José Domingo Blanco 10 de agosto de 2018
Calificaré
al pasado sábado –el día del supuesto “magnicidio”- como un día tragicómico.
Uno más de los muchos que este régimen ha aportado para la posteridad y que le
darán ese toque de humor –negro y amargo– a la historia venezolana que se
contará en las décadas futuras. Esa historia verídica que a las generaciones de
venezolanos de los años venideros les costará creer porque se asemeja más a los
cuentos propios del imaginario popular, como en un su momento lo fue el de La
Sayona.
Este
nuevo intento de magnicidio, muy probablemente, ocupará un grueso capítulo
junto con los otros intentos, incluido el más jocoso, el que protagonizó
Marleni Olivo cuando, desesperada por contactar a Nicolás, le lanzó un mango
con su número telefónico; con tan mala suerte que tuvo excelente puntería e
impactó en la cabeza del mandatario. Aunque, a ese episodio protagonizado por
la señora Olivo, lo catalogaría de “manguicidio” más que magnicidio; a pesar de
que, para los efectos de quienes rodean a Maduro, tuvo la misma intención:
asesinar al Heredero de la Revolución.
Lo
cierto del caso es que, el sábado pasado no sólo propició chistes y memes, sino
también sirvió para desatar de nuevo la ira implacable del régimen. Y,
aprovechando el estallido del dron -o de una drona o de bombona de gas o de
fuegos artificiales o de cualquier cosa porque la verdad, esa que se obtiene
luego de investigaciones policiales científicas serias, nunca la sabremos-
arrancó esa especie de OLP; pero, contra quienes ellos consideran sus enemigos
y, a la postre, estuvieron detrás del “atentado terrorista”.
Venezuela
es, en estos momentos, un territorio intermedio entre lo fantástico y lo real
donde, a veces, la auténtica ficción se vuelve posible. Tenemos que afrontar
con la cabeza fresca y el alma despejada, ese terrorífico azar de nuestras
calles. ¡Siempre surge una trama subyacente! Y, a mi juicio, en este momento,
una suma de situaciones fortuitas está favoreciendo de nuevo a Nicolás y al
fortalecimiento de su régimen aniquilador.
Como
he dicho en anteriores oportunidades, cuando no hay salida democrática,
sobreviene la violencia. Una violencia que sólo favorece al régimen, que es el
que la clama; porque, la sociedad civil ha demostrado que la rechaza. Por eso,
es menester que surja una nueva dirigencia opositora que, haciendo equipo con
todos los grupos democráticos, logre plantarse firme y hablarle claro al
régimen. Necesitamos con carácter de urgencia, una nueva dirigencia opositora
blindada contra las tentaciones propias del poder y motivada hacia la
construcción de ciudadanía, que es la que propicia la vida democrática.
Todos
los magnicidios, los inventados por Chávez y Maduro, son patrones de conducta
propios de los dictadores. Ambos, Chávez y Maduro, fueron modelados por su
maestro, Fidel Castro. Estas prácticas se han ido perfeccionado con los
tiempos, porque su objetivo es la represión y provocar miedo. Dos componentes indispensables
en las tiranías. Ambos elementos, el miedo y la represión, han sido siempre
capítulos de un plan perverso que logra atemorizar a la población. Y cuando lo
que abundan son las especulaciones sin certidumbres, el autócrata logra imponer
su dictadura.
En los
sistemas totalitarios, otra de las víctimas es la libertad de expresión. Es uno
de los primeros derechos que se viola y secuestra. Y en Venezuela, ese
principio se cumple sin excepción. Para poder “montar la olla” que el régimen
necesitaba para iniciar su cacería de detractores o “incómodos para la
revolución” ese día del “magnicidio”, once colegas fueron detenidos y obligados
a borrar el material que grabaron durante “el atentado terrorista” contra
Nicolás. Tengo que reconocer el coraje y el brillante accionar de los medios de
comunicación independientes y sus periodistas que, pese a la dictadura,
lograron acceder a la información, en un intento por defender lo que para
Alexis de Tocqueville hacía posible la democracia: la libertad de expresión.
Sin
embargo, el régimen no escatima a la hora de brindarnos distracciones y
obligarnos a desviar la mirada de lo verdaderamente importante. En un nuevo
intento para apartarnos de lo sustantivo que nos acontece, el desgobierno
prepara con uno de sus próceres preferidos, Herman Escarrá, toda una campaña
propagandística para dar a conocer los artículos de la nueva Carta Magna, que
prepara de manera soterrada la fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente. Y,
así, entretenernos hasta las elecciones de diciembre, con las que, una vez más,
pretenderá seducir a un significativo número de partidos que, en teoría, le
hacen oposición; pero que, al final, no son más que piezas del ajedrez, con las
cuales el régimen juega astutamente, para disfrazar de democracia un sistema
que, desde todos los ángulos que se analiza, no lo es.
Y así,
a casi una semana de los hechos ocurridos el pasado sábado en la Avenida
Bolívar -aún no esclarecidos como debe ser- las declaraciones de Nicolás y sus
cómplices terminan de echar por tierra la nueva tesis del magnicidio.
El
espectáculo del que fuimos testigos tiene una sola lectura, frustrante y
difícil de reconocer para muchos: la dictadura de Maduro se atornilla, con más
dosis de terror, abusos y atropellos
José
Domingo Blanco
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