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domingo, 3 de diciembre de 2017

Victorias regaladas por @garciasim


Por Simón García


La abstención es una de las peores formas de entregar el país al régimen. Pero mediante algún mecanismo para armonizar la conciencia con una conducta que niega la utilidad del voto, el abstencionista se siente desafiando al poder. Aunque los hechos indiquen lo contrario.

Hay un abstencionismo que convierte sus críticas al Gobierno y sus insatisfacciones con la oposición en una retirada de eventos en los que se deciden relaciones de fuerza, control de instituciones o pervivencia de valores democráticos. Al brincar de una posición de resistencia a la inacción cívica, generalmente exalta principios morales que, desvinculados de la confrontación concreta contra el poder, conducen a gestos ineficientes y sin propósito definido. Así, la conciencia individual queda aparentemente protegida, mientras el interés de la colectividad se entrega a la tutela roja.  

Existe otro abstencionismo que, con una clara finalidad pragmática, busca cambiar su condición de exigua minoría, intentando presentar el abstencionismo silvestre como obra suya y venderse como sus representantes. A nombre de esa tendencia ajena pretende sustituir a las organizaciones políticas que constituyen el principal eje articulador de la resistencia social. Rechazan los procesos electorales porque no son capaces de medirse como opción dirigente particular en ninguna elección y concentran su política en la fantasiosa aspiración de debilitar, sacar del escenario y tomar el lugar de los partidos de la oposición que cuentan con mayor apoyo. Viven para soñarse en Miraflores.

Una y otra clase de abstencionismo revela la propensión al desinterés por los asuntos públicos, cuyo primer capítulo es dejar de votar. Ese abandono del voto como elemento insustituible para construir democracia, suele ser el primer escalón hacia un desarme espiritual y político frente al empoderamiento del régimen que crece, entre otros factores, como consecuencia de la abstención.


Sin embargo ha aparecido un abstencionista que aprecia el valor de votar y que se propone, tal vez porque no tiene otros medios, obligar a unirse a toda la oposición. El reclamo a la oposición se considera más urgente que el rechazo al régimen. Pero al no votar se anula la eficacia del voto y se aumentará la percepción de que no hay manera de salir de Maduro. Estos resultados y esa percepción se exhibirán como pruebas de que dictadura no sale con votos.    

Abstenerse es darle al régimen victorias regaladas y permitirle una capa formal de legitimidad. Es restarle apoyo social a la oposición y ejercer un descontento sin alternativas. Mientras tanto se contribuye a que el régimen obtenga más control sobre la sociedad y logre desmovilizar, aumentar la división y reducir el peso de la oposición formalizada.  

Los abstencionistas cachicamos, que claman por purgas y se consideran a sí mismos la tapa del frasco moral, constituyen hoy el principal obstáculo para abrirle caminos al cambio. Asumir que no actuamos en democracia y sin esperar que la cúpula oficialista actúe voluntariamente dentro de  la racionalidad democrática, exige dirigentes políticos que generen estrategias inteligentes y que no  sustituyan la lucha por la evasión.

Lamentablemente el 10 de diciembre, partidos y ciudadanos, le regalaremos otra victoria a Maduro.

02-12-17




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