Opus Dei 02 de abril de 2021
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Reflexión
para meditar el Sábado Santo. Los temas propuestos son: la esperanza ilumina el
Sábado Santo; los personajes que acompañan a Cristo en el abandono; María nos
consuela y fortalece en los momentos difíciles.
UEDE SUCEDERNOS que el Sábado Santo sea «el día del
Triduo pascual que más descuidamos, ansiosos por pasar de la cruz del viernes
al aleluya del domingo»[1]. Para que esto
no nos ocurra, podemos fijarnos en las mujeres que acompañaron a la Virgen en
todo momento. «Para ellas, como para nosotros, era la hora más oscura. Pero en
esta situación las mujeres no se quedaron paralizadas, no cedieron a las fuerzas
oscuras de la lamentación y del remordimiento, no se encerraron en el
pesimismo, no huyeron de la realidad. Realizaron algo sencillo y
extraordinario: prepararon en sus casas los perfumes para el cuerpo de Jesús.
(...) Sin saberlo, esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el
amanecer del “primer día de la semana”, día que cambiaría la historia»[2].
Jesucristo yace hoy en el sepulcro. Manos amigas lo
han colocado con cariño en aquel lugar, propiedad de José de Arimatea, cercano
al Calvario. ¿Dónde están los apóstoles? Nada nos dicen los evangelios, pero
tal vez al atardecer de aquel sábado fueron llegando uno a uno hasta el Cenáculo,
donde días atrás se habían congregado con el Maestro. ¡Cuánto desánimo en sus
conversaciones! Habían traicionado a Jesús. Hasta tal punto debió de llegar el
desaliento que no faltó tal vez la idea de abandonarlo todo y volver a las
cosas de antes, como si los últimos tres años hubieran sido tan solo un sueño.
Sin embargo, «en el silencio que envuelve el Sábado Santo, embargados por el
amor ilimitado de Dios, vivimos en la espera del alba del tercer día, el alba
del triunfo del amor de Dios, el alba de la luz que permite a los ojos del
corazón ver de modo nuevo la vida, las dificultades, el sufrimiento. La
esperanza ilumina nuestros fracasos, nuestras desilusiones, nuestras amarguras,
que parecen marcar el desplome de todo»[3].
HAY ALGO diferente en las santas mujeres: han sido
fieles hasta el último momento. Observaron atentamente cómo quedaba todo para,
después del reposo del sábado, poder volver y terminar de embalsamar a Jesús.
Es explicable el desaliento de unos y otros: todavía no eran testigos, ni los
apóstoles ni ellas, de la resurrección de Cristo. A pesar de todo, no quieren dejar
de prestar ese servicio. Su cariño es más fuerte que la muerte. Por otro lado,
también nos gustaría ser tan valientes como José de Arimatea y como Nicodemo,
que «en la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio... entonces
dan la cara (...). Yo subiré con ellos –decía san Josemaría– al pie de la Cruz,
me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor... lo
desclavaré con mis desagravios y mortificaciones... lo envolveré con el lienzo
nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde
nadie me lo podrá arrancar»[4]. Cuando casi
nadie espera nada de Cristo, todos estos personajes de la Escritura no se
encogen de hombros. No tienen nada que ganar, pueden perderlo todo, pero
igualmente quieren ofrecer a Jesús su cariño.
Por otro lado, el Sábado Santo no pudo ser para la
Virgen un día triste, aunque sí doloroso. La fe, la esperanza, y el amor más
tierno por su divino hijo le darían paz, le harían aguardar con un ansia serena
la resurrección. Recordaría, entre tanto, las últimas palabras de Jesús:
«Mujer, aquí tienes a tu hijo» (Jn 19,26); empezaría ya a ejercer su maternidad
con aquellos hombres y aquellas mujeres que habían seguido a Cristo desde los
primeros tiempos. María trataría de reanimar la fe y la esperanza de los
apóstoles, recordándoles las palabras que poco tiempo atrás habían oído de
labios del Señor: «Se burlarán de Él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán,
pero después de tres días resucitará» (Mc 10,34). Bien claro había hablado el
Señor para que, cuando llegasen los momentos de dificultad, supiesen agarrarse
con fe a su palabra. Junto al recuerdo doloroso de los sufrimientos padecidos
por Jesucristo, un alivio grande se apoderaría de su corazón de Madre al pensar
que ya había pasado todo: «Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya
somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha
rescatado»[5].
JUNTO A LA VIRGEN, a la luz de su esperanza, se
encenderían los corazones de cada uno. «¿Y si todo aquello fuese cierto?»,
pensaban, quizás, los apóstoles. «¿Y si de verdad resucitase Jesucristo, como
había prometido?». Como en otros tiempos habían estado todos juntos alrededor
del Hijo, ahora les gustaría estar cerca de la Madre. Seguramente María envió a
unos y otros a buscar a los que quizá no habían aparecido al principio. Es
posible que ella esperara encontrar a Tomás para consolar su corazón atemorizado.
En el momento de la prueba supieron acudir a María, y «con Ella, ¡qué fácil!»[6].
Queremos apoyar nuestra fe en la suya: sobre todo
cuando las cosas cuestan, cuando llegan las dificultades y los momentos de
oscuridad. San Bernardo lo tenía bien experimentado: «Si se levantan los
vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones,
mira a la Estrella, llama a María»[7]. Dios quiere
que ella sea para nosotros abogada, madre, camino seguro para encontrar otra
vez la luz en los momentos de oscuridad.
Quien acude a la poderosa intercesión de santa María
sabe que jamás se ha oído decir que, quienes en la Virgen confiaron, hayan
quedado desamparados, por más que el momento fuese duro y grande la confusión
de su alma. Podemos decirle a Jesús: «A pesar de la tristeza que podamos
albergar, sentiremos que debemos esperar, porque contigo la cruz florece en
resurrección, porque tú estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches,
eres certeza en nuestras incertidumbres, palabra en nuestros silencios, y nada
podrá nunca robarnos el amor que nos tienes»[8]. Junto a
María, madre de la esperanza, volverá a crecer nuestra fe en los méritos de su
hijo Jesús.
[1] Francisco, Homilía,11-IV-2020.
[2] Ibíd.
[3] Benedicto XVI, Palabras al final del Vía Crucis,
2-IV-2010.
[4] San Josemaría, Via Crucis, XIV
estación, n. 1.
[5] San Josemaría, Via Crucis, XIV
estación.
[6] San Josemaría, Camino, n. 513.
[7] San Bernardo, Homiliae super «Missus est»,
2, 17.
[8] Francisco, Homilía, 11-IV-2020.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/document/meditaciones-semana-santa-sabado-santo/
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