Por Antonio Ecarri Bolívar
La subestimación política de
Acción Democrática es histórica. Son muchos los que en el transcurso de estos
casi 77 años de vida del Partido del Pueblo, lo han visto con desdén y
desprecio. Ha sido así incluso antes de su fundación con las siglas que hoy se
conoce, pues al Partido Democrático Nacional (PDN), que lo precedió, lo
llamaban el partido del autobús, por la supuesta poca militancia que lo nutría.
Así lo reconocía Rómulo
Betancourt, el más destacado fundador de ambas organizaciones, cuando afirmaba:
“El PDN fue, en sus comienzos, una organización de bolsillo. (…) No todo era
ironía en la apreciación de nuestros adversarios al decir que con sus efectivos
apenas se colmaba un automóvil. Y si creció numéricamente y formó aguerridos
equipos de jefes políticos y de capaces dirigentes obreros, estudiantiles y
profesionales, fue porque tuvo doctrina propia, plataforma extraída de lo entrañable
nacional, vocación de combate y agónica fe proselitista. Fue una verdadera
preparación para lo que sería luego Acción Democrática”.
Luego de fundarse AD,
continuó la subestimación. Subestimaron al partido López y Medina, para luego
arrepentirse. Lo despreció Pérez Jiménez, quien juraba haberlo desaparecido
cuando lo ilegalizó, para pocos años después ver, desde su exilio dorado, cómo
Betancourt volvía a ser presidente ahora por elección universal, directa y
secreta. También tuvieron esa actitud, hasta connotados líderes democráticos
como Luis Herrera, quien por haberle ganado las elecciones al candidato adeco
se ufanaba de haber acabado con el Partido del Pueblo. Aunque luego se diera
cuenta de su error al ser sido sucedido, en la presidencia, por otro militante
de Acción Democrática como Carlos Andrés Pérez, quien se convirtió en líder de
toda una nación anhelosa de progreso y bienestar, lo que cumplió con su
política de pleno empleo y desarrollo nacional.
Ahora, en nuestra época, nos
encontramos con el mismo fracasado retintín de la desaparición de Acción
Democrática, cuando ha sido ilegalizado arbitrariamente en dos oportunidades,
en menos de un año, por el gobierno antidemocrático de Nicolás Maduro. Ah, pero
en las dos oportunidades, desde la dirección política de AD, hemos apelado al
pueblo y este, siempre generoso y solidario con su partido, nos ha vuelto a
legalizar a punta de adhesiones voluntarias y masivas.
Reconocemos que en los
primeros años del gobierno de Hugo Chávez el partido perdió influencia en la
vida nacional, porque se nos adjudicaban todas las culpas por el supuesto
fracaso de la democracia venezolana. Se cometieron errores que teníamos que
exculpar y lo hicimos, con valentía y coraje, quienes nos quedamos en el
partido asumiendo errores de otros, pero entendiendo que la institución es de
carácter permanente y debíamos asumir los haberes, pero también los “debe” de
nuestras equivocaciones pasadas. En fin, al ser herederos de ese inmenso
patrimonio histórico, no podíamos repudiar una parte de ese legado sino todo
ello completo, sin separar la paja del trigo.
En ese largo tránsito, de
penitencias debidas y pagadas, diferimos nuestras aspiraciones de timoneles de
la lucha por el discreto, pero utilísimo papel de amalgamar la diáspora opositora
nacional. Así apoyamos, durante 25 largos años otras opciones políticas,
candidatos de otros partidos y ni siquiera presentamos precandidaturas
presidenciales. Sin embargo, en ese largo limbo secundario no nos quedamos de
brazos cruzados, sino que nos dedicamos a la ardua tarea de reconstruir la
organización y hoy día no hay localidad, por remota que se encuentre de la
capital de la República, donde no exista un comité local del partido del
pueblo.
Es por esas razones que
quizás muchos nos han subestimado, al sorprenderse de nuestros avances y
nuestras legítimas aspiraciones de retomar nuestro papel histórico de liderar
un proceso unitario, que se ha convertido en el más riesgoso y complicado de
nuestra historia política. No vamos a renunciar a él, no por vanidad ni
prepotencia, sino porque creemos ser útiles y eficaces en el inmediato trance
donde un adversario, desacreditado y dividido, también nos subestima.
Trabajamos para articular la mayoría democrática que quiere un cambio, para
sobrevivir y detener esta crisis terminal que ha sido causada por una ideología
sin sustento exitoso en ninguna parte del mundo.
Buscamos amalgamar a toda la
oposición que sabe de nuestro compromiso antirreeleccionista. Por ello
proponemos el nombre del más experimentado y preparado de nuestros líderes,
Henry Ramos Allup, para que después vengan otros demócratas a continuar la
obra, a estabilizar e incluso a superar esa labor primigenia de liberación de
esta tiranía. Tendemos nuestra mano amiga y solidaria para que nos acompañen
todos los hombres y mujeres de buena voluntad, porque como decía Don Quijote:
“La buena fe no nos la pueden quitar”. Así que no nos subestimen, porque la
buena fe de lograr reconstruir la mayoría, que seguimos siendo los demócratas,
no nos la dejaremos quitar.
aecarrib@gmail.com
09-02-18
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