Por Ignacio Ávalos
En tono burlón, el presidente
dejó en la pantalla de los televisores una pregunta que nos concierne a todos.
Una pregunta –¿Tú te irías a lavar pocetas en Miami?– que denigra de un oficio
y de quienes lo desempeñan, a la par que satiriza el dolor de los que se
marchan y el de los que se quedan aquí.
Con su pregunta el presidente
Maduro ofende a la diáspora venezolana desdeñando las razones por las que
nuestra gente se dispersa por el mundo. Pareciera, así, desconocer que los que
se van no se van, sino que huyen. Que desertan de las condiciones que
determinan la vida por estos lares. Que se marchan de un país en el que la
existencia de muchos se ha vuelto cuestión de sobrevivencia. Un país con los
nervios de punta, acosado por la anomia, aturdido por el miedo, sometido por la
violencia en sus múltiples formatos, en el que la vida transcurre de manera
poco amable, sin las certezas básicas necesarias sobre las que funciona
cualquier sociedad. Un país al que se le extravió el futuro.
Con su pregunta el presidente
Maduro aparenta ignorar que los ciudadanos se marchan de un país regido por un
gobierno incompetente, apresado en una telaraña de ideas equivocadas pero,
sobre todo, condicionado por la corrupción de su dirigencia. Un gobierno que
chapucea en las aguas de la hiperinflación recurriendo a la magia de
desaparecerle varios ceros a la moneda, mientras jura por enésima vez –esta vez
sí va en serio, de verdaíta– que se hacen planes para diversificar la
producción y superar el rentismo petrolero, un objetivo, que se nos promete,
más o menos, a la vuelta de la esquina. Un gobierno que ejerce el poder con el
casi único propósito de mantenerlo y cuya ocupación principal por estos días es
ganar las elecciones a como dé lugar. Un gobierno que ha debilitado al Estado y
se ha fabricado una institucionalidad hecha a la medida –para eso inventó la
asamblea nacional constituyente– que le permite hacer hasta lo que no se puede
hacer. Un gobierno que supedita buena parte de las políticas sociales a la
lealtad política y que progresivamente avanza en el desarrollo de mecanismos de
control sobre los venezolanos, que se manifiestan, entre otras maneras, en las
diferentes funciones de la Red de Articulación y Acción
Sociopolítica (RAAS), creada para la “defensa integral de la nación y
la defensa del pueblo en los ámbitos ideológico, cultural, político, social,
económico, electoral y militar”, una de cuyas tareas supone “desplegarse calle
por calle, casa por casa, para la caracterización sociopolítica de los
habitantes y el conocimientos pleno del territorio”.
En fin, con su pregunta, el
presidente Maduro revela que no es capaz de reconocer que, poco a poco, Venezuela
se convierte en un lugar cada vez más áspero en el que un número creciente de
personas tiene, al menos, la fantasía de irse a vivir a otra parte.
Harina de otro costal
El apenas treintañero Mark
Zuckerberg, dueño de Facebook, compareció por estos días ante el Senado
norteamericano para ser interrogado acerca de las filtraciones de datos de sus
usuarios y la influencia en la elección del presidente Trump. Uno, terrícola de
a pie, cruza los dedos para que se produzcan las sanciones correspondientes, pero,
sobre todo, para que se tomen las medidas orientadas a poner orden en el casi
anárquico espacio digital. Problema grueso este, pues como se ha señalado
insistentemente en el medio académico, se trata, expresado en pocas palabras,
de garantizar que la democracia pueda sobrevivir a Internet.
Así las cosas, imposible no
acordarse de que en el año 2013 Edward Snowden denunció que millones de
datos privados fueron a los registros de la Agencia Nacional de Seguridad
de Estados Unidos. Demostraba, así, que las nuevas tecnologías no nos llevan
derechito al edén. Junto a sus innegables posibilidades liberadoras, también
abren un camino ancho al autoritarismo al permitir que la sociedad sea una gran
vitrina en la que todos podemos ser escudriñados. Quedaba planteada, así pues,
la tarea de determinar el significado democrático de la intimidad en el mundo
contemporáneo a partir de la tensión entre los derechos ciudadanos y el interés
colectivo, entre la privacidad y el bien común.
Imposible no acordarse de
Snowden, digo, porque en aquella oportunidad también se habló de la urgencia de
regular el ciberespacio, pero lo de Facebook demuestra que aún estamos en mora.
¿Será que la cosa ahora sí va a ir en serio?
12-04-18
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