San Josemaría 02 de abril de 2021
@sJosemaria
Nicodemo
y José de Arimatea –discípulos ocultos de Cristo– interceden por el desde los
altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio...,
entonces dan la cara audacter (Mc XV,43)...: ¡valentía heroica!
Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al
Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor..., lo desclavaré con
mis desagravios y mortificaciones..., lo envolveré con el lienzo nuevo de mi
vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo
podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad! Cuando todo el mundo os abandone y
desprecie..., serviam! os serviré, Señor. (Via Crucis, Estación XIV, n.1)
Habréis observado cómo algunas madres, movidas de un
legítimo orgullo, se apresuran a ponerse al lado de sus hijos cuando éstos
triunfan, cuando reciben un público reconocimiento. Otras, en cambio, incluso
en esos momentos permanecen en segundo plano, amando en silencio. María era
así, y Jesús lo sabía.
Ahora, en cambio, en el escándalo del Sacrificio de la
Cruz, Santa María estaba presente, oyendo con tristeza a los que
pasaban por allí, y blasfemaban meneando la cabeza y gritando: ¡Tú, que
derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo!;
si eres el hijo de Dios, desciende de la Cruz. Nuestra Señora escuchaba las
palabras de su Hijo, uniéndose a su dolor: Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has desamparado? ¿Qué podía hacer Ella? Fundirse con el amor
redentor de su Hijo, ofrecer al Padre el dolor inmenso –como una espada
afilada– que traspasaba su Corazón puro.
De nuevo Jesús se siente confortado, con esa presencia
discreta y amorosa de su Madre. No grita María, no corre de un lado a
otro. Stabat: está en pie, junto al Hijo. Es entonces cuando Jesús
la mira, dirigiendo después la vista a Juan. Y exclama: Mujer, ahí
tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: ahí tienes a tu Madre. En
Juan, Cristo confía a su Madre todos los hombres y especialmente sus
discípulos: los que habían de creer en Él.
Felix culpa, canta
la Iglesia, feliz culpa, porque ha alcanzado tener tal y tan grande Redentor.
Feliz culpa, podemos añadir también, que nos ha merecido recibir por Madre a
Santa María. Ya estamos seguros, ya nada debe preocuparnos: porque Nuestra
Señora, coronada Reina de cielos y tierra, es la omnipotencia suplicante
delante de Dios. Jesús no puede negar nada a María, ni tampoco a nosotros,
hijos de su misma Madre. (Amigos de Dios, nn. 287-288)
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/dailytext/cadaver-de-cristo/
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