Miguel Méndez Rudolfo 13 de abril de 2018
Se ha
abierto en la opinión pública un debate sobre la conveniencia o no de dolarizar
la economía venezolana. Los que están a favor, básicamente argumentan que es el
camino más directo para abatir la hiperinflación que es el mayor de nuestros
males, lo cual no es poca cosa; en tanto que los que están en contra argumentan
que tal medida no es una panacea, que no es una fórmula contra todos nuestros
males, ni es la única medida necesaria para enrumbar la economía. La verdad es
que si uno pone atención, quienes plantean que hay que dolarizar en ningún
momento hablan de una panacea, ni de una fórmula milagrosa, ni de una única
medida; esto lo sostienen los adversarios, los cuales aprovechan para poner en
boca de los “dolarizantes”, planteamientos que ellos no esgrimieron. Con lo
cual el debate cae en una guerrita en la que todo vale, cuando no debe ser así.
En un
foro sobre la dolarización efectuado recientemente en la Unimet, hubo
posiciones de un lado y de otro, pero es justo destacar la opinión de José
Guerra al respecto: “La dolarización es la medida más dura. La economía está
dolarizada de facto o de manera parcial, pero tenemos todas sus desventajas y
ninguna de sus virtudes. A estas alturas yo estoy abierto a cualquier cosa con
respecto a la dolarización. Esta crisis no se puede resolver a punta de
devaluaciones y esta hiperinflación no se puede atender con políticas
económicas convencionales”. En análisis periodísticos posteriores se cuestiona
la postura dolarizadora con argumentos como: “…Se desecha que, a la par de la
emisión de bolívares, otras variables intervienen en el alza de precios, como
la poca oferta en el mercado interno, la especulación como subjetividad
derivada del rentismo, la economía venezolana estructurada en la cartelización
de precios mediante oligopolios y monopolios, y en los actuales momentos, una
puja distributiva por bienes de consumo masivo. Desconocer la subjetividad del
rentismo y los resultados de una economía históricamente parasitaria y
dependiente de la renta, es para los partidarios de la dolarización imponer la
“solución mágica” de erradicar la emisión de bolívares, como si fuera la única
causa de la inflación”.
Como
se notará, luego de una atenta lectura al párrafo anterior, la argumentación
esgrimida es insustancial, etérea, críptica y teórica. Cuando uno trata de
entender el sustrato de las críticas que se le hacen a la dolarización,
encontramos desde posturas ideológicas, pasando por posiciones de defensa de
intereses, hasta la mera enunciación del “no me gusta”. El rechazo a la medida
es muchas veces emocional, porque es una acción audaz, que rompe paradigmas y
que genera en los timoratos un gran temor al cambio. Prefieren aquello de mejor
malo conocido que bueno por conocer, algo que en el mundo de hoy es una rémora
para avanzar hacia el progreso, porque el cambio es vertiginoso. Otro argumento
manido que sale a relucir es que la dolarización acabaría con los programas
sociales. La pregunta que uno se hace es ¿de cuáles programas sociales estamos
hablando? Porque no me vengan a decir que las pírricas bolsas de comida que se
reparten cada dos meses, son un programa social. La verdad la dolarización no
tiene que ver la política social, pero creo que no hay manera de que en la
transición humanitaria de los primeros seis meses de un nuevo gobierno
democrático, se va a tener que distribuir medicinas y alimentos, con
dolarización o sin ella.
Como
hemos dicho hasta el cansancio, la dolarización implicará una política
monetaria, pero habrá una política fiscal, una política social, una política
ambiental, una educativa, etc., etc. De manera que gobernar es un arte y
coordinar armónicamente las diferentes políticas es el camino al desarrollo.
Miguel
Méndez Rodulfo
Caracas
13 de Abril de 2018
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