Por Arnaldo Esté
Cuando hablamos de crisis
general queremos decir que su amplitud y profundidad alcanzan, invaden los
niveles éticos, los valores que permiten hablar o percibir a una nación. Más
allá del territorio y sus recursos, más allá de su historia y hechos, es lo que
resulta, lo que ella alcanza o no a ser.
Una grave expresión de esa
descohesión son las migraciones, el éxodo. La gente se va tal vez huyendo, tal
vez buscando asideros que ofrezcan un sentido extraviado. Mucho más que la
mengua material, que es mucho decir, es la dificultad que se deriva de ese
extravío para tomar decisiones, para hacer proyectos.
Pero, como bien lo dicen las
imágenes e historias de los pueblos y naciones, la cohesión que se logra no es
permanente ni mucho menos eterna. Guerras, crisis, catástrofes pueden romper,
destruir, desintegrar. Pero, también, muchas de esas historias nos dicen que
después de esas penurias las calidades éticas, los valores pueden pervivir y
generar grandes recuperaciones.
La historia de Venezuela,
desde antes de la invasión ibérica, con la costosa Guerra de Independencia y
con el caudillismo de pretensiones ordenadoras y civilizadoras, no alcanzó una
sólida cohesión, y, en lugar de cohesión, hubo seguimiento: pegarse detrás de
un gerifalte resolvedor.
Cortos períodos de pretensión
democrática no lograron la permanencia y emancipación suficiente para
estabilizar esa necesaria cohesión. No fueron suficientes los rescates
folclóricos ni los imaginarios heroicos. La petrofilia se instaló como fuente
de poder, suministro y compra de conciencias.
La “situación”, como se repite
con riqueza angustiadora, pareciera negar alternativas.
Ha habido destellos: las
elecciones a la Asamblea Nacional, la consulta plebiscitaria del 15 de julio,
la asamblea del Aula Magna de la Universidad Central. Cosas que parecieran
hablarnos de tesoros escondidos en nosotros mismos que tal vez no se deberían
llamar reservas, sino, más bien, semillas, cosas que esperan cultivos y que
resultan prometedoras al contrastarlas con el desmadre del gobierno.
Son retos para perseverar,
para buscar lenguajes y nuevos símbolos. Mucho trabajo, creaciones y proyectos,
pero, sobre todo, la generosidad que propicia la unidad, la reintegración. Esa
condición que tiene el genio humano para idear y concitar.
14-04-18
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