Por Susana Reina
Me llamó
desde Barranquilla para decirme que iba a arreglarle unos papeles a
su muchacho y que volvía en dos semanas. Eso fue en enero y ya estamos a mitad
de abril. Lo supo hacer, porque si me lo anuncia con tiempo me desmayo ahí
mismo. Ella en los 80 se vino aVenezuela a buscar mejor futuro para sus
hijos, y ahora creo que se regresa a su pueblo por la misma razón, buscando
paz, afectos cercanos, medicinas, alimentos, vida normal.
Angelita estaba conmigo desde
1985 cuando llegué a Maracaibo por un trabajo que no iba a tomarme
sino unos meses. Me quedé 33 años… Y desde entonces ella, junto a Tinti, la
nana de mis hijos (QEPD), estuvieron conmigo en las buenas y en las malas a lo
largo de todo ese periodo. Si no hubiese sido por ese par de mujeres, yo
no hubiese ni estudiado, ni trabajado, ni llegado adonde estoy, con dos
muchachos encima y sin familia en una ciudad que no era la mía.
Porque mira que ese trabajo de
mantener una casa es duro, amargo y mal pagado. ¡Pero qué necesario e
importante es! La “economía de los cuidados” ha surgido recientemente a la
palestra pública como una especialidad con peso específico dentro de la
economía tradicional. Para la CEPAL (Comisión Económica para América
Latina y el Caribe) esta economía de los cuidados involucra los elementos
que cuidan o “nutren” a las personas, en el sentido que les otorgan los
elementos físicos y simbólicos imprescindibles para sobrevivir en sociedad
(UNIFEM,2000).
“Así, el cuidado refiere a los
bienes y actividades que permiten a las personas alimentarse, educarse, estar
sanas y vivir en un hábitat propicio. Abarca por tanto al cuidado
material que implica un trabajo, al cuidado económico que
implica un costo y al cuidado psicológico que implica un vínculo
afectivo… Asociarle al término cuidado el concepto de economía implica
concentrarse en aquellos aspectos de este espacio que generan, o contribuyen a
generar, valor económico.
Es decir, lo que
particularmente interesa a la economía del cuidado, es la relación que existe
entre la manera cómo las sociedades organizan el cuidado de sus miembros, y el
funcionamiento del sistema económico”. Tradicionalmente, esa carga
doméstica recae en muchas mujeres de servicio o limpieza o en
las amas de casa, y en las trabajadoras como una segunda jornada
laboral, producto de una histórica división sexista del trabajo.
Pero, y este es un pero con
mayúscula, el sistema económico en su totalidad se sostiene gracias a esos
cuidados sin paga. Disfrazado de abnegación, devoción por la familia, amor
puro y bueno, las mujeres tienen una jornada de labor por la cual no reciben
justacompensación monetaria ni protección social. Si ese trabajo
no se hiciera, la economía se haría pedazos; eso lo sabe muy bien
el patriarcado y la “economía feminista” lo está develando.
Según la ONU, las
trabajadoras domésticas están entre los grupos más vulnerables de mano de
obra en el mundo; enfrentan una serie de violaciones de derechos humanos y
derechos laborales que van desde condiciones de trabajo deplorables y
desigualdad salarial, hasta violencia sexual. En 2013 entró en vigor el
Convenio número 189 de la OIT que estableció normas para mejorar la vida de los
y las trabajadoras domésticas.
Para que un ser humano pueda
ser productivo y dedicarse al 100% a su labor, alguien tiene que ocuparse de
alimentarlo, abrigarlo, mantenerlo sano y en condiciones de vida aceptables.
Alguien que le cuide a los niños y a los adultos mayores con afecto y que se
ocupe de mantener todo en orden. Por eso la intención de las huelgas de
cuidados que en muchas ciudades del mundo se han realizado recientemente, han
adoptado el lema “produzcan sin nosotras”.
Dada estas circunstancias,
muchas como yo, tuvimos que apoyarnos en otras mujeres para poder salir del
coto privado y probar suerte en el espacio público. Estoy consciente de que
hablo desde una posición privilegiada. No todas tienen a la mano esta opción,
porque tener un back up de servicios domésticos, exige contar con
recursos monetarios para contratar y pagar por dichos servicios.
Las mujeres nos necesitamos
las unas a las otras. Mis amigas me alababan por haber mantenido a estas dos
señoras a mi lado siempre, al contrario de muchas que vivían llorando porque se
les iban, las robaban, las embarcaban. Y siempre bromeábamos con el cuento
de que era más fácil conseguir marido que señora de limpieza. Pero
más allá de la gran suerte que tuve, estoy segura de que el trato amable, la
buena paga y la consideración humana hicieron la diferencia.
Sin discriminación, sin mirar por encima del hombro, entendiendo que su
labor era fundamental y dándoles las gracias cada vez que podía.
Una buena forma de entender
todo esto está recogido en el libro “The Help” (2009), traducido a
“Criadas y Señoras” de Kathryn Stockett y luego llevado al cine. Trata sobre
las criadas afroamericanas que trabajaban para las amas de casa
blancas en Missisipi, USA a principios de los años 60. Y si bien el foco está
puesto en el tema racial y los derechos civiles, en el fondo aborda la
necesaria solidaridad entre mujeres, independientemente de la clase,
credo o raza. Todas nos necesitamos.
No se puede
ser feminista y maltratar a otras mujeres calificando su labor como
de bajo nivel, con desconsideraciones en el trato y en el habla o haciéndose
eco del menosprecio colectivo por su trabajo. Eso de que otras mujeres
mantengan tu casa, te quieran y críen a tus hijos mejor que tú misma, es oro
puro. Así que págales bien, protégelas como a una más de la familia, dale valor
y reconocimiento a su ayuda, porque mientras la división sexual del
trabajo se mantenga como está y no se den los urgentes cambios sociales en
la redistribución de la carga doméstica y en la conciliación laboral-familiar,
contar con su apoyo es lo que más nos puede salvar el pellejo a las mujeres de
carrera.
Sé feliz Angelita, te lo
mereces. Te estaré eternamente agradecida por haberme ayudado a romper mi
propio techo de cristal.
16-04-18
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