Por Luis Ugalde S.J.
Este gobierno con toda su
quincalla revolucionaria llegó a su final. Ningún trabajador que en 1998 ganaba
500 dólares al mes defenderá esta “revolución” para ganar ahora 3 dólares
mensuales. Los frutos son de muerte y el pueblo agradecería a Maduro su pronta
renuncia y la negociación para una salida ordenada y con daños controlados. Hoy
los rumores llenan el vacío político. La desesperación es mala consejera y
puede llevar a desear cualquier aventura golpista sin pensar en las condiciones
indispensables para el éxito en la reconciliación y reconstrucción del país.
Considero importante recordar y meditar sobre los errores de apoyo al golpismo
hace 26 años para evitar nuevas tragedias.
El 15 de febrero de 1992,
pocos días después del fallido y sangriento golpe militar, escribimos un
artículo “El golpe y las lecciones no aprendidas”, celebrando su fracaso y
comentando los sentimientos contradictorios de buena parte de la población: por
un lado, alivio porque prevaleció la democracia y por otro lado, en muchos el
deseo de que hubiera triunfado el golpe militar para así castigar al gobierno y
a los políticos por el profundo malestar socio-económico y la corrupción
que se vivía en la última década (1982-1992):
“La corrupción descarada
–escribíamos– la especulación inmisericorde, el deterioro de los servicios
públicos, la desinversión de los capitales, el descaro de lujos y viajes, las
mil formas de ineficacia gubernamental, la burla del seguro social, la
insuficiencia de empleos y salarios, la irritación que produce ver a
muchos políticos dedicados a sus cosas con el dinero del país” (…).
“Todas las causas que explican el 27 de febrero (el Caracazo de 1989) están
ahí, tres años después, como verdad irrebatible y como combustible preparado
para la hoguera”. Realidades evidentes que alimentaban la
antipolítica y las simpatías por el golpe militar sin pensar en las
consecuencias funestas que traería el triunfo de los fusiles: “Cárceles,
estadios y cuarteles repletos con miles de detenidos; juicios sumarios y
fusilamientos arbitrarios; numerosas familias arrastradas al exilio; cientos de
miles de venezolanos escondidos, obligados al silencio y al exilio interno de su
pensamiento. El país gobernado por la ley suprema del fusil; siempre
arbitraria, pues ni es ley, ni es suprema: es la fuerza”. Intuíamos que eso
sería el fruto del golpe acompañado del desastre económico-social: “Para estas
fechas –escribíamos– el bolívar estaría avanzando aceleradamente en su
caída a punto de llegar a 100 por dólar (hoy estamos a más de 3 millones y con
la hiperinflación anual de 100.000% camino de 1.000.000%). Los capitales
apátridas en fuga, los préstamos internacionales congelados, el desempleo
camino del 20%, el país aislado de los créditos y financiamientos
internacionales y tal vez sometidas a boicot nuestras ventas petroleras”.
Entonces escribíamos:
“Compartimos las causas del malestar social, pero negamos que ellas justifiquen
el golpe. Toda la indignación que podamos tener frente a la situación actual de
nuestro país no constituye un solo argumento para justificar el golpe que
empeoraría todo y aumentaría la corrupción”. Entonces señalábamos como
lecciones no aprendidas las que nos dio el Caracazo 3 años antes y las dobles
verdades y raseros para los privilegiados y para la población.
El hecho es que no hubo
corrección gubernamental y el disfraz democrático de chavismo golpista se
disfrazó de democrático y a los seis años triunfó electoralmente.
El desastre que preveíamos en
1992 es un juego de niños ante el colapso general hoy con esta dictadura. Una
situación tan catastrófica y desesperada nos puede llevar a desear cualquier
aventura golpista olvidando que el fusil puede ser bueno para frenar ciertos
males y disuadir, pero no lo es para gobernar y reconstruir un país destrozado
y saqueado por sus gobernantes.
Ahora es obvio, incluso para
los chavistas, que este gobierno no tiene futuro y debiera frenar el
sufrimiento nacional renunciando y abriendo las puertas a la transición
para la reconstrucción y reconciliación del país. No esperamos que Maduro
lo haga voluntariamente, lo importante es que la gran mayoría de los
venezolanos esté convencida de que esa renuncia es necesaria y lo exija el
clamor multitudinario y la imprescindible decisión de la Fuerza Armada de
defender la democracia y la Constitución.
Recuperar la vida humana de
millones saliendo cuanto antes del actual desastre, pero de tal manera que las
diversas fuerzas confluyan en una unidad superior para la reconstrucción
democrática y constitucional, incluyendo las elecciones presidenciales, una vez
que se hayan restablecido las debidas condiciones como la eliminación de la
ANC, la habilitación de todos los candidatos y partidos, cambio del CNE, la
libertad de los presos políticos perseguidos y exiliados, etc.
En septiembre de 1998, meses
antes de las elecciones, escribíamos: “Hay alta probabilidad de que Chávez gane
las elecciones y poca de que pueda hacer un buen gobierno; lo que significa una
especie de suicidio colectivo”.
Que la pérdida de memoria no
nos lleve a otra aventura suicida y caminemos unidos para la reconstrucción
democrática y social del país.
02-08-18
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