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domingo, 8 de junio de 2014

Constructores de la paz

RAFAEL LUCIANI sábado 7 de junio de 2014


Todos anhelamos una sociedad donde no reinen la violencia y el miedo; donde las condiciones de vida y trabajo favorezcan el desarrollo personal de cada uno y permitan un futuro mejor; una sociedad con instituciones que no cedan a la impunidad, la corrupción y los privilegios. ¿Será esto posible?

Hay que romper con dos falsas premisas al hablar de paz. Por una parte, creer que ésta pueda llegar al imponer una ideología política o un modelo económico. Por otra, ante la desesperanza, creer en que sirve recurrir a las mediaciones rituales, los sacrificios o devociones, como si estos fueran actos mágicos con un poder en sí mismos que cambiarán las cosas.

Jesús es realista. Sabe que no podemos alcanzar una paz individual sin lograr la paz social. Sabe que la paz no se impone, sino que se construye con palabras y gestos. Aún más, sabe que no habrá paz mientras no haya justicia, porque ésta es la condición sine qua non para que puedan existir el bienestar y la felicidad que hagan de la paz una realidad permanente.

Por ello, para Jesús, la felicidad o bienaventuranza es un estado que se encuentra presente en dos tipos de sujetos. Primero, en «los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios». Segundo, en «los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino» (Mt 5,9-10). Si bien es cierto que la paz es el único camino que nos lleva a la felicidad, ésta solo la podrán disfrutar quienes sean constructores de la paz y defensores de las víctimas.

La paz que Jesús predica, esa paz de las bienaventuranzas, tiene sus consecuencias. Primero, lo que da sentido a una religión o a una visión política es la religación fraterna o compromiso por el bien del otro. Por eso, «si al presentar tu ofrenda ante el altar te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, y vete primero a reconciliarte» (Mt 5,23-24). Segundo, no existe un camino de humanización que no pase por abandonar actitudes y prácticas de indolencia, maltratos y exclusiones.

Creer que podemos vivir tranquilos, sin problemas, mientras son tantos los que sufren, es un falso irenismo. Jesús lo comprendió al sentarse a comer con los pecadores, al asumir la causa de las víctimas, de los enfermos; cuando no justificó lo injustificable y, con humildad, oró por un cambio, sin ceder ante los chantajes de algunos políticos y religiosos que vivían de los beneficios de sustatus quo.

Optar por una vida así, que clame justicia, que anhele bienaventuranza, implica un verdadero conflicto de fidelidades porque exige la coherencia debida frente al rechazo de las familias, instituciones políticas y religiosas que se empeñan en la lógica del poder... Ciertamente no hay paz sin consecuencias, pero únicamente apostando por ella podremos alcanzar la felicidad, medir si estamos a la altura de nuestra humanidad y responder a los signos de estos tiempos.


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