Trino Márquez 31 de julio de 2020
@trinomarquezc
La
sola presencia en el país de la delegación del reino de Noruega, que vino a
actualizarse sobre la situación humanitaria y política nacional, inmediatamente
desató la ira de los sectores más radicales, tanto dentro como fuera de
Venezuela, y la respuesta destemplada de varios dirigentes políticos de quienes
cabría esperar reacciones más sensatas frente a las maniobras ejecutadas por el
régimen de Nicolás Maduro, que trata de limpiar un poco su deteriorada imagen
internacional.
Pareciera
existir una relación directamente proporcional entre la lejanía y el grado de
extremismo de las posiciones. Mientras más alejadas de Venezuela se encuentran
algunas personas, más extremistas se muestran. Da la impresión de que se
desayunan con alacranes y almuerzan con una mapanare. Lo peor es que entre algunos
profesionales de la política ocurre igual. No son capaces de colarse por los
intersticios dejados por el gobierno en su afán de sobrevivir en el cuadro tan
adverso que enfrenta.
El
G-4, en vez de poner ciertas condiciones razonables para conversar y negociar
tal cual sugiere la delegación de Noruega, país que no descansa en su afán de
lograr un acuerdo inteligente entre el gobierno y la oposición, inmediatamente
descarta cualquier posibilidad, señalando que el diálogo quedó cancelado una
vez Nicolás Maduro, en agosto de 2019, decidió levantarse de la mesa de
conversaciones, cuando acusó a Juan Guaidó y al resto de la oposición de apoyar
las duras sanciones aplicadas por el gobierno de Donald Trump. Maduro adoptó
esa postura radical porque sabía que el proceso de diálogo marchaba hacia un
acuerdo inevitable: la convocatoria a elecciones libres con supervisión
internacional. Este evento marcaría el fin de su mandato y el de la era
chavista-madurista. Sería suicidarse en primavera. No quiso asumir ese costo.
Ahora
también aspira a seguir engrapado al poder, pero la situación de su gobierno es
peor que hace un año. El punto fundamental donde se apoya Maduro es la fuerza
represiva y coercitiva de su régimen. El consenso que todo sistema, por más
autoritario que sea, trata de construir, se ha reducido a su mínima expresión.
Las sanciones económicas, el derrumbe de la producción y los ingresos
petroleros, el retroceso de la actividad económica en medio de la pandemia de
la Covid-19 y la imposibilidad de recibir un auxilio sustantivo de sus aliados
políticos en el plano internacional, lo han llevado a buscar reducir las
aristas más filosas de su nefasto gobierno. Por eso invita a los noruegos. El
único ente autorizado a permitir la entrada al espacio aéreo nacional es el
Gobierno. Resulta obvio que sin el beneplácito de Maduro, el avión que trajo a
esa delegación no habría podido ingresar a Venezuela.
La
reacción tan desafortunada del G-4 la explico por dos razones. La primera es la
precariedad, casi inexistencia, de partidos políticos; estos carecen de
direcciones nacionales en las cuales se evalúen con serenidad y profundidad los
distintos aspectos de un proceso. En segundo lugar, la excesiva dependencia de
las organizaciones políticas internas con respecto de los líderes que se
encuentran en el exilio o alojados en embajadas. Tal parece ser el caso de
Primero Justicia y Voluntad Popular, cuyas direcciones domésticas no parecen
tener el nivel de autonomía y poder que les permitan tomar decisiones
importantes de forma autónoma. Las directrices son trazadas por figuras
demasiado alejadas del acontecer diario e influidas por factores externos que
distorsionan la realidad interna.
El
diálogo y la negociación sólo pueden rechazarse cuando uno de los factores en
conflicto –sea ejército nacional, partido o grupo- posee tal fortaleza, que el
acercamiento al adversario puede interpretarse como un signo inconveniente de
debilidad. Ese no es el caso de Venezuela. La oposición se encuentra en extremo
disminuida: con partidos raquíticos y organizaciones civiles –sindicatos,
gremios, asociaciones y federaciones estudiantiles- menguadas. Por el lado del
gobierno ocurre otro tanto: el PSUV se transformó en una maquinaria burocrática
alejada de la gente. El baluarte del régimen reside en la creciente capacidad
represiva que ha levantado. La maquinaria represiva constituida por fuerzas
formales -FANB, FAES, Dgcim, PNB- e informales –los colectivos y grupos
irregulares como las FARC y el ELN, especialmente al sur del país-, representan
su mayor fortaleza.
Sin
embargo, Maduro y su círculo íntimo saben que, como le gustaba decir a
Napoleón, los fusiles sirven para todo, menos para sentarse en ellos. La
capacidad de coerción es útil para mantener sometida a una sociedad y sembrar
terror, pero no para consolidar el liderazgo, ni disfrutar indefinidamente del
poder. Por esa razón tratar de negociar. Allí existe una debilidad que la
oposición debería cultivar aprovechando al máximo las pocas fortalezas que
posee. La más importante: el apoyo internacional, donde Noruega es una pieza
importante.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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