Rafael A. Sanabria M. 15 de junio de 2023
A
diario se dice a la ligera que lo que se vive en Venezuela es incompresible y
que la gente no haya en quien creer porque, según las mismas versiones, todos
mienten. Pero sería interesante hacer una revisión exhaustiva de la historia
para encontrar las respuestas del presente. La historia no engaña, la historia
nos señala en qué hemos avanzado y en qué nos hemos quedado estancados.
El
poder ha sido la mayor preocupación de los líderes en Venezuela, éste ha
ocasionado demasiadas uniones y traiciones en nuestro país. Confrontarse entre
miembros de distintas corrientes del pensamiento no es cuestión nueva. Al igual
que evidenciarse fracturas entre integrantes de nuevas corrientes tampoco es
algo novedoso. Seguimos actuando como los de ayer, creando escenarios propicios
para ver como se alcanza el poder.
Desde 1830, el proceso político fue de pugnas entre los caudillos de la guerra de independencia que representaron a los grupos políticos antagónicos. Estas pugnas se resolvieron a menudo por medio de las armas.
Las
guerras civiles provocadas por esta rivalidad constituyen rasgo característico
del período agropecuario. Se cuentan por decenas los alzamientos, golpes de
cuartel, asonadas y guerras civiles que padeció nuestro país hasta los
comienzos del siglo XX. Todas ellas minadas por sonoras consignas que, en
muchos casos, recogían sentidas aspiraciones populares, pero al final solo
sirvieron para entronizar caudillos que traicionaron repetidas veces a las masas
que los siguieron y ayudaron a llevar al poder.
Las
guerras civiles han sido el signo más dramático de la inestabilidad política de
Venezuela y la causa principal de la ruina del país, de la miseria y la
despoblación. Casi todas estas convulsiones civiles han ostentado el nombre de
«revolución». Sin embargo, ninguno de estos movimientos tuvo contenido
revolucionario propiamente dicho. Sirvieron para cambiar el régimen o, más
propiamente, al caudillo de turno, pero sin tocar la estructura económica del
país, ni cambiar el sistema semifeudal que imperó durante toda la etapa.
Estos
movimientos si bien no cambiaron la estructura, si tuvieron un contenido
político bien definido, por cuanto reflejan la oposición de intereses de grupos
sociales. A través de estas luchas se fueron definiendo las dos tendencias
políticas fundamentales de nuestro proceso, a saber: Federalismo y Centralismo.
Es decir
que la evolución política ha sido lenta, mientras la evolución social ha
caminado a pasitrote. El poder se ejerce en forma presidencial,
autoritariamente, aunque las constituciones hayan delimitado siempre las
facultades del presidente del ejecutivo.
La
teoría sociológica –prácticamente una teoría política sobre las características
del poder– conocida con el nombre del «gendarme necesario» no fue una invención
caprichosa de Vallenilla Lanz, sino conformación a la realidad histórica del
país. ¿Acaso Bolívar, Páez, Monagas, Falcón, Guzmán Blanco, Castro y Gómez no
son una comprobación?
El
criterio de los hombres fuertes fue el de que la energía era el único elemento
para gobernar un pueblo como Venezuela. Toda la energía gastada en el siglo XIX
y las primeras décadas del XX no ha bastado, sin embargo para crear un poder
político estable, lo cual indica que justamente con las energías se requieren
otras virtudes, como la moral y la bondad humana. Si en los siglos XIX y XX se
hubiesen unido esas cualidades –energía, moral y bondad– en un gobernante, no
habría existido una dictadura política en el tiempo histórico venezolano.
En los
actuales momentos nuestros lideres a pesar de estos antecedentes históricos
siguen anclados en su afán por el poder y no corrigen, de allí que la historia
se vuelva a presentar con los mismos elementos aunque en contextos y personajes
diferentes. Nada nos puede extrañar de los actuales actores del poder, pues
simplemente dan respuesta a su legado heredado. Nada puede extrañarnos
que los grupos políticos creen sus pequeños caudillos, se dividan y ataquen
unos a otros. Esa es nuestra repetitiva historia.
¿Han
desaparecido los caudillos? ¿Han desparecido las élites de casta? O la historia
se sigue repitiendo en las nuevas generaciones de líderes nacionales.
¡Discriminemos! Si no seguiremos atados con en el mismo nudo histórico de 1830.
Rafael
A. Sanabria M.
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