Por Fernando Luis Egaña
La verdad sea dicha, el
avispero oficialista siempre ha estado alborotado a lo largo del siglo XXI, e
incluso durante el año constituyente de 1999. Solo que en vida del predecesor
este lograba mantener por dentro la procesión de las discordias y, cuando ya se
agotaba el disimulo, se apelaba a las purgas, algunas definitivas y otras con
ticket de retorno. Las historias e historietas son tantas que la brevedad de
las presentes líneas no permite abundar en ellas, ni siquiera hacer una
relación más o menos significativa. El cementerio de los purgados es un erial
extenso, y muchos de los que “resucitaron” siguieron siendo o se convirtieron
en boliplutócratas.
Con el sucesor, la hegemonía
se quedó sin hegemón, y el avispero se alborotó como nunca. Pero la habilidad
del castrismo, siempre en apoyo a Maduro, contribuyó mucho a encubrir los
conflictos. La guerra de Cabello al sucesor fue y es manejada con la
experiencia de un veterano jugador de ajedrez. Pero de un jugador que no
descansa hasta que vea ganada la partida. Y en eso andan, sobre todo en estos
días, muchas de las más conspicuas figuras del avispero rojo. Montadas en un
tablero de vida o muerte política. Un juego letal.
Esta temporada de líos
endógenos es especialmente intensa por la catástrofe en que la hegemonía ha
sumido al país –en medio de una bonanza de precios petroleros–, y porque el año
2018 debería ser, según mandato de la Constitución de 1999, uno de elecciones
presidenciales. Las apetencias en las corrientes oficialistas se han hecho
curiosamente visibles y tal rareza no es del agrado del sucesor y de sus
principales beneficiarios. Maduro empezó su campaña política con el “show de
los ganchos rojos”, una puesta en escena de puro teatro político para dar la
impresión de que se está combatiendo la corrupción.
Lo cual, desde luego, tensa
las disputas internas del poder establecido, porque allí casi no hay hueso sano
en materia de corrupción. Acaso sea una ironía perfecta la declaración de
Rafael Ramírez, de que él es la cara de la revolución bolivariana... Su mentor
original, Alí Rodríguez, podría comentar in extenso al respecto. En todo caso,
la “lucha contra la corrupción” que se está escenificando es una tramoya
montada con ingenio para favorecer los intereses de Maduro y los suyos. Hasta
el presente se ha dirigido al espectro del poder hegemónico, pero ya se
anuncian horizontes que incumben a la acera de “enfrente”.
Una hegemonía despótica,
depredadora, envilecida y corrupta no puede enfrentar la masiva corrupción que
la caracteriza. Se trataría de un imposible lógico. De la cuadratura del
círculo. No obstante, en la dinámica de la política las percepciones valen
tanto o más que las realidades. Y en el campo de proyectar mensajes envenenados
a partir de una situación que pareciera real, la hegemonía que impera en
Venezuela no tiene mucho qué envidiar al proceder de sus patronos en La Habana.
Ni en maneras de operar ni en la absoluta carencia de escrúpulos.
Eso lo saben muy bien las
víctimas efectivas o potenciales de Maduro y su entorno. Me refiero, claro
está, a las que han pertenecido o pertenecen al oficialismo. De allí que sea
notorio el ambiente de denuncias, acusaciones, amenazas, persecuciones y
encarcelamientos que tipifican a algunos de los embates interiores de los
despotismos. Pero hay indicios importantes de que las embestidas rebasarán esos
límites rojo rojitos y apuntarán (selectivamente) al entramado corrupto y
corruptor que ha venido sosteniendo el despliegue de una parte sustancial de
los factores de la oposición formal. Se alborotó el avispero. No hay duda. Y
mientras tanto Venezuela es martirizada con aguijones tóxicos.
flegana@gmail.com
09-12-17
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