Por Miguel Matos s.j.
La abstención es un suicidio silencioso
La obsesión con la que un
sector de la oposición invita a la abstención es realmente digno de una mejor
causa. Cualquiera pensaría que detrás de esta cruzada anti participación habría
una suerte de Plan “B” para desplegarlo el 21 de mayo. Nada está más lejos de
la realidad. No se promete nada fuera de la promesa absolutamente inútil y
previsible de cantar fraude durante dos o tres días antes de que el país se
suma de nuevo en la debacle.
Una abstención llamada
militante es casi una contradicción en sí y el grado de contundencia de este
gesto está negado dada simplemente a la innegable fortaleza que el gobierno
todavía posee en el terreno mediático. No hace falta mucha imaginación para
prever la forma como el régimen procesará la información referente a las
elecciones del 20.
Uno de los argumentos que más
se esgrimen a favor de la abstención tiene que ver con el hecho de que la
opinión internacional ha decretado desde ya la nulidad de todo el proceso
comicial y pareciera que cualquier tipo de participación sería una forma de
legitimación por parte de la oposición hacia el proceso en sí. Contra esto
habría que considerar con realismo que la presión internacional tiene unos
límites de efectividad a los que quizá ya esté llegando y eso le hace ganar
mucha fuerza a la posibilidad de la vía electoral como alternativa. El gobierno
tiene todavía una gran capacidad de asimilación a los golpes que quiera propiciarle
la presión internacional sin que a nivel interno estos sean muy eficaces,
además de que el pueblo termina siendo el último afectado por muchas de las
presiones externas.
Renunciar a la vía electoral
supone que se están asumiendo como viables otras alternativas. Hay que
considerar que la mayoría de estas alternativas conllevarían el pago de una
cuota muy cruenta para la población nacional. Desde la más absolutamente
inaceptable posibilidad de una agresión externa, hasta una hipotética conjura
militar, pasando por la explosión popular, dadas las actuales condiciones
reales del país, supondría unas confrontaciones civicomilitares de
incalculables proporciones.
Historias tanto recientes como
más lejanas de conflictos similares al nuestro nos orientan en el sentido de
aspirar a una transición negociada. No es sano aspirar a un antes y después
mediado por una ruptura más o menos violenta. La reconstrucción que necesita
este país requiere de todo menos de una confrontación violenta. Nada se
resolvería y todo se agravaría. Un triunfo de la abstención, disminuiría
patéticamente las posibilidades de negociación a las que por la vía electoral
podríamos aspirar, cualquiera que fueran los resultados puntuales finales. El
régimen tiene una votación cautiva considerable en número, pero es
infinitamente más numerosa la población que hoy rechaza al régimen. Si se
obtiene el triunfo, habría que hacerlo respetar, pero incluso si no se triunfa
realmente o por fraude, se podría contar con un caudal contundente de votos con
los que se forzaría al régimen a negociar. Todo esto es imposible si triunfa la
abstención que terminaría de pulverizar toda acción opositora.
16-04-18
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