PAULINA GAMUS 12 MAY 2014
Muere Chávez y queda
Maduro, mucho más sumiso en su entrega a los dictadores cubanos
Con mucha razón se llama Culto a la
devoción natural, inducida u obligatoria de los venezolanos por Simón Bolívar.
La cosa comenzó con el general José Antonio Páez ya erigido en dictador, cuando
decide repatriar los restos mortales de El Libertador en 1842. Ordenó que los
empleados públicos llevasen luto por ocho días y que se colocaran estatuas del
héroe en diferentes sitios públicos. Lo curioso del asunto es que fue el mismo
Páez quien lideró La Cosiata, movimiento separatista de la Gran Colombia, lo
que se asumió como una traición a Bolívar. Según algunos historiadores, el
motivo real de tanto homenaje fue un temor profundamente religioso al castigo
divino por destruir el sueño del hombre que, a lomo de caballo, liberó cinco
naciones del yugo español. El temor al parecer subsiste y es mucho más marcado
en los dictadores que en los gobernantes democráticos.
A partir de aquel diciembre de 1842,
el nombre de Bolívar y su presencia nos inunda. Se llama así nuestra moneda que
para afrenta al Padre de la Patria, es cada vez de valor más escaso. Quienes
mayor culto han rendido al epónimo, son los mismos que la han ido devaluando
hasta transformarla en una partícula del dólar americano y en un microorganismo
del euro. El centro de todas las ciudades y pueblos de Venezuela se reconoce
porque hay una estatua ecuestre de Bolívar y si el pueblo es pequeño y pobre,
entonces un busto de bronce colocado sobre un pedestal de piedra. La plaza,
obviamente, se llama Bolívar. El país está lleno de avenidas, calles, liceos,
escuelas y hospitales que llevan el apellido Bolívar a secas o acompañado del
nombre de pila Simón. Hay un Estado suroriental llamado Bolívar bastante rico
en hierro, diamantes, oro, energía hidráulica y otros dones de la naturaleza y
de su aprovechamiento por el hombre. Así fue hasta que los gobernantes más
bolivarianos de todos los tiempos, lo hundieron en una ruina similar a la del
resto del país. Una de las mejores universidades de Venezuela es la Simón
Bolívar que a duras penas sobrevive al odio que la revolución bolivariana
siente por la autonomía universitaria y por los institutos de educación
superior, en general. En las últimas semanas los colectivos o bandas armadas
del gobierno de Nicolás Maduro, han incendiado 18 universidades y han
incursionado varias veces en la más importante del país, la Central, en
Caracas, destruyendo bibliotecas, aulas e instrumentos de enseñanza. Como
Chávez no pudo soportar el rechazo mayoritario que los estudiantes y el
profesorado de todas las universidades del país le manifestaban, creó una
universidad, no faltaba más ¡Bolivariana!. La orden del caudillo supra
planetario e inmortal, fue que esa universidad graduara médicos, abogados y
otros profesionales en solo tres años. Es muy probable que un abogado ignorante
e inepto haga encerrar a su cliente pero un mal médico sin lugar a dudas lo
entierra. Uno de mis seguidores en Facebook escribe en su perfil:
"egresado de la Universidad BOLIBARIANA". ¿Qué
más podríamos agregar?
Cuando Hugo Chávez se reveló como el
más bolivariano de todos los gobernantes del país, incluido José Antonio Páez,
dio el primer paso de su paroxismo cambiándole el nombre a Venezuela por
República Bolivariana. Pero había algo, una piedra en el zapato que lo
atormentaba. Simón Bolívar no era solo Simón Bolívar, era Simón José Antonio de
la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte Palacios y Blanco. Cuatro apellidos y
todos de abolengo en un país en el que probablemente la mitad de sus habitantes
apenas tiene uno. ¿Como podría un gobierno revolucionario que derrumbó las
estatuas de Cristóbal Colón porque su llegada a la América causó el genocidio
indígena, aceptar que Simón Bolívar era de ascendencia absolutamente española y
además criollo y mantuano, lo que significaba que era de la elite dominante y
blanca? ¿Cómo digerir en un país donde según la conseja popular, quien no lanza
flechas toca tambor en alusión a la mezcla étnica que se produjo con la llegada
de los esclavos africanos, que la familia Bolívar exhibía lo que en esos
tiempos se llamaba pureza de sangre? Chávez era, como el mismo lo pregonaba, de
origen zambo, es decir, mezcla de indio y negro pero en su caso con un toque de
blanco. Y al mismo tiempo Chávez era hijo (aunque putativo) de Bolívar y estaba
a punto de convertirse en Bolívar mismo. Se presentaba pues una complicación
con los orígenes del héroe libertador.
