CARLOS OSORO 14 de abril de 2018
El
Papa Francisco vuelve a hacernos un regalo, esta vez pascual: la exhortación
apostólica Gaudete et exsultate, un título que recoge palabras del Evangelio de
san Mateo cuando en el texto de las bienaventuranzas dice a los que son
perseguidos o humillados por su causa, «alegraos y regocijaos» (Mt 5, 12).
Desde
el mismo comienzo de la exhortación se manifiesta el amor de Dios hacia todos
los hombres, un amor que es exigente, que requiere también una respuesta de
amor porque «el Señor lo pide todo». Pero también en esa petición nos
manifiesta lo que ofrece: la belleza que alcanza el ser humano y la atracción
que ejerce en lo más profundo de las vidas de quienes lo rodean, así como la
revolución provocadora y promotora de cambios que dan siempre vida y belleza,
cuando lo damos todo. ¿Qué es lo que ofrece el Señor al pedirnos todo? «Lo que
ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados».
Hemos
de recordar que, después de esas palabras en las que el Señor nos pide todo,
nos ofrece ser verdaderas imágenes de Dios. Y llegaremos a serlo si dejamos que
nuestra vida contenga a Jesucristo, lo cual supone ponerlo a Él en el centro.
Esto es lo que provoca la verdadera alegría, eso es lo que nos hace vivir en
ese «alegraos y regocijaos». Desde las primeras líneas de la exhortación, el
Papa Francisco recuerda que los cristianos no debemos conformarnos con una
«existencia mediocre, aguada, licuada».
Y
adquieren una actualidad mayor esas palabras del Señor que conforman el fondo
de toda la exhortación sin pronunciarlas: «Vosotros sois la sal de la tierra.
Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Y no sirve más que para ser
tirada afuera y ser pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo.
No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Ni tampoco se
enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino sobre el candelero,
para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz
delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5, 13-16).
En
estos momentos de la historia de los hombres y de la vida de la Iglesia, en que
sigue vigente el mandato del Señor de «id por el mundo y anunciad el
Evangelio», el objetivo de la exhortación es hacer resonar en el corazón de
todos la llamada a la santidad en las realidades concretas que vivimos, con
«sus riesgos, desafíos y oportunidades». A lo largo de sus cinco capítulos,
Gaudete et exsultate nos dice que «la santidad es el rostro más bello de la
Iglesia» y que todos podemos llegar a ser santos; no es algo exclusivo de
algunos, es para todos: «Sed santos, porque yo soy santo» ( Lv 11, 45). Nos
recuerda que los católicos podemos y debemos aspirar a ser todos santos y da un
paso más, al decirnos cómo vivir la propuesta cristiana en el contexto en el
que estamos. Es más, insiste en que el Señor nos eligió a todos «para que
fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1, 4).
Necesariamente
hemos de recordar que todo el capítulo V de la constitución dogmática Lumen
gentium sobre la Iglesia está dedicado enteramente a la vocación universal a la
santidad. Y esto no fue un toque espiritual que los padres conciliares deseaban
dar a la eclesiología; lo que deseaban era poner de relieve, con claridad y con
fuerza y valor, su dinámica intrínseca y determinante. Nos decían así: «Todos
los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de
la vida cristiana y a la perfección del amor» (LG 40).
Para
descubrir la belleza de esta exhortación, que es para todos los cristianos y
para todos los que deseen descubrir la belleza de la santidad, se nos proponen
cinco etapas:
1.
Llamada para todos a la santidad. ¡Qué
fuerza tiene en el capítulo primero la llamada a la santidad! Con qué claridad
nos dice el Papa que «los santos que ya han llegado a la presencia de Dios
mantienen con nosotros lazos de amor y de comunión», pero al mismo tiempo nos
habla también de «los santos de la puerta de al lado», los que están en la
dinámica del pueblo, en la vida diaria, en seguir adelante día a día; nos habla
del consagrado/a, de los sacerdotes, de los esposos, del trabajador, del abuelo
y la abuela, de quien mantiene la lucha por el bien común...
Todos podemos encontrar en la
Iglesia, santa y compuesta de pecadores, todo lo necesario para crecer y
ponernos en la dirección de la santidad. El aliento que nos da el Papa
Francisco tiene una fuerza contagiosa: «No tengas miedo a la santidad, ni quita
fuerza, ni vida, ni alegría, al contrario, te hará llegar a que seas lo que
Dios pensó para ti cuando te creó». El Bautismo es la entrada en la santidad de
Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu.
2.
Hazte consciente de los enemigos de la
santidad. ¡Pongámonos a descubrir en el capítulo segundo
a los enemigos de la santidad! No nos dejemos construir por el «gnosticismo
actual» que nos lleva a vivir con una mente sin Dios y sin carne, pues lo que
mide la perfección de las personas es su grado de caridad, y no reduzcamos la
enseñanza de Jesús a «una lógica fría y dura que busca dominarlo todo». Y así,
«al descarnar el misterio finalmente prefieren a un Dios sin Cristo, un Cristo
sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo».
