Por Carolina Gómez Ávila
No se da la solidaridad sin
previa empatía. La empatía nos ayuda a conectarnos a otros y a establecer un
vínculo de intimidad emocional que nos permite actuar en conjunto. Puede nacer
de la compasión o como reacción indignada ante un hecho que viole leyes,
costumbres o valores irrenunciables y navega sobre los sentimientos, con el
poder de transformar nuestras actitudes, valores e identidad. En exceso, la
empatía puede convertirnos en títeres o en hojarasca al viento, haciéndonos
actuar como más tarde lamentaremos.
Para no hacernos daño, la
empatía necesita límites. El psiquiatra español José Luis González de Rivera
acuñó recientemente el término “ecpatía” (del griego ekpatheia, “sentir fuera”)
que define como la percepción y exclusión activa de los sentimientos que han sido
inducidos por otros. Si empatía es ponerse en el lugar del otro, explica,
ecpatía es ponerse en el lugar propio.
No se trata de frialdad o
indiferencia, sino de una maniobra consciente para compensar el embargo
emocional que produce la desmedida empatía. Sí, a ese contagio del que surge la
solidaridad, también le debemos la existencia de fanáticos y sectarios, afines
entre ellos pero incapaces de comprender a los demás. La ecpatía permite
detectar y prevenir la manipulación que se ejerce induciendo sentimientos
confusos, negativos o destructivos; detectamos el sentimiento, lo regresamos a
su fuente y liberamos nuestras conclusiones de aquella influencia. La ecpatía
invita a tomar distancia, dejar la emoción de lado, recabar todos los hechos y
analizarlos, sin detenerse en el sufrimiento de la víctima.
Ahora que digo víctima, en
el ensayo “El mártir como héroe dramático”, el poeta británico W. H. Auden
describe “cuatro clases de seres humanos de los que puede decirse que su muerte
es el acontecimiento más importante de sus vidas: la víctima sacrificial, el
héroe épico, el héroe trágico y el mártir”. De la víctima sacrificial, nos dice
que se trata de un hombre escogido por un grupo social para que su muerte
propicie el bienestar del resto; sin importar si este hombre está de acuerdo
con su muerte para tal fin, son los otros quienes deciden el papel que va a
desempeñar y en el ínterin entre su designación como víctima y el sacrificio
mismo, lo tratan como alguien sagrado a quien se le rinden honores pero, una vez
sacrificado, se le olvida.
Del héroe épico asegura que
también muere por el bien de un grupo social pero no es escogido por el grupo
sino que es héroe por su destino y por decisión propia, y aunque su objetivo no
es morir sino matar a los enemigos de su pueblo, sólo si logra esta hazaña será
recordado por las siguientes generaciones.
El héroe trágico es un
individuo que se vuelve culpable a los ojos de los dioses o de los demás
hombres y muere no por el bien de los otros sino expiando su culpa; sólo será
recordado por haber caído de la gloria a la miseria
Finalmente el mártir es una
víctima sacrificial, pero es él quien escoge ser sacrificado o -como el héroe
épico- este sacrificio es su destino y él lo acepta; no es escogido por
aquellos por quienes se sacrifica, al contrario, estos se niegan a reconocer
que haya tenido lugar sacrificio alguno; antes bien, el mártir es un criminal,
un perturbador del orden social y aunque su muerte supone un espectáculo, no es
uno trágico o sagrado sino el de la ejecución de un delincuente. El mártir
muere para dejar testimonio de una verdad que considera salvadora, muere
abandonado por los suyos, rodeado de sus verdugos y quizás algunos espectadores
que consideran que esta muerte no tiene sentido. Culmina Auden esta descripción
del mártir advirtiéndonos: “El concepto de la verdad salvífica es muy
peligroso, porque aquellos que creen que es un deber morir por la verdad, muy
fácilmente pueden llegar a creer que también es un deber matar por ella”.
Esta podría ser una forma
muy elaborada de manipulación, contemplada en el Diccionario de Política
recopilado por Bobbio, Matteucci y Pasquino. Allí dice que hay dos formas de
ejercer la manipulación social: a través de las creencias o a través de las acciones.
Como nuestras opiniones y nuestras conductas no instintivas, están moldeadas
por los conocimientos y juicios de valor que nos hacemos sobre el ambiente que
rodea al hecho sobre el cual opinamos o reaccionamos, se puedan guiar
ocultamente las creencias y las acciones de un individuo o grupo social con
relativa facilidad, controlando y modelando las comunicaciones que recibe
acerca de tal ambiente. Lo llaman distorsión o supresión de la información,
acotando que información incluye por igual los mensajes que describen ese
ambiente como los mensajes que lo valoran.
Mientras escribo sobre estas
ideas y conceptos, me sigo preguntando para qué una dictadura criminal nos ha
fabricado un mártir, en el actual estado de cosas y sin ninguna necesidad.
20-01-18
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