los sueños y
niega la vocación histórica de los seres humanos, como el discurso
voluntarista, que confunde el cambio con la mera proclama del cambio. Por ello,
los que creemos que Jesús sigue vivo a nuestro lado y nos invita a transformar
Venezuela, debemos ser los “diseñadores” de nuestro país que permita a todos
una vida digna y segura. Es decir, debemos soñarlo y diseñarlo.
Pues el sueño sin diseño, sin proyecto, es mera ilusión; y el proyecto
sin sueño no convence, no arrastra, no entusiasma.
Todas las grandes conquistas
de la humanidad comenzaron con el sueño de alguien o de unos pocos y el
compromiso tenaz y valiente de hacerlo posible. Por ello, fueron capaces de
entusiasmar y arrastrar el coraje y las voluntades de muchos, y el sueño se
hizo realidad. Nada importante se ha logrado nunca sin esfuerzo, sin lucha, sin
entrega. Sólo en el diccionario éxito aparece antes que trabajo.
Aceptar el sueño de una
Venezuela mejor es aceptar participar en el proceso de su creación y asumir
nuestra condición de políticos y de ciudadanos. Por ello, todos debemos votar
el próximo diez de diciembre por los candidatos que nos garanticen un mejor
futuro para todos. Abstenerse es perder el derecho ciudadano de actuar,
como autores y actores de los cambios necesarios en el ámbito político,
económico, social y cultural, para enrumbar a Venezuela por los caminos de la
reconciliación y el progreso. Ser humano significa tener esperanza activa que
es el nervio de la felicidad.
La esperanza, como lo
expresaba Ernst Bloch, es la más humana de las emociones. Ella impide la
angustia y el desaliento, pone alas a la voluntad, se orienta hacia la luz y
hacia la vida. Sin esperanza, languidece el entusiasmo, se apagan las ganas de
vivir y de luchar. La esperanza se opone con fuerza al pragmatismo, que
es una deserción mediocre y cobarde en la tarea de construir un país y un mundo
mejores. La esperanza no es pasividad, es constancia activa; requiere
paciencia, compromiso y fortaleza para no claudicar ante las dificultades.
Por ello, y como nos dice Anatole France, “nunca se da tanto como cuando
se da esperanza”, y Jesús a quien esperamos en Adviento, es el verdadero dador
de esperanza.
10-12-17
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