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martes, 15 de septiembre de 2020

¿Podrá el mundo cambiar para hacerse más sostenible?, por Miguel Méndez Rodulfo




Miguel Méndez Rodulfo 14 de septiembre de 2020

Desde que se comenzó a vislumbrar el alcance de la pandemia, diversos autores empezaron a elaborar pronósticos muy bien sustentados que apuntaban a cambios estructurales en el modelo de desarrollo global que había regido hasta entonces. La crisis hizo patente que el crecimiento económico, como lo conocíamos, era muy difícil de recuperar una vez superado el Covid 19. La manera como se fueron apagando los motores económicos en forma paulatina, pero sistemática, el rompimiento de las cadenas mundiales de suministro, la paralización del transporte aéreo y marítimo, creó de la nada un colapso sistémico y produjo una caída abismal en toda la economía global como no se había conocido antes en la historia de la humanidad. Esto sirvió el escenario para que resaltaran con nitidez las falencias de la globalización, con su estrategia de producir barato, alejando la manufactura de los centros de producción y de consumo. Al fallar la provisión de bienes, al caerse el suministro de los proveedores, las fábricas de países que aún no habían sido sometidas a cuarentena, no pudieron producir. Ello reveló la necesidad estratégica de contar con proveedores cercanos, diversificar el suministro y no estar atados a lejanos, baratos y exclusivos centros de producción.

Por otra parte, la producción económica externalizada en Asia, lo es porque se basa fundamentalmente en mano de obra sub pagada, nulos o escasos derechos laborales, jornada laboral extensa, muchas veces trabajos de menores, mujeres y ancianos (incluso presos) pagados a precios irrisorios; pero también se basa en la agresión al ambiente. Es emblemático el envenenamiento de ríos, cuyas aguas se utilizan para riego agrícola, en países asiáticos de intensa fabricación textil, cuyas descargas de tintes químicos se hacen directamente a los cauces de los ríos. La ropa barata que viene de Asia y que los consumidores occidentales asumen como indumentaria de desecho, ha extinguido la manufactura de vestimenta en Europa y USA, con la consecuente pérdida de empleos, inversiones y desarrollo tecnológico. El hecho es que al no contabilizarse los costos ambientales por el daño producido al suelo y los cuerpos de agua, se está disfrazando el valor real de los artículos producidos. Siendo el cambio climático un problema global, no es que lo que se contamine en Asia deje de repercutir en Europa: incide igual.

En otro sentido, el modelo de desarrollo global que ha adoptado el vértigo del ciclo económico, la urgencia de transformar masivamente bienes del suelo (agrícolas o mineros) en productos terminados, industriales o tecnológicos, que se diseminan de manera fulgurante por las cadenas de suministro de valor por todo el orbe, produciendo grandes riquezas y millonarios instantáneos, ya mostraba signos de agotamiento y la pandemia evidenció que luce insostenible. Pareciera que un ciclo histórico se ha cerrado y que comienza otro más reflexivo y pausado, centrado en producir con arreglo al cuidado del ambiente, remunerando bien y formando adecuadamente al capital humano, de manera que los consumidores puedan pagar el justo valor que cuestan los bienes producidos ecológicamente.

Claro que ninguna era se extingue sin luchar contra las nuevas formas de hacer las cosas. De manera que veremos resistencias en las industrias, gobiernos y grupos de presión. Amenazas de pérdidas de empleo, disminución de ingresos fiscales, baja en la actividad económica, desaparición de ramas industriales, etc. En los siguientes años veremos una aparente prevalencia del modelo actual, pero un inexorable avance de una nueva economía basada en los postulados de eso que llaman la nueva normalidad.

Miguel Méndez Rodulfo

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