Entonces procedieron a lo que bien
podríamos llamar la deconstrucción del Simón Bolívar histórico. Ya no habría
nacido en Caracas, en el centro de la ciudad y en una casona que milagrosamente
sobrevive a la locura urbanística que destruyó toda nuestra herencia
arquitectónica. Bolívar nació en Barlovento, tierra emblemática de la negritud
venezolana. Nadie explica qué hacía la señora Palacios y Blanco de Bolívar y
Ponte, una dama de salud precaria y además embarazada, en tierras de sol
ardiente y sin aire acondicionado. El hecho es que para la revolución que no
podía ser otra cosa que bolivariana, doña Concepción no tuvo más remedio que
parir allá. Ese extraño acontecimiento podría sugerir que la mamá del futuro
Libertador dio un mal paso y que quizá el papá del niño Simón no era don Juan
Vicente Bolívar y Ponte, sino algún esclavo de la familia. Nadie lo dijo pero
ese posible adulterio habría sido la venganza de doña Concepción contra su
marido, un obseso sexual que fue expulsado del pueblo de San Mateo en el Estado
Aragua, por haber violado a cuanta niña aparecía ante sus ojos. Una vez
planteada esta duda subliminal sobre la paternidad de don Juan Vicente Bolívar,
vino otro paso: cambiar la imagen de El Libertador plasmada en infinidad de
pinturas de su época y copiada en retratos, estatuas y en lo más cotidiano y
manoseado por el colectivo, la moneda. Entonces una misión con disfraces de
astronautas encabezada por el mismo Chávez, procedió a remover los restos
mortales del prócer y a reconstruir por medios digitales su “verdadera imagen”
. El resultado fue un señor de facciones más cercanas al hombre de Cromagnon
que a las de un mestizo de estas tierras. Enseguida devino la obligatoriedad de
cambiar los retratos de El Libertador imprescindibles en toda dependencia
oficial, por los que representan a ese Bolívar de dudosa filiación.
Muere Chávez y queda Maduro, mucho más
sumiso en su entrega a los dictadores cubanos. A él le correspondió colocar la
guinda que le faltaba a la torta histórica: justificar la presencia hegemónica
de Fidel y Raúl Castro en Venezuela. Según los nuevos libros de historia hechos
en socialismo, una nodriza cubana amiga de doña Concepción, se encargó de darle
de mamar al recién nacido Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y
Ponte Palacios y Blanco. No se explica como la aristocrática mamá del futuro
héroe tenía amistad con nodrizas y menos cubanas. ¿Cómo y cuándo llegó esa
señora con sus pechos cargados de leche a Caracas o a Barlovento, según el
cuento que se quiera creer? ¿Cuánto duraba la travesía de la isla antillana a
Venezuela para que la nodriza llegara a tiempo de cumplir su cometido? O bien,
¿qué hacía una nodriza cubana en Caracas cuando aún no existía Fidel Castro y
no se había producido la anexión de Venezuela a Cuba? Para no desairar al
sector afrodescendiente del pueblo venezolano, la cubana le dio de sus pechos al
niño Simón por unos días y luego dejó encargada de la misión láctea a la Negra
Hipólita, la nodriza que todos conocemos. Todos es un decir, porque si este
batiburrillo de revolución bolivariana continúa, los niños que hoy estudian la
primaria en las escuelas del país saldrán imbuidos de esa patraña oficialista
que se ha tragado la verdadera historia, la genuina, la de siempre, la nuestra.
Excelente articulo de Paulia Gamus. Me llamó la atención que se publicó en El Pais/Internacional y sin indicar autor alguno.
ResponderEliminarSAludos
Ana-Brenda Centeno H.
Excelente articulo. Lo recibi publicadi por El Pais/Internacional,no indicandose en el mismo su autor. Autora en este caso. Paulina Gamus. Considero importante se dirijan a esta publicacion indicando esta omisión.
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