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martes, 5 de mayo de 2020

Cambio: mise en scene, por @AmericoMartin




Américo Martín 04 de mayo de 2020

Estoy por creer que todos en Venezuela son partidarios de que esto cambie. ¿También Maduro se inclina al cambio?. El problema es la forma, las consecuencias y la propia mise en scene. Obstinado como debe estar, de gobernar en un país que se le deshace como una galleta de soda en las manos, plagado de sospechosas infidencias, el círculo de sus leales podría estar acariciando caminos propios.

De las tres maneras de enfrentar la crisis terminal, ninguna es totalmente convincente. La invasión militar, la escalada represiva frente a una espiral creciente de protestas colectivas y la negociación, siempre que la mitad del problema se resuelva en la agenda a convenir. Lo que le dio impulso y credibilidad a la negociación es que fue postulada por el Departamento de Estado norteamericano, casi en forma contemporánea con la petición del levantamiento de las sanciones, alegando razones humanitarias, por parte de Nicolás Maduro.

En respuesta a semejante pedido, el equipo de Mike Pompeo, sugiriendo que estaba de acuerdo pero a cambio del cese de las violaciones de los DDHH por parte del gobierno de Maduro y, en lo inmediato, la liberación de los presos políticos, civiles y militares, que son tanto o más consideraciones humanas que las alegadas por Miraflores para solicitar la revocación de esas sanciones que lo agobian.

¿Y por qué tendría el Departamento de Estado que postular la agenda de un problema cuyos dos protagonistas comparten –quizá por lo pronto sea lo único que comparten– la cédula de identidad? Porque el proceso venezolano ha convertido a EEUU en protagonista al dictar las sanciones en respuesta a las alegadas infracciones. Precisamente, en la agenda propuesta por el Secretario de Estado Mike Pompeo, se describe minuciosamente el desmontaje de las sanciones en paralelo con el levantamiento de las ilegalidades, proceso que debería ser gradual para manejar con eficacia este problema.

La agenda se extiende, además, a las maneras de materializar el cambio democrático y, desde que fue asomada, hizo gala de una interesante flexibilidad. Al hablar de la emergencia, la posición norteamericana era terminante en dos aspectos: primero, que Maduro no podría presidir el gobierno de transición y segundo, que Maduro, ni quien fuera presidente de la transición, tendrían derecho a postularse para las elecciones presidenciales que el gobierno de emergencia organizaría en plazos técnicamente bien calculados, de 6 meses para la primera magistratura y luego 12 meses para las parlamentarias.

Ambos comicios se atendrían a las exigencias que fueren necesarias para garantizar la total pulcritud, propia de elecciones libérrimas. Todo bajo estricta observación nacional e internacional.

Para facilitar la propuesta referida personalmente a Maduro, Juan Guaidó se incluyó. Propuso que los dos quedaran excluidos de la presidencia del Gobierno de Emergencia Nacional. Y además, que Maduro tuviera el derecho de postular su nombre a las elecciones presidenciales.

Si se promete desmontar las sanciones, si además su rival Guaidó renunciara a la presidencia interina y por último, si ambos podrían competir en la elección presidencial, en el fondo de su alma –según imagino– podría estar soñando con alguna fórmula que lo librara del peso que, a duras penas, está soportando.

Entonces, ¿por qué diablos no aceptó inmediatamente la negociación con Guaidó y la AN con la fórmula gradual propuesta por EEUU? Me atrevo a decir que ni Shangó, los babalaos, ni Sai Baba, hubieran perdido ese chance.

¿Qué puede lograr la negociación que no se obtenga a distancia sin necesidad de cruzar palabras? “A distancia”, he oído a Nancy, mi esposa, arremeter contra la “educación a distancia” promovida por Miraflores, en forma tan brillante, que me ha hecho reaccionar con cierta repulsa esa idea de negociar cosas vitales sin hablar cara a cara.

El poder de la negociación, cuando hay fuertes intereses en juego, es espectacular. Digamos, por ejemplo, los medrosos que temen ser engañados podrían invocar coherencia. Si se me permite ser candidato presidencial, ¿cómo podrían sostenerse las sanciones que recaigan sobre mí? Con ese sentido práctico que Stalin admiraba en los estadounidenses, dijo en el sepulcro de Lenin que el fundador de la URSS poseía el espíritu revolucionario de los rusos y el sentido práctico de los norteamericanos. Tratándose de un bellaco, enemigo jurado de EEUU, como Isis Vissariónovich Dzhugashvili (Stalin), el elogio debe tomarse por partida doble.

Para saber luchar hay que saber negociar, como escribí en un artículo anterior. Y la coherencia es un arma esencial.

El asunto es la fortaleza de los intereses en juego. El primero para Venezuela, sus amigos y sus menos amigos, consiste en liberarse de la doble coyunda de la policrisis económica, política y social que la aplasta de manera inclemente. Y el coronavirus que no oculta su deseo de acabar con la especie humana.

Cuando hay interés, negociando se entienden hasta los monos, cuya inesperada inteligencia les permitió a la universidad de Oxford la vacuna contra el covid-19 antes que al animal humano.

Como no quiero herir susceptibilidades, el único mono que citaré será el “mono” Zuloaga, gran pitcher del Cervecería Caracas, quien saltaría de alegría con la noticia para evidenciar que su equipo no tenía mejor lanzador que él y que la primacía de su especie resaltaría en la famosa

Américo Martín

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