Por Claudio Nazoa
Lo que podría haber sido un
feliz fin de año se convirtió en una pesadilla aliñada con un calor infernal,
un zancudero loco y un corte de luz, cortesía de estos comunistas ineptos.
Todo empezó cuando alquilé una
cabañita en el litoral central, en Chuspa. Llegué con mi esposa, sus dos hijos,
mi hijo y un hijo de ambos.
Los hijos adolescentes de
ella, Dios me perdone, provoca matarlos. Sin embargo, se portaron bien ya que
pasaban el día idiotizados con unos celulares que les regalé para que no
molestaran. Mientras, yo fingía ser feliz con mis verdaderos hijos de 8 y 6
años: construí castillos, me dejé enterrar hasta el cuello con arena y se me
metió un bicho en el oído. ¡Dios! Soñaba estar echaote en Margarita, tomando
whisky con agua de coco, comiendo tequeños y viendo mujeres en hilo.
Preferí ser buen padre y jugar
con los niños que discutir con la cuaima de mi esposa, quien por cierto andaba
arrechísima porque quería ir a Mérida en mi carro y con ese gentío, pero qué
va, con el problema de la gasolina en Venezuela, ¡ni de vaina!
Como si fuera poco, sin
avisar, se presentó mi ex suegra con dos hijastros de mi matrimonio anterior,
acompañada por dos cuñados ilegítimos ya que no nacieron del matrimonio en el
que procrearon a la novia de mi hijastro.
Cada uno trajo a su novia. Una
de ellas era mucho mayor que uno de los muchachos y vino con sus tres hijos
adolescentes quienes, según me enteré, eran de un malandro condenado a 30 años
de cárcel por homicidio.
Los conchúos llegaron con
colchonetas y las colocaron en diferentes partes de la cabañita. ¡Ni caminar se
podía!
—No se preocupe, mayol.
Nosotros no vamos a molestar.
Traían, además, un equipo de
sonido chiquito pero infernal, donde solo se escuchaba reguetón, trap y, en la
noche, Romeo Santos, el engendro de la decadencia musical.
Se tomaron mi whisky. Comieron
lo que estaba dentro, fuera y sobre la nevera. Usaron mi toalla. Acabaron con
el único rollo de papel tualé que conseguí y, como taparon la poceta, hicieron
pupú de noche en el mar.
Los hijos del malandro y de la
novia de mi hijastro mordieron a mis hijos y les rompieron el tobo y la palita.
Se fue el agua y mi mujer me armó un lío por no haber comprado agua mineral.
Arrecho, dormí en el patio en una hamaca de nylon rota.
Pasé el fin de año con
depredadores. Debí haber dejado el orgullo pendejo y aceptar la invitación para
pasarlo en Miraflores, el único sitio de Venezuela donde la gente está feliz.
15-01-18
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