No
alejemos de nuestra vida la frescura del Evangelio. Pero tampoco nos dejemos
construir por «el pelagianismo actual» que piensa que lo que nos hace mejores o
santos es la vida que llevamos desde nuestra voluntad y esfuerzo; ya no se
atribuye el poder a la inteligencia, sino a la voluntad, al esfuerzo personal,
confían en sus propias fuerzas, olvidan que todo depende no del querer o del
correr, sino de la misericordia de Dios y que Él nos amó primero. Qué bueno es
recordar lo que enseñaba san Agustín y decirle al Señor: «Dame lo que me pides
y pídeme lo que quieras». Nunca olvidemos que hay dos riquezas que no
desaparecen: Dios y el prójimo.
3. Descubre la luz que el Maestro te da en las
bienaventuranzas para ser santo. ¡Vive siempre, tal y como nos
invita el capítulo tercero, a la luz del Maestro! «No podemos llegar a ser
buenos cristianos, más que a la luz de lo que dice Jesús en la
bienaventuranzas». Dibujemos el rostro del Maestro con nuestra vida,
transparentemos su rostro en ese vivir día a día, tal y como Jesús nos
manifiesta en las bienaventuranzas. ¿Dónde colocamos la seguridad de nuestra
vida? ¿En la pobreza? Si lo hacemos en la pobreza, ahí puede entrar el Señor
con permanente novedad; cuando tenemos una vida austera y despojada que comparte,
ciertamente, haciéndolo siempre con mansedumbre que es la que nos hace capaces
de depositar la confianza entera en Dios.
Y
por otra parte, viendo las cosas como son, dejándonos traspasar por todas las
situaciones de dolor que hay en la vida y asistiendo a quien tiene dolor,
buscando la justicia con hambre y sed. Dando y perdonando que es reflejo de la
perfección de Dios que da y perdona. Mirando y actuando siempre con
misericordia. Por otra parte, «sembrar la paz, esto es santidad», «mantener el
corazón limpio de todo lo que mancha el amor, eso es santidad».
Termina
este apartado con lo que el Papa Francisco llama «el gran protocolo»
refiriéndose al capítulo 25 del Evangelio según san Mateo, y que pasa por
reconocer en el otro «a un ser humano con mi misma dignidad, a una creatura
infinitamente amada por el Padre, a una imagen de Dios, a un hermano redimido
por Jesucristo», especialmente a estos que enumera el Evangelio. Ni ideologías
que mutilan el Evangelio, ni sospechas de que es mundano, superficial,
secularista, comunista o populista; el creyente debe vivir un compromiso social
en la defensa de la vida, del migrante, de los pobres, en eliminar la miseria.
Vivamos obsesionados por vivir las obras de misericordia.
4. Descubre algunas notas que deben estar en el
canto de la santidad. El Papa Francisco, cuando nos habla de esas
notas, se refiere a cinco grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo,
para intensificar su vivencia en la cultura en la que estamos. Y las enumera
así: a) aguante, paciencia y mansedumbre; b) alegría y sentido del humor; c)
audacia y fervor; d) en comunidad, y e) en oración constante.
5. Aprende a vivir en combate, vigilancia y
discernimiento. El Papa Francisco, cuando nos dice que la
vida cristiana es un combate permanente. Es cierto que se requieren fuerza y
valentía para resistir a las tentaciones del diablo y estar disponible siempre
para anunciar el Evangelio. Pero, ¡qué alegría llena la vida cada vez que el
Señor vence! ¿Sabéis como nos envenena el diablo? Con el odio, la envidia, la
tristeza, los vicios... En cuanto bajamos la guardia, él entra a destruir
nuestra vida. Por eso hay que permanecer vigilantes. El Papa nos habla de las
armas para este combate y para mantenernos despiertos y vigilantes: la oración,
la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la
reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el
empeño misionero.
Y,
por otra parte, nos habla también la necesidad y la urgencia del
discernimiento, para no convertirnos en marionetas según la moda del momento.
Debemos vivir siempre a la luz del Señor y esto hay que hacerlo en las cosas
más pequeñas. Es un don que hay que pedir siempre. Es necesario dejar entrar al
Señor en todos los rincones y aspectos de la vida; se trata de salir de
nosotros mismos y entrar en el misterio de Dios. Termina el Papa Francisco
diciéndonos que María nos enseña el camino de la santidad, conversemos con
Ella.
Os
invito a leer y meditar esta exhortación. Trabajémosla en nuestras comunidades
cristianas, que nos sirva para tomar la decisión de «no anteponer nada al amor
de Cristo» como decía san Benito en su regla.
Con
gran afecto, os bendice,
+Carlos
Card. Osoro, arzobispo de Madrid
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